espués de su apoteótico discurso sobre el estado de la nación
, Obama confirma su decisión de llevar a Estados Unidos por una senda progresista, cuyo punto de arranque es la conversión de su fuerza electoral en un vector de transformación política y moral que saque a Estados Unidos del pantano de corrupción e irresponsabilidad a que lo llevó la era de Bush hijo. El presupuesto de Obama, escribe Paul Krugman en The New York Times, representa una ruptura profunda no sólo con las políticas de los últimos ocho años sino con las tendencias políticas de los últimos treinta. Si puede conseguir algo como el plan que anunció el jueves ante el Congreso, Obama pondrá a América en un curso fundamentalmente nuevo
.
Apoyado en buenas prioridades y proyecciones plausibles
, Obama anuncia la posibilidad de una nueva era para la economía política internacional, en medio de unas caídas productivas y financieras alucinantes que han llevado a economistas de la talla de Stephen Roach a hablar de una recuperación anémica
, que durará largos y crueles años antes de dar lugar a un nuevo esquema de crecimiento sostenido en nuevas bases institucionales y productivas. La cooperación internacional reaparece como componente indispensable de una recuperación que concrete las expectativas de Obama y los suyos, ahora compartidas por medio mundo, o mundo y medio, si contamos a China.
El banquete de la prosperidad ininterrumpida, pronosticado hasta el delirio por la fantasmagoría de Greenspan y su nueva economía, hizo mutis ante el recurrente cuadro de una última cena que no acaba de terminar. Lo que cada día es más claro, es que sin nuevos formatos y tejidos cooperativos el mundo no podrá darse un orden económico que ofrezca dosis mínimas de congruencia y certidumbre a miles de comunidades laborales e inversionistas surgidas de la globalización o sobrevivientes de sus embates, así como a los propios poderes financieros que quedan, y sin las cuales la decisión fundamental del crecimiento, la inversión, seguirá en el clóset o en los sótanos bancarios.
Quizás, la iniciativa americana de resucitar la economía mixta sobre bases más amplias y sólidas, en la que el trabajo organizado deje de ser el problema para ser parte de la solución
, como propuso Obama, abra brecha y lleve al mundo a reconocer la centralidad del esfuerzo humano, en un planeta dominado por la paradoja de una extensa proletarización y el intenso declive del trabajo como fuerza organizada, imaginario colectivo o referencia cultural. Quizás, también, la alianza zurcida entre los demócratas y los sindicatos americanos abra el campo para que en estos lares la presencia de Gamboa Pascoe deje de ser anécdota cinicona y, simplemente, sea motivo de vergüenza nacional. Quizás, por último, pero no al último, al calor de este nuevo trato con el trabajo el rechazo local a la corrupción sindical ambiente deje de ser pretexto para que tecnócratas y liberales renacidos insistan en confundir abuso de poder y servidumbre burocrática con monopolio
de la ocupación o del ingreso.
La de Obama puede ser apenas la voluntad de un ganador que sin transiciones tuvo que descubrir el peso de los intereses creados y la contumacia de unos neoindocumentados que no parecen dispuestos a asumirse náufragos de Wall Street sino indomeñables amos del universo
en medio del saqueo de la fortaleza y el derrumbe de sus murallas. Pero que su postura y mensaje trae aire fresco es innegable, incluso en estos páramos vueltos urbe desolada que nos abruma y enceguece.
La recepción azteca de la invitación obamita a un nuevo viaje de esperanza y confianza en las posibilidades de la acción colectiva no es en México una ceremonia festiva, ni siquiera de relativo alivio. La recesión abate los de por sí miserables índices de ocupación formal y la industria vive una caída libre. Las reservas se evaporan en defensa del peso y su uso se presenta como el más improductivo en ausencia casi total de planes de inversión o de mantenimiento y conservación de lo existente. Las empresas grandes y medianas crujen y se ahogan por falta de financiamiento, mientras el gobierno acosa a los trabajadores mineros, reclama una reforma laboral que abarate el despido en medio del desempleo masivo y se empeña en dar la palabra a Germán Martínez en homenaje a la política del desperdicio.
Lidiar con los fantasmas ominosos de esta Comala reconvertida en pueblo interminable requerirá de algo más que de las bravatas de quienes hoy son tributarios del miedo a gobernar
(Carlos Arriola) del panismo originario, pero tratan de esconder su pavor con una leyenda negra a modo que, al tragársela, devino el más agresivo festival de corrupción e irresponsabilidad de que tengamos memoria.
Tal para cual, Fox le rindió tributo y obediencia a su hermano mayor y tradujo la tragedia americana en farsa de sacristía. Qué extraños cánceres descubre el presidente en la soledad de su peregrinar.