Bestias del camino
¿Eran aquellas luminiscencias inciertas en el horizonte oscuro de la noche las primeras noticias del amanecer? Un tenue, muy tenue resplandor blanco rasgó los párpados de la noche y los entreabrió. Pero no, nada de que iba a ser el alba. No era todavía tan temprano.
Pronto, demasiado pronto, se reveló una Luna llena llegando tarde a la noche. Las estrellas, las constelaciones y las galaxias desaparecieron. Fue un corredero. Sólo quedaron las más recias. Un lunón.
–¡Cámara! –dijo El Larry, que de por sí llevaba rato hablando.
–¡Cámara! –dije yo.
Aquella irrupción de la Luna, en un santiamén delatada tras una loma de menor altura, ameritaba un aplauso, pero yo venía manejando y, si aplaudía, nos matábamos; El Larry mejor encendió otro cigarro.
–¡Uta, cómo fumas! –dije, y me prendí otro.
El parabrisas ya no era totalmente oscuro, lo cruzaban fantasmas y siluetas cortadas a tijera en papel crepé.
–En esta parte hay coyotes –dijo El Larry, y casi como si lo hubiera convocado, un coyote atravesó, gris y rápido, la carretera, y por un segundo brillaron sus ojos en amarillo contra los faros del carro.
–¿Viste? Se venía riendo –comentó, regocijado.
–Resulta que los coyotes saben reír –me burlé, darwinista y escéptico.
–Pues ese sí –se batió en retirada El Larry, sin capitular. Insistí:
–¿Y de qué se iba a reír, si casi lo pasamos a atropellar?
–Pues de tu casi. ¿De qué más se iba a reír?
–Ah, ahora tu coyote es torero. Ni que fuera perro de rancho.
Qué conversación más necia, pensé, sin rendirme tampoco.
–¿De cuándo acá en este bosque tropical hay coyotes? A lo mejor los soltaron los de la Dirección de Flora y Fauna para acabar con la plaga de conejos y entretener a los turistas.
Su “no mames” alcanzó una resonancia tan épica que despertó a Severiano, jetón a fondo, en el asiento trasero.
–¿Yastá amaneciendo? –preguntó, mientras se limpiaba la baba de las comisuras con la manga.
–Es la Luna –dijo El Larry.
Como si fuera una indicación de libertad, un “niños, al recreo”, Severiano de inmediato regresó al sueño, sin avisar siquiera.
Lo bueno que ni El Larry ni yo estudiamos antropología. Ya nos hubiéramos aburrido el uno al otro con interpretaciones estructuralistas del hermano coyote en el contexto del mito, de sus virtudes miméticas, sus triquiñuelas picarescas y su genealogía interétnica. Aunque con eso de que el animal ése se había reído, según él, El Larry ya se andaba arrimando a la lumbre rollera. Y peor cuando soltó:
–¿Va a ser nuestro guardían esta noche?
–¿El coyote, güey?
Esta vez fue mi “no mames” el que hizo abrir los ojo a Severiano. Bueno, la boca. De los ojos no me consta, yo venía manejando.
–Con tantos “no mames” ya me antojaron un vaso de leche.
Y se volvió a dormir.
He tenido temporadas en que me trago lo de los nahuales, lo de las virtudes comunicativas de las bestias del camino, las zorras, los venados, los tapacaminos, las lechuzas, las culebras. Y de día gavilanes, águilas, correcaminos, zorrillos. Creo en su utilidad asociativa. Pero aquel coyote furtivo más bien pareció un sueño. Irreal. Y no un nahual, ni un ángel de la guarda, desde luego.
Tomó El Larry el hilo de la historia de su paso por aquel Lázaro Cárdenas infame y su encuentro con Luján, inventor, escultor o quién sabe qué. “La negociación no resultó nada fácil. Era un cabroncete redomado. Por algo tan simple como un galón de gasolina, que él sabía que no me quedaba de otra más que él me lo vendiera, podía imponerme condiciones u obligarme a rogarle.”
Y sí, Luján puso condiciones a El Larry, pero no del tipo que cualquiera hubiese esperado.
“–Es tantito, que necesito que usted me eche una mano, y entonces, le vendo la gasolina –me dijo como viejito malicioso, pero naif de los que encarnaba Ángel Garasa en las películas de blanco y negro”, dijo El Larry.
“Cargar fierros, mover un mueble, tú sabes, sacar las llantas de desecho, jalar alguna palanca. Pero no, Luján me pidió que si me prestaba a probar en mí un experimento. Que iba a ser rápido, no dolía ni nada. Para casuística. Que por allí no había mucha población de estudio. ¿Lo habría probado en Alma? No sé por qué me vino esa duda.”
¿Qué le extrañaba eso a El Larry, si en ese pueblo no había nadie?