Detrás de la guerra, el mal archivo
Han transcurrido 21 pavorosos días desde que comenzó la guerra en Gaza. La frase crisis humanitaria se queda, por mucho, corta para describir el infierno que viven los habitantes de esa franja.
La realidad, hasta donde nos es permitido conocerla, sobrepasa la peor ficción. Los acontecimientos y la tragedia la desbordan, el lenguaje se ve rebasado y la conciencia no alcanza a procesar lo que presenciamos; la racionalidad y la cordura no encuentran asidero posible.
A pesar de que la historia, aparentemente, ha dado cuenta de episodios bélicos anteriores de estos acontecimientos, no sólo parece no servirnos de algo, peor aún, no hemos entendido nada. Más bien pareciera que ni siquiera se ha registrado en la memoria, como si no hubiese dejado huella ni inscripción alguna. ¿Cómo intentar dar cuenta de semejante fenómeno?
Si el asunto se juega entre las coordenadas de la memoria, la repetición, el olvido, la destructividad y la muerte, una referencia obligada es el pensamiento freudiano articulado con las reflexiones de Jacques Derrida en torno al concepto de Freud acerca de la pulsión de muerte que el destacado filósofo francés enlaza al asunto del archivo y la memoria.
Ante el hecho de abordar en la actualidad el concepto de archivo, Derrida hace el siguiente planteamiento, que resulta de lo más pertinente ante la parafernalia de estos 21 días que nos dejan de llenos de congoja.
Sin ambages, el pensador francés califica los desastres del fin del milenio como archivos del mal y, al respecto, concluye: “... archivos del mal disimulados, destruidos, prohibidos, desviados (reprimidos)”.
Su tratamiento es a la vez masivo y refinado en el curso de guerras civiles o internacionales, de manipulaciones privadas o secretas. Nunca se renuncia, en el inconsciente mismo, a apropiarse de un poder sobre el documento, sobre su posesión, su retención o su interpretación.
El asunto del archivo y la memoria resulta en extremo complejo. Derrida empieza por cuestionarse si no habría que comenzar por intentar puntualizar el asunto del archivo y se pregunta: “¿No es preciso comenzar por distinguir el archivo de aquello a lo que con demasiada frecuencia, en especial a la experiencia de la memoria y el retorno al origen, más también lo arcaico y lo arqueológico, el recuerdo o la excavación, en resumidas cuentas la búsqueda del tiempo perdido? Exterioridad de un lugar, puesta obra topográfica de una técnica de consignación, constitución de una instancia y de un lugar de autoridad (el arconte, el arkheion, es decir, frecuentemente el Estado, e incluso un Estado patriárquico o fratiárquico), tal vez sería la condición del archivo”.
Con esta propuesta enlaza el sicoanálisis y la problemática del archivo. Para él, el texto freudiano insiste sobre la teoría de la archivación (Eindruck, druck, drücken). Para Freud esa archivación no sería sólo pérdida, sino a decir de Derrida, resultaría más bien una tesis irresistible, ya que apuntaría a una perversión radical, a la diabólica pulsión de muerte, de agresión, de destrucción, como consecuencia, una pulsión de pérdida.
Freud, en 1920, en su texto Más allá del principio del placer introdujo el concepto de pulsión de muerte, esa pulsión de destrucción, en palabras de Derrida de destrucción en la economía, o mejor dicho, en la aneconomía síquica, la parte de este gasto en pura pérdida. Esta pulsión, de obrar silencioso parece nunca dejar un archivo que le sea propio. Trabaja, según interpretación del filósofo francés, para destruir el archivo: con la condición de borrar, más también con el fin de borrar sus “propias” huellas.
Ello conduce al olvido, a la amnesia, a la aniquilación incluso del archivo, “como memorias de la muerte”. La pulsión de muerte es lo que más tarde Derrida llamará mal de archivo.
Las imágenes, los acontecimientos, los argumentos y las acciones bélicas brutales e irracionales que presenciamos son claro ejemplo del mal de archivo, del mal radical, de la pulsión de muerte, qué, borrando su archivo, acecha silenciosa y furtiva a la humanidad entera.