l guión de la película de Ingmar Bergman del mismo nombre, segunda parte atípica de Secretos de un matrimonio, es llevado a escena –como en su momento lo fue la primera parte bajo la dirección de Enrique Singer– por Ignacio Ortiz Cruz en traducción de Maja Bentzer. Aparte de sus méritos intrínsecos este montaje, todavía herencia de la gestión de Ignacio Escárcega, alegra por ser una producción de la Coordinación de Teatro del INBA –en coproducción con Cinefilias Producciones Teatrales– cuando esta tarea parecía haberse abandonado, dando cabida en los teatros de la Unidad Cultural del Bosque a toda suerte de reposiciones venidas de otros foros, sin duda por la falta de recursos económicos para hacer producciones propias y nuevas. En la ignorancia, porque la señora Teresa Franco no responde a las demandas que se le hacen, de si habrá o no mayores recursos para que pueda operar la nueva coordinación, habrá que tomar el camino de la santa prudencia, esperar y callar.
El título de la obra se refiere a la Zarabanda de la suite Nº 5 para violonchelo solo de J.S. Bach que habrá de tocar Karin, pero también, si su acepción es parecida a las varias que el término tiene en español, a un lío confuso y de difícil solución. Como sea, nos presenta ese extraño viaje que hace Marianne para encontrarse con Johan en la casa de campo de éste tras veinte años de separación. La mujer, que representa el punto de vista del espectador ante lo que sucede, no explica sus razones, que pueden ser o no el viaje sentimental hacia el pasado para liquidar asperezas y rencores y que la convierte en una espectadora comprensiva (y más que eso, en depositaria de las confidencias sobre todo de Henrik y Karin) de errores y flaquezas del hijo y la nieta de su ex marido. En eso que podría ser un viaje interior de la esposa antaño ofendida al presenciar el dolor de otros, además de las reiteradas alusiones al ejemplo de bondad que fue Ana, la esposa muerta de Henrik le añaden una nueva cuerda de sensibilidad que expresa en el epílogo al ser feliz de haber podido tocar a su hija que sufre de daño cerebral.
Las ambigüedades del original, sobre todo en lo que se refiere a la razón de algunas conductas principalmente la oscura devoción de Henrik hacia Karin –tan parecida a su madre– que sugiere incesto y la apropiación de la vida de la hija por el padre hasta el desenlace propiciado por la aparición de la carta de Ana y los fallidos intentos del abuelo porque salga de esa situación, que nunca sabremos si se deben al amor por la nieta o al odio despreciativo por el hijo que cobra fuerza con la revelación final.
Como ya es casi costumbre en Ignacio Ortiz, dirige con prescindencia de apoyos escenográficos, en un escueto piso irregular de tablones diseñado por el también iluminador Alfonso Sánchez, basándose en el texto que así resuena nítido y en la capacidad de sus actores. Ahora el riesgo es mayor que con Sarah Kane, porque un guión de Bergman está fuertemente enraizado en el realismo de Ibsen o de Strindberg, lo que niega toda estilización. Sin embargo, la fuerza del texto es tal que nos ubica en los diferentes escenarios sin que parezca inverosímil que Johan lea a Kierkegaard concentrado y de pie. El reparto –con vestuario diseñado por Sergio Ruiz– cuenta con la formidable presencia de Laura Almela que interioriza pero al mismo tiempo proyecta las emociones que le producen los avatares y los dolores de sus interlocultores como esa Marianne ya madura y comprensiva. Sergio de Bustamante reaparece en los escenarios sin los excesos actorales de hace algunos años, contenido incluso en el ataque de angustia que sufre Johan, después de todo un muy buen actor en su actualidad. El siempre eficaz Alejandro Calva encarna a un dolido y doliente Henrik, desesperado por el recuerdo de Ana y por el temor de perder a Karin, mientras que ésta es interpretada por Adriana Segura con la mezcla de timidez y de necesidad de abrirse a la mujer mayor porque el peso del secreto y el dominio paterno son excesivos para sus pocos años.