ara saber si funcionarán las políticas puestas en pie por la administración de Barack Obama es necesario entender la magnitud de la crisis actual. Podemos comenzar comparándola con las recesiones sufridas por Estados Unidos en 1990-91 y 2001. Cada una duró unos ocho meses y la contracción del PIB en cada de ellas apenas alcanzó 1.5 por ciento. En contraste, la recesión actual durará unos 36 meses y la economía de Estados Unidos sufrirá una contracción de por lo menos 6 por ciento, con tasas de desempleo superiores a 10 por ciento.
Aún así, la palabra depresión
sigue sin aparecer en el vocabulario político. Algunos pueden pensar que es justificado, porque en lo más grave de la Gran Depresión la tasa de desempleo en Estados Unidos llegó a 25 por ciento y la caída en el PIB per cápita fue de 45 por ciento entre 1929 y 1933. Sin embargo, con otra métrica es posible observar que la profundidad de esta crisis será comparable a la de 1929.
El primer indicador es el endeudamiento total. En Estados Unidos alcanzó niveles astronómicos y para 2007 el mercado de crédito total había superado el 350 por ciento del PIB (comparado con 270 por ciento en 1930). Es evidente que se necesitará un proceso largo y doloroso para ajustar esos niveles de apalancamiento.
El índice Case-Shiller de precios de casas en Estados Unidos es otro indicador. Se establece con datos sobre ventas de casas y es utilizado por bancos y aseguradoras. Justo antes de la recesión de 1990, el índice de precios unitarios de casas fue de 124. En 2007, justo antes de que comenzara el colapso en los precios de las casas, el índice Case-Shiller había alcanzado 205. Esto revela que el ajuste no será corto y el impacto sobre la economía real será brutal. Hay que tomar en cuenta que 70 por ciento del PIB estadunidense se debe al consumo y que una buena parte de este gasto en las familias se mantuvo financiado por el valor ascendente de los bienes raíces. Además, la evolución negativa del consumo se ve afectada por la falta de crédito y por el desempleo creciente (o la simple amenaza de quedar desempleado).
En el primer trimestre de este año los únicos factores que impidieron un retroceso mayor de la economía estadunidense fueron las exportaciones (ayudadas por la devaluación del dólar) y la acumulación de inventarios en el sector empresarial. Pero el panorama no es bonito: las ventas finales de bienes y servicios bajaron 0.5 por ciento (tasa anualizada y ajustada por inflación), la primera caída en un trimestre desde la recesión de 1991.
El tiempo y las medidas adoptadas para enfrentar la crisis dirán si ésta supera a la de 1929. Por el momento, el gobierno de Obama ha seguido dos caminos en su esfuerzo por atenuar la crisis y superarla. El primero consiste en un poderoso estímulo fiscal. El segundo está dominado por una serie de medidas para rescatar el sistema financiero. Aquí el enfoque predominante ha sido buscar sanear los activos tóxicos en los bancos.
Los dos caminos deberían ser complementarios. El estímulo fiscal podría dar un respiro durante algunos meses, como una inyección de adrenalina. Pero sus efectos pueden irse agotando hacia finales del año y la economía estadunidense podría volver a recaer en la recesión. Sin crédito de los bancos, el multiplicador implícito en ese estímulo fiscal será nulo. La apuesta de Obama y su secretario del Tesoro, Geithner, es que para entonces el crédito bancario esté comenzando a fluir de nuevo para que consumidores y empresas puedan retomar las cosas donde las dejaron en 2007. Pero eso supone que el plan para deshacerse de los activos tóxicos haya tenido éxito. Y esa es la gran apuesta de la presidencia de Barack Obama.
Los optimistas señalan que a hoy 85 por ciento de los receptores de préstamos hipotecarios siguen haciendo sus pagos mensuales puntualmente, lo que significa que muchas de esas hipotecas de mala calidad siguen tendiendo un valor positivo y que de ser adquiridos con recursos del plan Geithner, representan una ganancia. Pero un indicador negativo es que aunque las acciones de los bancos han aumentado de valor desde que se anunció el plan, los títulos respaldados por activos tóxicos (hipotecas subprime) no se han movido del agujero en el que se encuentran.
Los escépticos y pesimistas sostienen que no hay manera de desentrañar el valor de los activos tóxicos. Hasta que eso no se pueda determinar no se sabrá si el plan funcionará, porque si se pagan precios altos el costo fiscal aumenta, y si se ofrecen precios bajos los bancos no aceptarán vender porque caerían en bancarrota. Todo esto se acompaña de otras amenazas para una incipiente recuperación, en especial la cartera vencida en el sector hipotecario comercial.
El punto central es que aún si el plan llega a tener éxito quedan dos problemas. Por una parte, habrá que ver si eso es capaz de restaurar el nivel de consumo. Aún en ese caso, queda por verse cuánto tiempo más puede sostenerse la economía estadunidense jugando el papel de consumidor de última instancia
para países como China y Japón. Ni el estímulo fiscal, ni el saneamiento de los activos tóxicos son una respuesta para este desafío.