Editorial
Israel: lo que está en juego
Pasadas dos semanas del inicio de la agresión bélica lanzada por el gobierno de Tel Aviv contra la población de Gaza, en el resto del mundo se desarrollan fenómenos contrastados.
Por una parte, las instituciones internacionales y los promontorios de poder geopolítico –Estados Unidos y la Unión Europea, principalmente– han exhibido falta de capacidad y de voluntad para detener una masacre que se realiza a la luz del día y con amplia cobertura noticiosa; el dimitente Ehud Olmert incluso se vanagloria de su influencia en el gobierno saliente de Washington y presume de haber ordenado al gobierno de George W. Bush abstenerse en la votación en la que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas adoptó la resolución 1860, que exige el inmediato alto el fuego. La indolencia de las potencias occidentales ante un genocidio en curso pone en evidencia la falta de sustento de sus reclamos como democratizadoras, pacificadoras y civilizadoras del mundo, en tanto la pasividad de los gobiernos árabes –el caso más extremo es el del régimen egipcio, que incluso colabora con los israelíes en el férreo bloqueo de los civiles atrapados en el infierno de Gaza– muestra la descomposición terminal de los proyectos de unión e integración que florecieron hace medio siglo en esas naciones.
Sin embargo, el exterminio de hombres, mujeres, niños y ancianos puesto en práctica por Tel Aviv en Gaza no ha dejado impávido a todo el mundo. A 18 días de iniciada la brutal agresión se multiplican las expresiones individuales y colectivas que llaman a poner fin inmediato a la masacre de civiles y que denuncian la improcedencia de poner en un mismo rasero los misiles artesanales lanzados por los fundamentalistas islámicos sobre Israel y la aplastante maquinaria de guerra enviada contra la población palestina. Al mismo tiempo se pone sobre la mesa el hecho de que ningún pueblo merece ser víctima de prácticas tan bárbaras como las que se abaten sobre los habitantes árabes de Gaza, Cisjordania y la Jerusalén oriental, desde las prácticas de limpieza étnica hasta las bombas incendiarias de fósforo y el ataque a escuelas con artillería pesada, pasando por la confiscación de tierras, la destrucción de cultivos, la discriminación exasperante, la humillación regular, la separación de familias, la negación al ingreso de alimentos, medicinas y combustibles, la privación de agua potable, la destrucción deliberada de viviendas, los asesinatos, selectivos o no, y el uso criminal por los agresores de integrantes de la población agredida como escudos humanos.
Un dato esperanzador frente a la barbarie es que un creciente número de judíos fuera de Israel y un sector de la opinión pública de ese país han manifestado su solidaridad ante el sufrimiento inaudito y la destrucción vandálica que padecen los habitantes de Gaza, y han expresado su condena a los crímenes de guerra perpetrados por un gobierno que se ostenta como representante de todo el pueblo hebreo. Por lo pronto, tal fenómeno contribuye a neutralizar los condenables alegatos de corte antisemita que, con el pretexto de abogar por la población palestina, atribuyen la culpa de la atrocidad en curso “a los judíos” y no a los funcionarios civiles y militares israelíes. Éstos, por su parte, actúan no en función de los intereses nacionales del país que gobiernan, sino con base en cálculos electorales mezquinos e inconfesables: vender a los ciudadanos de las regiones atacadas con misiles Kassam la falsa idea de que su seguridad depende de un gran número de palestinos asesinados.
Los halcones de Tel Aviv han logrado ya un elevadísimo número de muertes entre la población civil de Gaza, y es posible que puedan reducir al mínimo, así sea a costa de una merma demográfica de ese enclave, los lanzamientos de cohetes caseros contra localidades israelíes. Aun en ese caso, su victoria militar conllevaría una derrota mucho más significativa en el terreno moral: la de ser caracterizados, con propiedad, como genocidas. Más allá de la destrucción humana y material que se abate sobre los habitantes de Gaza, para Israel es catastrófico tener un gobierno que se gana a pulso la comparación con el horror histórico que la Alemania nazi perpetró contra los judíos.