Editorial
Detener el terrorismo de Israel
En una jornada particularmente violenta de la incursión militar contra la franja de Gaza, y en momentos en que en Tel Aviv el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-Moon, procuraba convencer de la urgencia de un cese del fuego a la canciller de Israel, Tzipi Livni, el ejército israelí lanzó ayer disparos de artillería y bombas de fósforo blanco contra una sede de la agencia de la ONU para los refugiados en la que se encontraban, además de 700 personas, parte de las escasas provisiones que la población civil necesita en forma desesperada. Asimismo, las fuerzas agresoras bombardearon e incendiaron un hospital de la Media Luna Roja en el que había medio millar de individuos, incluido personal médico y paramédico, y atacó un edificio que alberga las corresponsalías en Gaza de la agencia Reuters y de las cadenas televisivas Al Arabiya, MBC, Sky News, Fox y RTL; en otra acción criminal, los ocupantes asesinaron a Said Siam, quien fungía como ministro del Interior en la franja. Ayer mismo, la marina de guerra israelí impidió la llegada a esa región del barco Free Gaza, cargado con varias toneladas de ayuda humanitaria destinada a la población cercada y diezmada.
El mensaje que las autoridades de Israel envían al mundo con estos atentados bárbaros, que merecen cabalmente la calificación de terroristas, es nítido: el objetivo de su aparato militar no son únicamente los dirigentes y militantes de Hamas, sino el conjunto de la población palestina. En Gaza, A Tel Aviv no le basta con asesinar civiles, sino que está dispuesto, además, a dejarlos sin alimentos, sin hospitales ni medicinas, sin médicos, enfermeras y ambulancias, sin agencias de ayuda internacional capaces de auxiliarlos y sin medios informativos que puedan dar testimonio del exterminio en curso. Por otra parte, no puede ignorarse que el ataque al local de la ONU en Gaza, perpetrado justo en momentos en que el máximo funcionario del organismo se entrevistaba con los gobernantes que han planificado y ordenado la carnicería, constituye una bofetada a la comunidad mundial y a los más elementales principios de legalidad internacional. Con la cadena de atentados realizados ayer en Gaza, el régimen de Tel Aviv confirma que para él no existe en el planeta otra norma que no sea el imperio de la fuerza.
Semejante mensaje, procedente de un gobierno dotado de un arsenal nuclear y de un aparato bélico tan arrasador como se ha visto en Gaza, tendría que encender los focos de alarma en los gobiernos que, por su abierta complicidad con Israel (Estados Unidos) o por su pusilanimidad pragmática (Unión Europea, Rusia, China) se han negado a desempeñarse con firmeza ante la furia genocida que se aplica contra los habitantes de Gaza, los cuales han sido entregados por el que se proclama “mundo civilizado” a una maquinaria bélica tan poderosa como homicida.
Los principales estamentos del poder planetario deben abandonar a la brevedad la complacencia y la doble moral con que han venido actuando ante el Estado israelí y darse cuenta de que la masacre en curso en Gaza sienta un precedente nefasto y peligroso a partir del cual Tel Aviv podrá consumar el exterminio físico del pueblo palestino o, cuando menos, reducirlo a algunas reservas territoriales como las que los anglosajones establecieron en el actual territorio de Estados Unidos para enjaular a los indígenas originarios de América. Más allá del conflicto de Medio Oriente, cualquier gobierno podrá, con este precedente, atentar contra dirigentes de otra nación y alegar que se trata de una medida de “autodefensa”; podrá atacar a personal y a sedes de organismos internacionales y aducir, a posteriori, que se trató de un “grave error”, como afirmó ayer mismo el ministro de Defensa de Israel, Ehud Barak; podrá diezmar e incluso exterminar a las poblaciones que le venga en gana; todo ello, a condición de que cuente con los medios materiales para realizar ésos y otros propósitos criminales y que cuente con el respaldo financiero, diplomático y militar de Estados Unidos para perpetuar su impunidad.
Si existe algún interés por impedir semejante regresión a la barbarie, es urgente que sociedades y gobiernos del mundo manifiesten por todos los medios lícitos su repudio a los crímenes de guerra de Tel Aviv, cuya gravedad justifica incluso la adopción de medidas tales como la suspensión de relaciones diplomáticas y la congelación de los intercambios comerciales con Israel. De otro modo, se estará dando carta blanca al terrorismo como instrumento de gobierno y al exterminio como herramienta de relaciones exteriores.