a impresión es que al presidente Felipe Calderón y a su equipo les cuesta mucho trabajo gobernar. Predomina la idea, falsa por cierto, de que se puede controlar una situación económica y social cada vez más degradada en el país mediante la sola voluntad presidencial, a la que se pliegan con disciplina prusiana los miembros de su gabinete y sus otros colaboradores. Pido licencia para recordar la muy mentada sátira de cuando el señor presidente preguntó la hora y su ayudante más cercano le respondió: la que usted quiera.
La grisura del gabinete es cada vez más notoria y poco ayuda ese hecho al trabajo de gobernar. Hay secretarios de Estado de los que es difícil incluso recordar quiénes son o, más aún, darse cuenta de qué es lo que hacen. En cambio predominan las figuras más añejas, de distintos signos y muy controvertidas de la política mexicana de varias décadas que mantienen un férreo control de sus espacios, sean éstos sindicales, partidarios o políticos.
De eso sí que se dan cuenta todos a diario en ámbitos como la educación, el petróleo, la electricidad, las finanzas públicas, la política monetaria, los gobiernos estatales y municipales y en el caso del Congreso. Las evidencias son aun mayores ahora que se acercan las elecciones de medio término de esta administración.
La debilidad presidencial se manifiesta en su entorno más cercano. La actitud del ex secretario Luis Téllez es un ejemplo. Su trabajo en el gobierno viene de muchos años atrás: fue subsecretario de planeación en la Secretaría de Agricultura con Carlos Salinas, director de la Oficina del Presidente con Ernesto Zedillo, y luego secretario de Energía en ese mismo gobierno. En 2000, cuando el PRI perdió las elecciones, se fue al sector privado como vicepresidente ejecutivo de la compañía DESC y se unió al Grupo Carlyle como director administrativo para identificar oportunidades de compras e inversiones en México.
El caso es que el grupo Carlyle, que maneja un volumen enorme de inversiones, genera fuertes polémicas en Estados Unidos y muchas otras partes por la manera de operar aprovechando los fuertes contactos y favores políticos que tiene. Emplea a personajes como el ex presidente Bush primero, James Baker, de larga trayectoria en los gobiernos de Washington desde la era Reagan, a John Major, ex primer ministro de Gran Bretaña, y a ex miembros de las fuerzas armadas. Sus campos de acción son contratos de defensa, telecomunicaciones, propiedades y servicios financieros. Ha hecho enormes negocios con contratos conseguidos con el gobierno de Bush segundo para la reconstrucción de Irak. Se considera que existen muy grandes conflictos de intereses en la operación de dicho grupo.
Pasar de ahí a la Secretaría de Comunicaciones no es un asunto casual en el caso de Téllez, y entraña, igualmente, grandes conflictos de intereses que asumió a sabiendas el gobierno actual. Las indiscreciones de Téllez, si es que eso fueron, grabadas desde su teléfono celular, llevaron finalmente a su remoción del gabinete. Debía haber sido por su pobre desempeño, de tantos años. De todos modos fue retenido como asesor económico del presidente, ¿para qué? Esto no deja de llamar la atención, pues su carrera en el gobierno no resiste su permanencia. Es que nadie puede dejar la teta del presupuesto público e irse a su casa.
La Secretaría de Comunicaciones y Transportes es un área clave de la administración de la economía mexicana, pues atiende procesos que tienen que ver con la administración e integración del territorio, los problemas tecnológicos de las telecomunicaciones, y tiene que ver con los sistemas de transporte aéreo, marino y terrestre. Todo esto es crucial para el desarrollo económico y el incremento de la productividad. Vaya, es un asunto esencial para la modernidad de este país.
Los atrasos en este campo son muy grandes. A Téllez lo remplaza Juan Molinar, hombre de experiencia política más corta y también discutible, con estilo ostentoso para plantear sus posiciones personales o ideológicas y partidarias como miembro del PAN.
Su paso como director del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) durante escasos 27 meses no fue distinto o incluso más gris en general respecto a la manera como se ha manejado esa institución por mucho tiempo en cuanto a los servicios que presta, sus relaciones laborales y su fragilidad financiera. Su estilo, una vez más, fue autoritario y con la consabida práctica del cuatismo que afectó áreas claves no sólo en la parte médica, sino en otras, como la investigación, que tanto rezago tiene en el país. Así lo hacen constar los nombramientos que se hicieron, la improvisación en diversas áreas de operación clave en una institución de seguridad social del tamaño y relevancia del IMSS. Su administración afectó a muchos empleados incluso de larga trayectoria en el instituto sin que hubiera una clara política de gestión. Nada nuevo frente a las prácticas más añejas de la alta burocracia, no importa el color del partido al que estén afiliados en un momento determinado.
Como ocurre en México, un funcionario que se mantiene tan cercano al presidente, como Molinar, resulta que tiene grandes méritos y capacidades. Pero quién sabe si tiene dotes para la negociación política de dientes afilados como tiburones en el sector de las comunicaciones y del transporte que hay entre los participantes del sector y entre ellos y el Estado. Los intereses económicos son enormes. Pero aquí todos son capaces de hacer cualquier cosa, aunque convendría que el responsable supiera de temas como los kilohertz, la banda ancha, el sistema carretero y su gestión o las distintas clases de redes de interconexión; en fin, la lista es demasiado grande.
El trabajo de gobernar no puede confundirse con tener una chamba o rodearse de aquellos que, en aras del poder, le dan al presidente la hora que quiere.