¿La fiesta en paz?
■ Limpia de corrales
¿Qué pecado cometieron estos toreros para que les echaran tan bochornoso desfile de mansos?, preguntó un aficionado al concluir la desastrosa corrida del aniversario 63 de la Plaza México, escenario que en otros años llegó a registrar casi llenos, si bien con la participación de Hermosos, Ponces, Julis y toritos de la ilusión.
Esta vez, no obstante que se anunció a seis coletas, cinco de ellos triunfadores del presente serial, y a pesar de que el festejo fue a beneficio de la Cruz Roja, la “nueva” gerencia de la monumental decidió corresponder a la entrega y torería de esos diestros con media docena de ejemplares de otras tantas ganaderías, descastados todos y chicos los más. También por eso apenas hubo media entrada.
Lo que en términos taurinos se conoce como limpia de corrales o aprovechamiento emergente de aquellas reses que por falta de trapío o exceso de éste han permanecido en los corrales de una plaza por largo tiempo, dando lugar al término “corraleado” para referirse al comportamiento incierto o francamente manso de estos toros, vueltos sedentarios.
Demasiadas goteras mostró la cabaña brava mexicana o, si se prefiere, la mansada que atinó –es un decir– a seleccionar la empresa para su fecha de gala. Uno de Javier Garfias con sentido y sin posibilidades de lucimiento para Manolo Mejía; otro de Barralva de ofensiva cornamenta y peor estilo que lidió con su habitual pundonor Uriel Moreno El Zapata y un castañito de Los Encinos, alegre en el primer tercio pero que se paró en el último, y con el que sólo lució el capote mágico de Jerónimo.
Fermín Spínola cubrió lúcidamente los tres tercios ante un toro geniudo y huidizo de San José, con el que “tragó” sin andar a la trágala, dejando al final una soberbia estocada que le valió merecida oreja. “El padre con duende y el hijo con dengue”, se expresó un maloso de José María Manzanares, aludiendo a su reciente dolencia y a su imposibilidad de lucir con un deslucido novillo de Teófilo Gómez.
El enésimo manso, ahora de Xajay, correspondió al extremeño Miguel Ángel Perera, sin toro aborrecido, posturas efectistas ni quietismos a granel, sino poseedor de las cuatro ces: convicción, cabeza, corazón y cojones. Volvió a jugar al toro y se llevó otra oreja en su espuerta.
Afortunadamente nadie se atrevió a ocupar el palco de ganaderos. Miles de mentadas habrían derribado el techo de concreto tras este nuevo alarde de anticelebración taurina