atar siempre es asesinar, planteaba el escritor húngaro Georgy Konrad. De ser así, las guerras las pelean asesinos reales o en potencia. Suena excesivamente severo. ¿Qué le queda al oprimido cuando se rebela y resiste, y su opresor le tira a matar? El oprimido decide no dejarse y responde. Así de simple, en cualquier lugar del mundo. ¿Eso lo convierte en asesino? Konrad diría que sí.
La propaganda justifica las guerras buenas
y sataniza las malas
. Pero lo que para un bando es bueno, para el otro es malo, y viceversa. Las guerras, por frías, realistas y científicas que se pretendan, siempre desembocarán en la irracionalidad, el odio y la venganza. La humanidad no ha aprendido a ser pacífica, y aún en las naciones más civilizadas
, la tentación bélica está allí. Sobre todo cuando se trata de dominar.
Tanto como otras guerras actuales, más atroces, y hasta menos justificadas
, el llamado conflicto palestino-israelí
cumple con esta caracterización. Entonces, ¿es posible cuestionar al bando israelí, con todo lo injustas y reprobables que sean sus acciones (empezando por sus invasiones), y minimizar la determinación de su enemigo Hamas, cuya intención es destruir a Israel? Comparten ese proyecto los sectores más intolerantes del mundo árabe, dispuestos al terrorismo
como instrumento de una guerra santa
. Ninguna guerra es santa.
El terreno es resbaloso. La identificación negativa de judíos con la burguesía capitalista, o sea, enemigo del pueblo
, no es nueva. El mismo Marx, en un desafortunado texto temprano, El problema judío, cayó en esa simplificación, influido por el clima germánico de su tiempo. Por fortuna no insistió en sus obras mayores, y para el caso resultó más lúcido y oportuno Federico Engels con el Anti-Dühring.
Hoy se acusa de antisemita
a la izquierda que defiende los derechos palestinos, ubicada en un doble filo: toma partido por el débil, el explotado, el despojado, pero trivializa el concepto de víctima
bajo una idea no siempre rigurosa de lo justo
. Culpar a los malditos judíos
, a todos, resulta cómodo, y prende
.
En su discurso de aceptación del Premio Jersusalén en 2000, bajo el canettiano título La conciencia de las palabras, Susan Sontag repitió una espinosa disyuntiva que ya antes la inquietaba: ¿justicia o verdad? Y nuevamente eligió la verdad, lo que no resulta simple ni obvio. Ella, que nunca pretendió quedar bien con nadie, reconocía los motivos de Israel para defenderse, mas no para atacar, castigar indiscriminadamente ni despojar (más aún) al vecino-hermano pueblo palestino.
“Creo que la doctrina de responsabilidad colectiva, como justificación del castigo colectivo, nunca se justifica, militar ni éticamente. Me refiero al uso desproporcionado del poder de fuego contra civiles, la demolición de sus casas y la destrucción de sus huertos y bosques, deprivación de su subsistencia y el derecho de empleo, educación, servicios médicos, acceso sin trabas a los poblados vecinos, todo como castigo por su actividad militar hostil.
“No habrá paz mientras no dejen de plantarse comunidades israelíes en los Territorios, y se proceda –más pronto que tarde– al desmantelamiento de estos asentamientos y al retiro de las unidades militares desplegadas para protegerlos.”
Más adelante, al presentar la medalla Óscar Romero (El coraje y la resistencia), concedida en 2003 al disidente israelí Ishai Menuchin, Sontag insistió en su punto, sin regatear reconocimiento a la resistencia interior en Israel ni el mérito de los soldados objetores de conciencia: “Un país herido y temeroso, Israel, atraviesa la mayor crisis de su turbulenta historia, causada por su sostenida política de incrementar y reforzar los asentamientos en los territorios ganados después de la guerra árabe-israelí de 1967. La decisión de sucesivos gobiernos israelíes de retener los territorios del Banco Occidental y Gaza, y por tanto negando a sus vecinos palestinos un Estado propio, es una catástrofe –moral, humana y política– para ambos pueblos. Los palestinos necesitan un Estado soberano. Israel necesita un Estado palestino soberano.
Aquellos en el resto del mundo que deseamos la sobrevivencia de Israel no debemos, no podemos desear que sobreviva no importa qué, no importa cómo. Guardamos especial gratitud por los valerosos testimonios de israelíes periodistas, arquitectos, poetas, novelistas, profesores y otros que ha descrito y protestado y militado contra el sufrimiento de los palestinos que viven bajo los cada vez más crueles términos del yugo militar y las anexiones de los colonos.
(Ambos textos de Sontag, de necesaria lectura, se publican póstumamente en At the Same Time, Hamish Hamilton, Londres, 2007, editado por su hijo David Rieff.)