Congreso mundial de las familias (católicas)
Por unos días la ciudad de México es el centro de reunión de los think tanks católicos, que buscan promover su concepto de lo que deben ser las familias. De entrada el sexto Encuentro Mundial de las Familias, que hoy se inaugura, empieza como un cónclave de baja intensidad por el hecho de que el renuente a viajar (prefiere estar dentro de las fronteras del Estado Vaticano) Benedicto XVI sólo participará en la actividad vía satélite. Eso sí, las bendiciones que envíe por el sistema electrónico tendrán la misma validez que si las hubiese impartido en vivo y desde el lugar del encuentro.
Por cinco días altas autoridades eclesiásticas católicas, liderazgos de organizaciones vinculadas confesionalmente con la Iglesia católica romana, políticos identificados con la doctrina social de esa institución religiosa y delegados provenientes de distintos países (que debieron contar con el consabido nihil obstat de Roma) van a construir idílicas imágenes de lo que deben ser las familias desde la óptica del entendimiento católico. Tienen todo el derecho a ello. Se vale que promuevan sus creencias y las prácticas que de las mismas se desprenden. Pueden hacerlo, y lo hacen con intensidad, por los variados medios a su alcance. Sin embargo, dada la diversificación ética realmente existente en las sociedades contemporáneas, incurren en craso error al pretender la universalización de sus convicciones religiosas y éticas.
Una mirada al programa del sexto encuentro muestra que en él tiene importante lugar la reiteración de la idea de que las leyes de los países deben reflejar los valores de la Iglesia católica. Es decir, permanece la convicción constantiniana de que el Estado debe ser coadyuvante en la tarea de educar a la ciudadanía conforme al modelo doctrinal católico, y de sancionar a quienes infrinjan ese cuerpo doctrinario. A la paquidérmica institución eclesiástica le sigue costando enorme trabajo comprender la sencilla idea de que en las sociedades plurales el terreno para hacerse de adeptos es solamente bajo la persuasión, el convencimiento internalizado voluntariamente por los ciudadanos.
Uno de los lugares comunes a exaltar en la magna reunión por celebrarse en México será la supuesta fortaleza de las familias mexicanas, las cuales, según la interpretación conocida y acorde a la línea pastoral católica romana, deben su solidez a su cercanía con las enseñanzas eclesiásticas. En la medida que se alejan de esas enseñanzas, dejándose engañar por “doctrinas disolventes”, son presas fáciles de ideologías depredadoras. La verdad es que esa solidez enarbolada está muy lejos nuestra realidad. En todos los estratos sociales se dan en abundancia prácticas divergentes de lo sostenido doctrinalmente por la Iglesia católica. No nada más en los espacios con mayor escolaridad y mejores perspectivas que la mayoría de la población.
En un análisis que hizo trascender la jerarquía católica desde Roma, se declara que la crisis de la familia en nuestro país se debe a la penetración en la mentalidad del pueblo mexicano de temas “lejanos de la praxis popular” como el aborto, el divorcio y la eutanasia. Es decir, encontramos de nueva cuenta la reiteración de que son elementos exógenos los que seducen al pueblo inocente. No se considera a éste como sujeto y creador de sus propias alternativas de vida, sino objeto de intereses externos rapaces que impunemente devastan al inerme núcleo familiar nacional.
Al respecto, acerca de lo que se puede documentar con datos duros sobre las familias mexicanas y su cotidianidad (incluyendo, por supuesto, la “praxis popular”), no tiene desperdicio lo develado sobre el tema por Sara Sefchovich en su reciente obra País de mentiras (Editorial Océano). En el apartado “La familia: ¿un lugar de amor?”, la investigadora del Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México aporta indicadores muy preocupantes sobre las tendencias existentes en los hogares en tópicos como la violencia, la formación ética, el abandono de las personas mayores, la enorme cantidad de niños y jóvenes que viven en las calles (15 millones) y otros temas. Por ejemplo, “después de India, México es considerado el segundo país del mundo con mayor número de niños víctimas de la violencia doméstica”. Esto tiene lugar en familias que en su mayoría se declaran católicas, por lo cual podemos preguntar: ¿tiene alguna responsabilidad en la formación valorativa de las mismas la Iglesia católica que sigue sosteniendo, sin base en los números reales, que 90 por ciento de los mexicanos se identifican confesionalmente con ella?
Cuando se responsabiliza siempre a los de afuera, y se concibe como inermes víctimas a los integrantes de la grey, los clérigos y sus allegados evaden que han sido incapaces de instruir en sus propios espacios a los millones de católicos que eligen comportarse de manera diferente a las instrucciones de la Iglesia católica. Las admoniciones, prohibiciones, sentencias amenazantes y excomuniones no funcionan. Pero ellas van a relucir abundantemente en el sexto encuentro, lo mismo que bendiciones a diestra y siniestra.