Creciente interés del turismo extranjero en el carnaval de Coyolillo
Lunes 2 de marzo de 2009, p. 34
Coyolillo, Ver., 1º de marzo. Descendientes de esclavos traídos de África para trabajar en la hacienda cañera de Almolonga, los habitantes de este pueblo fundado por libertos –antiguamente llamado Santa Rosa de Coyolillo– celebran un carnaval único en Veracruz.
Con máscaras de animales hechas de madera, capas, tocados multicolores y campanas rústicas, decenas de niños y adultos afromestizos corrieron ayer por las polvosas calles de Coyolillo para celebrar, como sus ancestros, la liberación y la dicha de estar vivos.
Al llegar a las casas preguntan: ¿Qué tienes, comadrita?
, y la anfitriona ofrece chiles rellenos de picadillo, tortas de calabaza y plátano dulce, monedas o aguardiente.
Según las escasas referencias existentes, Coyolillo se fundó a principios del siglo XVII. Sus ancianos, entre ellos Sotero Carranza y Genaro López, cuentan historias transmitidas por generaciones, que relatan que el carnaval comenzó pocos años después de que nació el pueblo.
La fiesta era poco conocida y apreciada en Veracruz, pero comenzó a despertar interés y desde hace cinco años la promueven las autoridades estatales y el ayuntamiento de Actopan, municipio al que pertenece este poblado de más de 2 mil habitantes, dedicados principalmente a la siembra de maíz, mango, café y tomate.
Mientras aumenta su fama nacional, los coyolenses se familiarizan con el creciente turismo extranjero, que acude el primer martes y el último día del carnaval, que fue este domingo.
A los visitantes les admira que se regale comida, tradición que, según los lugareños, data de hace más de dos siglos.
La comida es para compartirse
, dice Margarita Pérez, quien ofrece junto con Eufemia Carreto patas de cerdo capeadas y tortillas hechas en fogón de leña.
Este año el rey del Carnaval fue Omar López, de 17 años: mulato blanco de grandes ojos verdes y risa fácil, desbordante de vitalidad. Estoy muy orgulloso de ser de Coyolillo, de tener esta raíz negra.
Su abuelo y otros viejos le contaron que hace más de un siglo el carnaval se hacía bajo una enramada de hojas de plátano, hasta donde llegaba la gente disfrazada y comenzaba el baile con sones típicos e intercambio de parejas. No había rey ni reina, pero la diversión era igual.
En Coyolillo todos entran y salen como en su casa, invitados al otro festejo: el de las mujeres en sus modestas cocinas, ricas en olores y sabores.
Octavio López Zaragoza es artesano y desde hace décadas, al igual que su padre y abuelo, es uno de los disfrazados
–como les dicen aquí– o negro
, como los llaman en otros pueblos. No ignora el progreso ni pasa con indiferencia por la cibertiendita, pero cree más importante fundar una casa de cultura y recibir apoyo oficial para la hechura de las máscaras, a fin de preservar la tradición.