o sé por qué desde que empecé a escribir he separado lo que me dicta la cabeza de lo que me dicta el corazón, y lo primero ha resultado en mis ensayos y lo segundo en mis cuentos y mis novelas. Además he sentido que cuando escribo ensayo compito con los escritores hombres, y que cuando escribo narrativa compito con las escritoras mujeres. De esta escindida forma me he incorporado a la carrera de escribir y, aunque también desde el comienzo, por intuición o mediante procesos conscientes, hubiera mezclado las leyes de la cabeza con las del corazón, tanto en lo que han sido mis ensayos como en lo que ha sido mi narrativa, mantener de base la escisión me ha hecho sentir más equilibrada entre mis colegas hombres y mujeres y mejor entrenada en la carrera de larga distancia que es la de escribir.
Debido a esta deformación he nutrido la cabeza con libros, o he creído que mis lecturas han sido el alimento de mi cabeza y que, en cambio, la exploración de mis emociones, así como la observación de la vida a mi alrededor, han nutrido mi corazón. Esto ha sido así a lo largo de casi tres décadas, si parto de mi primera publicación, y cinco, si arranco de mis primeros escritos, que fueron mis diarios, en los que, por cierto, también he jugado de forma escindida, pues según leo en los viejos y no tan viejos cuadernos de una práctica que he mantenido sin interrupción, en algunas secciones o momentos me he dejado llevar por el corazón, atarantado y revuelto como suele ser, y en otras partes u ocasiones me he dejado regir por la cabeza, lógica y asentada.
Así ha sido, y no me he sentido rara ni perdida, puesto que sé que por ejemplo Virginia Woolf también fue así y, en todo caso, cuando me he visto orillada a explicarme este estado de cosas, primero ante mí misma y después ante los demás, incluso he llegado a creer que cuando escribo ensayo soy feminista, y que cuando escribo narrativa soy femenina, como escribí desde 1988 en un ensayo, Motivaciones. En él, dedicado a Mary Wollstonecraft (1759-1797), autora de Una reivindicación de los derechos de la mujer y madre de Mary Shelley, autora de Frankestein, evoco a Katherine Anne Porter, quien dice que, cuando ha mostrado sabiduría, los críticos le han señalado que tiene una mente masculina (o feminista para mí), pero que cuando se muestra tonta e impertinente, cosa que ella recuerda que su amigo el crítico Edmund Wilson observa en ella con frecuencia, entonces le señalan que tiene una mente típicamente femenina. Finalmente, dice que, pese a todo, lo que nunca le ha parecido más que natural es ser mujer.
Pero, aparte de registrar con estos arropamientos algunos de los resortes que me llevaron a escribir mi primer libro de ensayos, Escrito en el tiempo (1985), recordar todo esto es oportuno, porque explica mi escisión entre el corazón y la cabeza, y un poco mis temas, los asuntos del mundo para los ensayos, y los de la vida para los cuentos y las novelas.
Comoquiera que sea, estos recuerdos y razonamientos pululaban en mi mente cuando escribí la presentación de El Complot de los románticos, de Carmen Boullosa, y si me hubiera releído, habría dado una forma más sólida a la hipótesis que expuse: que a las mujeres escritoras inteligentes y cultas la historia no las ha dejado ser mujeres. Luego me fui tras el rescate de la Carmen femenina, atarantada y revuelta al rememorar su infancia, que encontré oculta y casi apabullada por la Carmen feminista, ingeniosa y lúcida en la trama de su nueva novela.
Supongo que no fueron sino razones de amistad las que me llevaron a pretender que Carmen corriera la carrera de larga distancia de escribir, como yo, escindida, por una parte regida por el dictado de su corazón y por otra por el dictado de su cabeza. Pero, por supuesto que no tiene por qué ser así, por más que los otros dos presentadores, hombres, que en sus respectivas presentaciones se ocuparon exclusivamente de la Carmen feminista, parecieron darme la razón.