a crisis económica pone de relieve abiertamente uno de los aspectos básicos del proceso económico, en cualquiera de las formas de organización que adopte, y es el de la creación de riqueza.
La noción de riqueza era muy evidente para quienes formularon los principios de la disciplina de la economía en el último cuarto del siglo XVIII y que, por cierto, no estaba alejada entonces de los postulados de la filosofía moral. Se asociaba directamente con la aplicación del trabajo y de otros recursos disponibles para crear productos y mantener a la población y, por supuesto, generar un excedente, cuya distribución no tiene nada que ver en principio con la igualdad.
El Diccionario de la lengua española define a la riqueza como la abundancia de bienes o cosas preciosas, o incluso como la abundancia relativa de cualquier cosa (¿se puede entonces, paradójicamente, ser un país rico en pobreza?).
Los diccionarios especializados intentan ser más precisos y la riqueza se toma como el valor de la producción, medida en términos monetarios durante un año (producto interno bruto). No necesariamente se hace una consideración explícita sobre cómo se compone ese producto y cómo se distribuye. Vaya, la riqueza y su distribución, o sea, la equidad social, son independientes.
Igualmente se toma por riqueza la cantidad de dinero que se tiene, las posesiones de valor o las propiedades. Más estrictamente se asocia con las cosas que tienen valor monetario y que se pueden intercambiar, o aquello que tiene una utilidad y que se puede apropiar, comprar y vender. Se vuelve hasta tautológico cundo se dice que la riqueza es el estado de ser rico.
A la luz de esta crisis o de las que se han padecido repetidamente en México, estas ideas deben repensarse. El caso es que se quiebra el proceso de generación de riqueza y se acentúa el desperdicio de los recursos capaces de generarla. En primer lugar el de la ocupación y uso de las capacidades de la fuerza de trabajo, a la que se suman los demás.
Eso incluye al dinero, pues el crédito es en una sociedad compleja un medio para generar riqueza, en el sentido que aquí se propone, y eso debido al tiempo que transcurre para aplicar el trabajo y los demás recursos, incluyendo la organización para conseguir realizar la producción.
Pero no se debe confundir la riqueza con el dinero, éste es un medio que funciona en el seno de un sistema de financiamiento. Si éste no opera eficazmente, o debido a una crisis se congelan las corrientes de crédito, se afecta adicionalmente la posibilidad de crear riqueza.
Aumentar el valor financiero de una empresa un sector de actividad; llámense industrias de tecnología a principios de esta década o los bienes raíces, hasta hace un poco más de un año por medio de la especulación no lleva necesariamente a crear riqueza e incluso puede destruirla.
Cuando la creación de riqueza se interrumpe abruptamente surge un problema adicional que tiene que ver con el valor que se da a los activos, o sea, a los distintos recursos que pueden generarla, pues en el momento de la crisis se devalúan en términos monetarios, pero no en su capacidad física. Lo que pasa es que no pueden movilizarse productivamente. Es un enorme desperdicio.
Ahí es donde debería enfocarse la política pública en su conjunto, en reducir ese desperdicio y movilizar mediante todos los medios disponibles la capacidad productiva de los recursos. De otra manera, el producto real que se genera se desvía cada vez más a la baja con respecto al producto potencial. Eso provoca más pobreza por un lado y, por otro, una mayor inequidad social en cuanto a la apropiación de los recursos existentes.
Hoy, en México, y en función de los resultados económicos que ya se conocen en lo que va del año y de las tendencias que prevalecen, se puede estimar que el producto en 2009 puede caer hasta 5.2 por ciento. Eso tendrá un enorme impacto negativo en el empleo y la generación de riqueza; además, hará más desigual la distribución del ingreso y de los bienes disponibles, incluyendo el dinero y el crédito.
La evolución de la economía de Estados Unidos, de la cual depende crucialmente la de México, no contribuye a pensar en un escenario más positivo. El producto en ese país seguirá creciendo a tasas negativas en el primer semestre del año.
Aunque algunos creen que la caída se frene hacia septiembre u octubre, hay coincidencia en que el desempleo seguirá aumentando y llegará al máximo hacia la mitad de 2010. Eso significa que se añadirán 2.6 millones de desempleados más a los casi 5 millones acumulados en el último año. Así, se estima que se necesitarán seis años seguidos de crecimiento a 4 por ciento en promedio anual en ese país para regresar a una tasa normal
de desempleo de 5 por ciento como las registradas en 2007.
Los políticos y los economistas no están mirando necesariamente el foco del conflicto actual, que es recrear las condiciones de la generación de riqueza. No hay vuelta atrás a la situación anterior a esta crisis. Reconocerlo servirá para repensar las políticas públicas, las formas de organizar los sistemas financieros, dar trabajo a la gente para que consuma y prevenir grandes fricciones sociales que están a flor de piel en todas partes.