l proyecto teatral Azteca Teatro, si hijo de la televisora del mismo nombre, aparece como mucho más refinado que su empresa madre. El director Raúl Quintanilla realizó con Fresas en invierno de la dramaturga quebequense Evelyne de Chenalière –en traducción de Mauricio García Lozano– una inteligente maniobra que nada tiene que ver con la baja calidad que la empresa de TV ofrece en las pantallas chicas y al mismo tiempo no sería rechazado por el sector de clase media alta que pudiera ver su programación televisiva. Por su estructura y por su montaje escénico, Fresas en invierno tiene una cierta sofisticación que evade la rutinaria clasificación de teatro comercial como teatro sin valores y, al mismo tiempo, su contenido es tan inocuo socialmente como mera comedia de enredos (la diatriba de Roberto contra las universidades privadas y los alumnos que acoge se sale del contexto general de la obra) que puede ser aceptado por todos, porque el tema amoroso es un tema prevaleciente en la literatura dramática.
La gracia de la comedia de Chenalière estriba más que nada en el juego de narrar recuerdos que por momentos son escenificados y la presencia casi constante de los cuatro personajes aunque las escenas sean sólo entre dos, siendo los otros testigos mudos, estructura que impide reparar en que no siempre son verosímiles todos los personajes, mentiras justificatorias aparte. Las entretelas se develan y los enredos se desenredan ensamblando las piezas del rompecabezas, en un final propio de comedia. Quintanilla ya había dirigido ese tipo de rejuegos con una obra mucho más interesante, La casa suspendida de Michel Tremblay, y su desempeño es cabal con el nuevo texto que ofrece en un escenario con público en dos de sus lados, con escenografía de Philippe Amand, que da los tres espacios, el hotel, el restaurante y la casa de Bernardo sin más que un cambio de lugar del moblaje. Existen dos elencos para los cuatro personajes y en la función que vi actuaron con su habitual eficacia Ana Serradilla, deliciosa como Sofía, Karina Gidi, intensa y nostálgica como Lea, Víctor Hugo Martín que encarna al enamorado Bernardo y Luis Miguel Lombana como el antiguo profesor Roberto, todos con el vestuario diseñado por Cristina Sauza.
En otro contexto, los hermanos Antonio y Javier Malpica ofrecen una comedia musical con grandes intrusiones de chistes políticos que ocurre en 1995, el año del error de diciembre
que lo mismo podría ser este año por la situación que se atraviesa. Crisis, modelo para armar es una regocijante comedia con una gran entraña urbana y popular que también ofrece diversas escenas en tiempo no lineal que al final encontrarán su lugar en el tablero de las relaciones humanas. Tiene música agradable y escenas desternillantes, con el ingenio de los dos Malpica –Javier dirige la escena y Antonio la parte musical– para dar a los escenarios que propone Edyta Rzewuska –con los elementos mínimos– su toque de gracia y significado, con los solos de los actores cantados como en sesión de terapia o manejando los títeres del león y la jirafa –debidos a Marco Antonio Alba, Gatipititerelandia– o los coros de la iglesia en la escena de las dos cuñadas. El sencillo vestuario –blue jeans, camisetas y tenis– se convierte en un elemento más de chiste por las leyendas que ostentan las camisetas y que sería prolijo reseñar. Crisis, modelo para armar es un muy buen ejemplo de comedia musical a la mexicana, con chistes a veces muy carperos pero siempre atinados en su incisiva intención política y que incide en temas difíciles como la elección sexual, el cáncer o la madre castrante, con el desafío de no contar con más recursos que el chiste del texto que muestra los efectos de la crisis incluso en las situaciones amorosas, un trazo chispeante, música agradable y la presencia de un buen reparto de actores y actrices cantantes y buenos cómicos: María Sandoval como Alicia, Roberto Cravioto como Bernardo, Paola Mingüer como Carla, Marco Antonio Bórquez como Daniel, Rubén Martínez como Emilio, Maru Barrios como Fernanda y Arturo Valdemar como Gustavo.