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Economía Campesina con Enfoque de Género
Lorena Paz Paredes 1.- La economía campesina tiene hoy más que nunca alma y cuerpo de mujer . No solamente porque ella es pilar de la reproducción familiar, sino por su aportación como productora de alimentos en el traspatio, la milpa y la huerta, y como protagonista de alternativas sociales a la crisis alimentaria, económica y ambiental que padece el agro. Aporte que no se reconoce, no se ve y no se paga ni en el hogar, ni en la comunidad, pues no aparece como tal ni en el mercado de productos y servicios ni en el de trabajo, y que tampoco es debidamente valorado en las políticas públicas, cuyo sesgo patriarcal ha provocado que se subestime a las mujeres en lo tocante a recursos y programas productivos. Desde hace más de una década el campo se ha feminizado por la migración de los adultos varones. Y eso significa que ha crecido el peso de las responsabilidades económicas, productivas y domésticas para las mujeres que se quedan. Sólo que las quedadas están en desventaja: por ser mujeres tienen limitado acceso a la propiedad de la tierra –en el censo agropecuario de 2007 se registra una mujer con derechos agrarios por cada cinco ejidatarios y comuneros– y a otros recursos naturales como el agua. Además, hay programas públicos con cuota para mujeres, pero pocos tienen realmente enfoque de género. Oportunidades, por ejemplo, que reciben 12.1 millones de beneficiarias, condiciona la entrega de cheques a tareas que remachan roles presuntamente femeninos, como barrer las calles de la comunidad. ¿Qué están haciendo las campesinas ante la carestía de alimentos, ante la falta de ingresos, ante la crisis que a todos nos alcanza? Muchas cosas, pero quizá la más importante es que se esfuerzan por producir comida en vez de compararla y lo hacen de la mejor manera posible: aprovechan los recursos naturales, laborales y económicos de que disponen. De por sí, ellas son las principales proveedoras del hogar: las encargadas de aportar los ingredientes y preparar diariamente la comida; responsables de poner el nixtamal, tortear, cuidar la hortaliza, maicear a los animales del traspatio, juntar leña para el fogón, acarrear agua, lavar, tender, remendar, cuidar a los niños, enjarrar la casa… Pero también de trabajar en la parcela cuando se llega el tiempo de voltear la tierra, sembrar, deshierbar, doblar o pizcar maíz. En los huertos de traspatio, experimentan variados cultivos de verdura y hierbas, y por lo general emplean compostas y establecen cercos vivos. Con frecuencia hacen conservas, dulces, pan, trabajos de costura y otras artesanías. Y todo el tiempo intercambian cosas con los vecinos por medio del comercio y del trueque. Pero a veces, por puro gusto y si no falta en la mesa propia, regalan parte de lo que prepararon o guisaron. También son ahorradoras y pagadoras proverbialmente cumplidas en instancias financieras comunitarias que frecuentemente ellas promueven. 2.- Desde hace más de siete años nació en Guerrero la Organización de Mujeres Ecologistas de la Sierra de Petatlán (OMESP), una organización empeñada en mejorar la vida de las familias y las comunidades campesinas. Se trata de mujeres tanto jóvenes como maduras que luchan por un medio ambiente limpio y saludable, para lo que hacen campañas de limpieza, separan basura, producen planta y reforestan. Y para asegurase la comida, siembran hortalizas y crían animales en sus traspatios intercambiando saberes y semillas, aprendiendo juntas a preparar conservas y abonos orgánicos, a mantener operando una caja de ahorro y préstamo. Pero también se ocupan en defender sus derechos y en luchar contra el machismo y la discriminación. Las familias de la sierra petatleca se dedican a la agricultura de autoconsumo, principalmente de maíz y frijol. Pero gracias a la iniciativa de las ecologistas organizadas están volviendo a sembrar arroz, cultivo que se había perdido. Engordan también algunos animales que son un ahorro que las saca de apuros cuando se presenta una urgencia. Casi la mitad de las familias tiene por lo menos un pariente en Estados Unidos, aunque pocas reciben remesas regularmente. En esta región se migra por lo mismo que en todas las demás: porque no hay trabajo, ni ingresos y campea la pobreza; porque faltan escuelas, clínicas, luz, agua potable… y porque en temporal los caminos se vuelven imposibles y quedan aislados. Pero también porque en la Costa Grande , como en todo Guerrero y en el país, impera la violencia del narco. Hay, pues, muchas razones para que los jóvenes lleguen a la conclusión de que en la tierra donde nacieron no tienen futuro.
Y no es que falten terrenos de labor. Sobran. Pero es monte, ladera con mucha pendiente y suelo erosionado. No todos tienen “trabajaderos” propios, hay ejidatarios que cultivan en su parcela y que prestan tierra o la dan a “medias” a los avecindados sin derechos agrarios, a cambio de que éstos tumben y quemen monte. Entonces, si el avecindado quiere milpa, cada ciclo tiene que desmontar. Para las faenas más pesadas y laboriosas, como la tumba, roza y quema de acahuales, las familias se prestan mano de obra, o “ganan peón”, con lo que se ahorran el pago de jornales. También acostumbran el trueque, por ejemplo de maíz por queso o de verduras por grano, un intercambio solidario renaciente que en estos tiempos de crisis se fortalece. Pero siempre se necesita dinero y muchos trabajan por temporadas fuera de sus comunidades o venden en pequeño para sacar algo de dinero. Pero la principal fuente de ingresos monetarios son los subsidios gubernamentales de Oportunidades y Procampo, que en algunas economías domésticas representa 70 por ciento de los ingresos anuales de la familia. 3.- Aquí, como en cualquier región rural, las mujeres son permanentemente los “peones ganados” del hogar campesino: trabajan mucho, pero a diferencia de los peones contratados a ellas no se les retribuye su esfuerzo. Veamos como ejemplo la jornada de una socia de la OMESP : María se levanta a las seis de la mañana para hacer atole, chocolate o harina batida con azúcar; a las siete, lava trastes, prepara la masa y tortea; a esa hora su hija se va a la escuela. Después barre y más tarde lava ropa. Cada tercer día “enjarra” las paredes con ayuda de su hijo, que acarrea el lodo. A la una o dos de la tarde prepara la comida: siempre frijoles parados, a veces pollo, hace un cajete de salsa de chile y otra vez echa tortillas. También acomoda el nido de las gallinas y recoge los huevos en la tarde. Cuando su marido anda en el trabajadero, ella le lleva el almuerzo: arroz a la morisqueta, frijol y si mató pollo, un guisadito. Cuando hay labor, ella va al arranque de arroz y de frijol, o ayudada por el niño abona la milpa. Antes de cenar, cose ropa o repara canastos. Luego muele nixtamal y remoja la masa, tortea otra vez, calienta frijoles que los niños y el marido meriendan acompañados de un poco de queso. Se acuesta a las 10 de la noche. Y si los hijos o el marido se enferman, les da remedios y consuelo. Al día siguiente, vuelta a lo mismo. Y aunque no es posible calcular en pesos y centavos lo que aportan, un estudio sobre economía familiar de socias de la OMESP , revela que gracias a la siembra de hortalizas en el traspatio, las mujeres abastecen a la familia de carne de pollo y huevos prácticamente durante todo el año, y de verduras y hierbas comestibles que son de temporada, para el equivalente de cinco meses. Con esto diversifican su ingesta y realizan un ahorro en gasto monetario de más de dos mil pesos anuales. Apoyar la economía familiar y mejorar la nutrición diversificando organizadamente el trabajo doméstico de las mujeres, es bueno para la familia, pero puede resultar muy desgastante para ellas. Por eso, en la OMESP el impulso a estas labores corre parejo con la defensa de sus derechos como mujeres y con la lucha por un cambio positivo de las relaciones de género. No se trata de que las mujeres abandonen las prácticas de autoabasto de bienes y servicios que históricamente han desarrollado, y que en tiempos de crisis se hacen visibles y cobran una importancia vital como parte sustantiva de lo que podríamos llamar la dimensión familiar de la soberanía alimentaria. De lo que se trata es de que los hombres compartan con las mujeres las labores domésticas, como ellas lo hacen con los trabajos agrícolas. De lo que se trata es de lograr una división del trabajo más equitativa, pero también el reconocimiento y valoración de un trajín secularmente desvalorizado. |