Su elegancia y sentimiento han logrado seis indultos a lo largo de su carrera
Dejar de lado egos y sumar experiencia, única salida para el espectáculo, sostiene
Lunes 6 de abril de 2009, p. a38
El pasado 29 de marzo en la plaza El Centenario, de Tlaquepaque, Jalisco, Federico Pizarro realizó una artística faena con un noble toro de Santiago, Lebrijano de nombre, al que a petición del público le fue perdonada la vida. Asimismo, en noviembre del año pasado en Zihuatanejo, Guerrero, su torera labor frente a Bravito, encastado toro de La Joya, obligó a que éste también fuera indultado.
Difícil imaginar que en estos tiempos de pragmatismo y frivolidad extendidos un muchacho de familia desahogada, además inteligente, bien parecido y poseedor de una carismática personalidad, decidiera hacerse torero, se lo comunicara a sus padres, éstos lo apoyaran incondicionalmente y así diese inicio una carrera tan prometedora como incierta en el enrarecido medio taurino mexicano.
La tarde de su reaparición en la pasada temporada grande en la Plaza México, Federico Pizarro (Distrito Federal, 36 años y 15 de alternativa) demostró que volvía por sus fueros con renovados bríos, al cautivar al público con una inteligente y elegante faena a un serio ejemplar de Santa María de Xalpa, por la que obtuvo merecida oreja.
Lejos quedaron los triunfos de novillero ganador del Estoque de Plata o su memorable faena de rabo en la monumental de Insurgentes, así como sucesivos indultos a toros de San Mateo, Celia Barbabosa y Villacarmela. En los años que siguieron, Federico debió poner a prueba su vocación torera, incluso con un alejamiento temporal de los ruedos en los que se dedicó a la actuación, participando en cinco telenovelas y una obra de teatro.
–Triunfos, rabos e indultos, ¿no bastaron para consolidar su carrera?
–Fueron varios factores –señala Federico– por los que el medio taurino me fue alejando, y tras un examen de conciencia personal comprobé que ya no estaba disfrutando los sacrificios que exige ser torero, no obstante que en un solitario viaje a España, sin más apoderado que mis maletas, había logrado torear 11 corridas de toros luego de cortar dos orejas en Fuengirola, provincia de Málaga.
–Tampoco lo atraparon los reflectores y la escena.
–Pero me sirvieron para descubrir mi verdadera vocación, sobre todo el personaje que interpreté en el teatro y que a la postre me ayudó a recuperar mi vida taurina. Ese paréntesis profesional me permitió comparar actividades y aceptar que mi sentido de vida es vestirme de luces y decir mis parlamentos delante de los toros.
–¿Cómo define su tauromaquia en esta segunda etapa?
–Es la misma de siempre, en la línea del sentimiento pero con renovada convicción. Por eso cuando estoy conectado conmigo mismo las cosas se dan; si no hay esa conexión interior, el equilibrio entre inteligencia y emocionalidad se pierde. Ahora, el mejor ingrediente para cualquier tauromaquia es la rivalidad en el ruedo. Gracias a la forma en que me apretaron Fermín Spínola y José Mauricio en Tlaquepaque tuve que dar el máximo frente a ese extraordinario toro de Santiago.
–¿El futuro de la fiesta?
–Lleno de posibilidades si se crea conciencia y se logran consensos, si se dejan de lado egos y se suman esfuerzos y experiencia en beneficio de la fiesta y del público que la sostiene. Y desde luego, respetar la decisión del toro, que es el que pone a cada quien en su sitio –concluye convencido Federico Pizarro, quien el próximo 5 de mayo en Puebla hará el paseíllo con El Juli y Arturo Macías.