A 15 años del levantamiento zapatista
Hace 15 años la nación mexicana se cimbró ante la noticia de un levantamiento armado en diferentes municipios del estado de Chiapas. La acción llevada a cabo por las fuerzas insurgentes se caracterizó por su sincronía, disciplina y la eficacia de sus propósitos.
Después de los primeros días de combate, la sociedad mexicana exigió el cese de las hostilidades y obligó a las partes en conflicto a buscar una salida negociada que atendiera los justos reclamos que enarbolaba el zapatismo. Los procesos subsiguientes de negociación resultaron complejos, pero se produjeron a pesar de las evidentes manifestaciones de provocación promovidas por quienes desde dentro del Estado han resultado beneficiados por las confrontaciones sociales. Para ellos la guerra es negocio, la paz nunca lo será.
En este contexto, se formó una comisión legislativa paritaria, que después sería conocida como la Comisión de Concordia y Pacificación, a la cual me correspondió pertenecer. La decisión para integrarme a la misma no fue sencilla: en aquel tiempo era diputado federal por Tijuana e involucrarme en un tema distante en términos geográficos no resultaba una tarea sencilla. Sin embargo, las características y el alcance nacional de las reivindicaciones zapatistas constituyen un acercamiento a uno de los temas del México profundo todavía irresuelto.
Este hecho me ha permitido desde entonces conocer de cerca una realidad compleja, inédita y día a día renovada por hechos y nuevas circunstancias. Chiapas es, en sí, una universidad de la vida.
La construcción de puentes entre el gobierno y el zapatismo, durante las primeras etapas del proceso de negociación, realizado al amparo de la Ley para el Diálogo, la Negociación y la Paz Digna en Chiapas, no estuvo exenta de actitudes hostiles, o cuando menos escépticas, de quienes desde las instituciones del Estado se han negado de siempre a reconocer la existencia de un país que no ha concluido su etapa de consolidación democrática. El EZLN, a través de su lucha, ha demostrado que las instituciones de nuestro país no incluyen a amplios sectores de la sociedad mexicana, entre ellos, y en forma destacada, a los indígenas mexicanos.
El Chiapas de hoy es muy diferente al que existía al inicio del conflicto. El estado cuenta con una infraestructura vial, portuaria y aeroportuaria que puede estimular el desarrollo y el crecimiento; se ha producido una redistribución del poder político; se terminaron los tiempos del partido único. Sin embargo, los rezagos sociales, principalmente en las comunidades indígenas, siguen presentes. El reto es enorme.
Al margen de la solución de fondo que requiere la agenda nacional planteada por el zapatismo, cuyo desahogo dependerá de una nueva correlación de fuerzas en el Congreso de la Unión y una renovada actitud del Ejecutivo federal frente a esta problemática, es indispensable la puesta en marcha de una serie de medidas que eviten tensiones innecesarias y reduzcan al mínimo cualquier acción de confrontación.
La tentación de algunos mandos castrenses, mediante una interpretación sesgada de la Iniciativa Mérida, firmada por México con el gobierno estadunidense, para intervenir en territorio zapatista sobre la base de supuestas acciones en contra de la siembra de enervantes, debe ser desechada por carecer de la mínima veracidad y por significar una grave y peligrosa provocación.
En un país que ha permitido que muchas de sus instituciones hayan sido penetradas por el narcotráfico, la única región que ha impedido la presencia de este flagelo ha sido el territorio donde se asienta el zapatismo.
La realización del Festival de la Digna Rabia fue el lugar de encuentro de múltiples voces de países y realidades distintas unidas en un mismo propósito de cambiar las injustas condiciones de vida de millones de ciudadanos de México y del mundo. La organización del encuentro fue una nueva demostración de la capacidad creativa del zapatismo, la vigencia de sus demandas y la expresión de un movimiento que, a pesar de los años, permanece con una estructura y una capacidad que no pueden ser menospreciadas.
Se puede estar o no de acuerdo con lo expresado por los zapatistas, pero nadie puede negar la justeza de sus demandas y la capacidad de mantener en alto los sueños, anhelos e ideales de los integrantes y simpatizantes del zapatismo, en un momento en que la sociedad mexicana es asediada por el consumismo, la narcocultura y los nuevos estereotipos surgidos de un modelo que pretende convertir en mercancía todo lo que toca. Por ello tiene un alto valor lo realizado por los zapatistas en medio de múltiples carencias económicas y un contexto dominado por el consumismo y la frivolidad.
Por ello, la capacidad de soñar, de criticar, de decir su verdad a su modo y su estilo, ojalá siga siendo la constante en los decires y haberes de los zapatistas. Hay quienes se incomodan, incluso algunos que se presumen de izquierda quisieran el silencio permanente del zapatismo. Hay a quienes les incomodan los argumentos del EZLN, pero poco hacen por construir una salida al conflicto. Coinciden con la derecha en la estrategia de que “el conflicto terminará por el desgaste o la extenuación del zapatismo; por lo tanto, entre menos se haga o se diga del tema, será mejor”. Nada más alejado de la verdad. La firmeza, la capacidad organizativa, el espíritu de combate y la vigencia de sus demandas están presentes hoy más que nunca.
Enhorabuena por los15 años de la aparición pública de EZLN y los 25 de haberse formalizado como organización combatiente.