Marcial/ I
uere alguien algo menos mayor que quien esto escribe: Marcial Alejandro, un viejo amigo. Y uno –dada la periodicidad a la que, puesto que colaboro en un periódico, estoy naturalmente obligado– siente si no llega un poco tarde al homenaje; y para peor quisiera comenzar como siempre he detestado hacerlo: “Conocí a…” Mas esta vez lo que detiene la pluma, la palabra, el tecleo, no es tanto el inveterado prejuicio sino una pregunta que puede parecer (también) retórica y no me lo parece: ¿Conocí a Marcial? ¿Conoce uno a sus amigos en la ciudad de México, en la que los amigos (al menos en mi situación ocurre) solemos vernos tan poco? Tengo la sensación de que veo y hablo con más frecuencia con amigos de provincia que con los de aquí.
Conozco, sí, aunque no todas, sus canciones. Estuve en tres de sus casas. Conozco y quiero a sus hijos, Marcial (durante tanto tiempo para muchos de nosotros Marcialito
) y Luz. En la mesa de centro de mi estudio tengo un servilletero, probablemente de Olinalá, con el dibujo de una rosa a cada lado, del que él, viendo que me gustaba, se deshizo.
Creo que no se oye mal en el caso de un bohemio tan reconocido decir que compartimos copas, y no pocas por cierto (pero tampoco demasiadas ocasiones), en Jalapa, Guadalajara, Morelia y el DF a lo largo de más o menos 33 años. Y claro que lo escuché cantar, cuantísimo. Y tengo dos de sus cd, ambos recibidos de sus manos; el LP, dedicado, lo presté y nunca regresó.
No soy muy dado al gran o pequeño mundo de los artistas, pero al de la farandulilla
musical (la denominación es de Marcial, quien, precisemos, no le agregaba el adjetivo) no sé qué rara inclinación me ata. Quizá el hecho de que a partir de cierta aún joven edad, cuando con el primero de los dos únicos premios literarios que he recibido (del 71) me dio por comprar una armónica y una guitarra (qué iba a saber yo de guitarras, compré cualquiera), intenté empezar a cantar, cosa que no logré sino (más o menos) con el mucho tiempo.
Recuerdo que Marcial mencionó hace años que yo cantaba horrible. Intenté negociar y le confié que como soy muy nervioso primero cantaba horrible por la tensión, para salir de la cual eran indispensables unos tragos, y que en seguidita, dado que por ello mismo ingería demasiado rápido, cantaba mal porque ya las copas se me habían pasado. Cuando canto bien es pasajero, le dije. Incrédulo, pero amistosamente, sonrió.
Sin embargo, cuando con otros, la mayoría amigos apenas si llegados a la edad del voto, sacamos Quizá en agosto, disco con letras mías, lo programó en Radio Educación. En algún momento, crítico y franco como era, deslizó (no se trataba de mi voz) un comentario: Quizá notaron una desafinación pequeñita (se decía que tenía oído absoluto), pero aquí seguiremos poniéndolo, porque es un disco hecho desde el corazón
.