ondres reunió la semana pasada a los líderes –aunque la expresión parece sobrevaluada– del llamado G-20, que intentaron comprobar lo que pasa en la realidad de la economía y la sociedad globales.
Los comunicados emitidos de la reunión londinense dejan ver que no es fácil para esos líderes escapar del pensamiento convencional que ha dominado el orden económico en las dos últimas décadas.
Una de las decisiones relevantes fue reforzar, mediante multimillonarios recursos, al Fondo Monetario Internacional (FMI) y a los bancos regionales de carácter mundial, como el Interamericano de Desarrollo. Pero hay quienes sostienen que las enormes estructuras burocráticas y los compromisos políticos no garantizan el flujo suficiente, oportuno y bien asignado de esos fondos para provocar la mejoría de las condiciones de la crisis económica.
Las medidas monetarias de los bancos centrales convergen hacia la reducción de las tasas de interés para tratar de impulsar el crédito y la demanda para inversión y consumo.
Los límites por ese camino son estrechos, las tasas ya no pueden bajar prácticamente más y las políticas de gestión del dinero y del crédito son cada vez más ineficaces. Aún no se elimina la posibilidad de una deflación, o bien, que la enorme deuda pública que se está acumulando lleve más adelante a un alto nivel de inflación en las economías más ricas. Ése es uno de los dilemas de la crisis.
El otro dilema es todavía más complejo. Hay una aceptación explícita, aunque no compartida por los gobiernos y los ideólogos más conservadores, de que se requiere de la intervención fiscal y el gasto público para frenar la fuerte recesión en curso y sustentar una eventual recuperación. Así se planteó en Londres. No obstante, la coordinación entre los gobiernos en este terreno es muy débil. La resistencia alemana y el protagonismo francés, así como la posición checa son claros ejemplos.
En la Unión Europea, la discrepancia al respecto es fuerte, y en muchos análisis de la situación política prevaleciente no se descarta por completo que puedan surgir conflictos que fracturen el pacto de integración en esa región.
A eso hay que añadir que puede resurgir el proteccionismo y sigue la parálisis de los acuerdos comerciales de Doha y esto puede llevar a un resurgimiento del nacionalismo y de fuertes fricciones sociales en Europa y otras zonas del mundo.
En Japón la recesión ha vuelto después de la década perdida de los años 1990. En India el crecimiento se ha frenado al igual que en China. Este país tiene ahora un problema financiero de grandes dimensiones. Sus enormes exportaciones a Estados Unidos en el último decenio y la política de mantener barato el yuan –su moneda– con respecto al dólar significó que acumularon miles de millones de dólares que están colocados en bonos del Tesoro de Estados Unidos que ahora tienen un rendimiento por debajo de la inflación.
Los chinos no pueden ahora hacer básicamente nada al respecto puesto que si se deshacen de esos bonos van a precipitar la devaluación del dólar y generar cuantiosísimas pérdidas financieras. Están atados por el cuello a las condiciones de la crisis y con un crecimiento menor de su economía, que puede provocar grandes presiones sociales en ese país y un mayor autoritarismo del gobierno.
En Londres tampoco hubo acuerdos explícitos y aplicables en torno de la necesaria reorganización del sector financiero en cuanto a sus operaciones, alcances y a su normatividad y regulación. Y éste es un asunto clave para recomponer las condiciones económicas a escala global y que no puede dejarse de lado. Las diferencias en este campo son muy grandes entre los gobiernos del G-20.
Entre tanto, en Estados Unidos la situación económica y financiera está aún lejos de estabilizarse siquiera. El desempleo sigue creciendo y se estima que aumentará en los meses que vienen; con ello tardará en recuperarse el gasto de consumo, parte muy relevante de la actividad económica y también la inversión.
La fragilidad bancaria y de otras instituciones de crédito no se ha resuelto y el gobierno seguirá interviniendo con recursos públicos. La otrora poderosa General Motors está al borde de la quiebra, las familias siguen viendo caer el precio de sus casas y muchos las pierden, a pesar de los programas gubernamentales de apoyo.
Las expectativas de que hacia el segundo semestre del año se llegaría a una relativa estabilidad que haría posible el inicio, aunque fuera de una débil recuperación en ese país, se han abandonando. El escenario es el de una recesión más profunda y larga que puede extenderse al 2010.
Las declaraciones del secretario de Hacienda Carstens sobre la participación de México en la reunión del G-20 no ofrece más que la aceptación prácticamente dócil de lo acordado en Londres. Este gobierno no tiene ninguna capacidad propositiva que exponga de manera clara la posición y las necesidades del país. Los recursos de la línea de crédito con la Reserva Federal y el FMI se usan para apoyar el tipo de cambio. Esto contrasta de modo muy notorio con la diplomacia económica de un gobierno como el de Brasil.