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El Campo de Batalla Alejandro Nadal La política económica de los 20 años pasados no sólo dio la espalda al campo mexicano. También le declaró la guerra. La ironía es que ahora que ha estallado la peor crisis financiera y económica desde 1929, con repercusiones desastrosas para México, el sector agropecuario podría ser una plataforma para mitigar algunos de sus efectos más negativos. Sin embargo, para que el agro pueda ayudar a revertir la crisis es necesario transformar la estrategia macroeconómica que han seguido los gobiernos neoliberales. Bajo el modelo neoliberal la economía mexicana fue sometida y organizada como un espacio de rentabilidad para premiar al capital financiero. Por eso la política macroeconómica ha estado basada en la idea de que promover el crecimiento y la generación de empleo es desestabilizador y provoca inflación. Bajo el neoliberalismo, el objetivo de la política monetaria es mantener la inflación bajo control. La política fiscal tiene por objeto generar y desviar recursos para el servicio de la deuda y las cargas financieras del régimen (en especial, los rescates bancarios y otros). El esquema neoliberal niega la posibilidad de desarrollar políticas que favorezcan el pleno empleo y por eso cierra la puerta a las políticas sectoriales, ya sea en la industria o en el campo. En este esquema, el crecimiento sólo puede favorecerse por medio del fomento de las exportaciones y de la inversión extranjera directa (IED). Por eso la apertura comercial fue el camino que siguieron los gobiernos neoliberales. El proceso culminó con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), en el que se hicieron todas las concesiones posibles a la IED. La liberalización comercial reservó una triste suerte para el sector agropecuario. Los neoliberales siempre vieron al campo como devorador de recursos fiscales que podrían ser mejor usados para pagar las cargas financieras del modelo. Los subsidios al campo debían ser eliminados: el mejor pretexto fue la supuesta incompatibilidad con la apertura de mercados. Pero el Acuerdo sobre Agricultura de la Organización Mundial de Comercio, con todo lo malo que tiene, sólo prohíbe los subsidios que considera “distorsionantes” de precios, mismos que pueden ser remplazados por apoyos directos al ingreso. El modelo neoliberal mexicano fue más lejos y recortó casi todos los apoyos al campo. Las obras de infraestructura de todo tipo se desplomaron, el crédito agrícola sufrió un colapso mortal y los apoyos al ingreso (Procampo) perdieron su valor en términos reales mientras el número de beneficiarios se redujo significativamente. Todo esto se produjo en el contexto de una fuerte caída en los precios de los productos agrícolas. La pérdida en el ingreso de los productores ha sido notable en estos años. Al mismo tiempo, la infraestructura de transporte y almacenamiento fueron entregadas a las grandes corporaciones que dominan el comercio de productos agropecuarios. Por eso es importante observar que cuando los precios de algunos productos experimentaron alzas (como en 2008), los beneficiarios no fueron los productores directos. En el modelo neoliberal el campo tenía asignada una doble misión. Por un lado, tenía que seguir proveyendo la mano de obra barata que permite deprimir la norma salarial del sistema. Por otro lado, se suponía que la apertura comercial llevaría aparejada un fuerte incremento en las exportaciones de ciertos cultivos (algunas frutas y hortalizas). Estas exportaciones no han podido contrarrestar ni de lejos el déficit crónico en la balanza comercial. Hoy el modelo neoliberal en México sufre el colapso provocado por la crisis global y es necesario aprovechar esta coyuntura para reemplazarlo. El campo mexicano puede ser la clave para revertir la crisis por ser un fuerte generador de empleo que permite obtener fuertes ganancias de productividad en el corto plazo. Además, es clave para aumentar la oferta de alimentos y materias primas para la industria, y para mejorar el saldo de la balanza comercial. El apoyo al campesinado mexicano debe fortalecer la vía de la agricultura sustentable. Pero no es posible apoyar el campo si no se redefinen los objetivos de la política monetaria y se regula la actividad bancaria. Tampoco será posible si no se reorganizan las prioridades de la política fiscal y se acepta la necesidad y la urgencia de una política sectorial bien diseñada y aplicada. Hay que entenderlo, la verdadera batalla se ganará sólo si se cambia el rumbo de la política macroeconómica. |