Nuestro descontento
El régimen actual de gobierno deberá hacer frente al descontento, casi iracundia, que va surgiendo en muchos mexicanos y cuyas raíces se hunden en más de un cuarto de siglo de expoliaciones masivas. No es la primera vez que este malestar aparece en la superficie consciente de los ciudadanos, pero ahora se tienen menos armas para mitigarlo. Prueba de este sentimiento colectivo se dio durante 1988, pero pudo ser salvado mediante el grosero fraude salinista. El segundo episodio se materializó en 2006 y ha quedado subsumido en la retaguardia de las afrentas sin que, dos y medio años después, las heridas causadas hayan cicatrizado. Puede ser que, por el contrario, se hayan ensanchado por la ineptitud de la administración panista, la absoluta falta de imaginación y las ambiciones de poder y riquezas de ese grupo de plutócratas que no se detienen ante nada.
Un recorrido por el país va develando, sin equívocos pudorosos, lo que sucede al cuerpo social de la nación. Las tragedias de la pobreza, la marginación y el abandono surgen por donde se mire con un poco de atenta honestidad y realismo. La infraestructura urbana y rural se ha deteriorado tras la prolongada carencia de inversiones, ya no que la amplíen, sino que al menos la mantenga. El valioso capital humano con que cuenta el país no encuentra los medios para su reproducción (menos aún para su perfeccionamiento), pues los centros educativos, de media superior para arriba, se cierran por falta de capacidad instalada para atender la creciente demanda de la juventud. Con ello, el ejército de reserva del crimen aumenta a velocidad mayor que el crecimiento de los cuerpos que lo combaten. La oferta de empleo y la apertura de oportunidades de desarrollo para las mayoritarias capas de la población se han cerrado casi por completo.
Los números no simulan o mienten; al contrario, apuntan hacia una estructura productiva depauperada e incapaz de acomodar, aunque sea con modestia, los anhelos de bienestar del pueblo. Noventa por ciento de los mexicanos subsisten con menos de 9 mil pesos de ingresos mensuales. De ese segmento, 70 por ciento lo hacen con menos de 6 mil y 60 por ciento apenas reciben menos de 4 mil 500. Sobre esta realidad el régimen no se ha tentado la conciencia en su carrera para hacerse de recursos presupuestales. No los quiere extraer de los privilegiados de siempre. Viene exprimiendo los bolsillos de la gente con una alocada política de alzas de precios en cuanto servicio o bien público tiene bajo su control: gasolinas y electricidad en primer lugar. Sabe, perfectamente, el impacto que eso tiene en las mesas de bienestar, pero la insensibilidad y la falta de compromiso con las masas lo dejan impávido. Ya habrá algún remedio, piensan, con las migajas de los programas sociales, todos con pretensiones electorales que tienen a resguardo.
A esta hecatombe que se ha ensañado sobre la población habrá que añadir, claro está, la parte externa, pero esta vertiente sería menor, en sus efectos dañinos, de contar con una estructura productiva mejor integrada, con los arrestos suficientes para compensar el salario, competir en precios (que en muchas partes bajan por la falta de consumo), generar empleo, encadenarse y abrir oportunidades a emprendedores adicionales. Pero como la propensión a las importaciones es mayúscula por el desmantelamiento del aparato productivo, hace a México dependiente, en grado supremo, de lo que hagan en otras partes, en especial en Norteamérica. Años de fundamentalismo, intereses desviados de grupos poderosos, entreguismo compulsivo y rampantes tonterías reclaman sus consecuencias. La industria automotriz es un caso ejemplar. Dejamos todo ese segmento en manos extranjeras, en especial de las tres armadoras de Detroit (EU), ahora en graves problemas que las empequeñecen por semanas. Acabaremos extendiéndoles generosos subsidios para su continuidad en detrimento de pescadores, ejidatarios, pequeños productores y demás trabajadores de la industria o el comercio que tienen mayores urgencias. Detrás de esas empresas viene una larga lista de aspirantes para dar una tajada adicional al presupuesto; Cemex es una de las ansiosas, a pesar de que se le permiten dañinas prácticas monopólicas. La radio (AM) poco se contiene para sus compensaciones por la militancia en favor del régimen. Por todos los foros aúllan en pos de sus combos (triple play) y el PRIAN hace maroma y media para complacerlos.
Los grandes grupos empresariales ya han solicitado las ayudas que la crisis les permite exigir. Irán a pedir dólares baratos y en cantidades mayúsculas para servir su voluminoso endeudamiento externo. Otros apoyos los habrán de requerir para su continuidad, a pesar de que no contribuyen a la de por sí precaria, tesorería nacional. Por eso y para eso se unieron al fraude electoral de 2006. Para eso llevaron a Calderón a Los Pinos y, por tanto, están a la espera de recibir su recompensa. Las facturas de su complicidad están entregadas, algunos ya hasta cobraron su parte por adelantado y los restantes forman impacientes filas.
Así, poco podrá hacer el gobierno para canalizar el descontento. Éste seguirá su belicosa ruta de aumento y tendrá, qué duda cabe, su expresión en las urnas de julio. Pero eso será sólo un indicativo de lo que se avecina. El gobierno por ahora tiene, todavía, dinero en suficientes cantidades para intentar lavar la cara a su partido y a sus aliados del PRI. Los dirigentes de este decadente prianismo, en su alocada tesitura actual, piensan levantarse con una prefigurada mayoría que, dicen y les pronostican, les aguarda de manera irremediable. En 2010 la situación será por completo distinta. La crisis habrá ocasionado sus más dañinos estragos y el gobierno habrá de enfrentar una avasalladora sequía de recursos y capacidad de maniobra.