Desde el otro lado
■ Herencia maldita
En una semana Barack Obama tomará posesión como presidente de Estados Unidos heredando un país con grandes problemas en su ámbito interno: la profunda crisis económica, el astronómico déficit fiscal, el creciente desempleo, el sistema de salud al borde del colapso y una infraestructura en pésimo estado. En lo externo tendrá que reparar la imagen del país, dañada por una guerra sin sentido en Irak y por la soberbia de una administración que no entendió que los problemas en un mundo cada vez más estrecho también le atañen.
Obama tendrá las manos llenas de graves problemas, cuya solución debe atender en el minuto siguiente a su toma de posesión. En este contexto, la reforma migratoria probablemente no estará entre sus prioridades inmediatas, tampoco la revisión del TLCAN, para tranquilidad de quienes se han olvidado que en México también existe y puede ampliarse el mercado interno.
Para quienes sufren a diario la persecución y el encarcelamiento por el solo delito de querer trabajar, insistir en la reforma migratoria es justo y necesario, pero para coadyuvar en su aprobación hay que acabar con el mito que los ataques terroristas del 11 de septiembre a las Torres Gemelas frustraron la “inminente reforma”. Quien revise la prensa de las semanas previas al ataque se dará cuenta que el Congreso de EU ya había manifestado serias reservas sobre la reforma. En ese cuerpo legislativo juegan múltiples intereses y las propuesta de ley se aprueban con un trabajo de convencimiento que frecuentemente lleva meses o años. La mejor experiencia de ello es el trabajo que en ambos lados de la frontera se realizó para la aprobación del TLCAN.
Algún día se sabrá el porqué la intempestiva idea de exigir que la reforma migratoria fuera aprobada de un día para otro, ignorando el trabajo que la diplomacia mexicana había realizado para articular una propuesta coherente que tuviera el apoyo del Congreso estadunidense. Lo que sí se logró fue retrasar una reforma integral que beneficiara a ambas naciones. El 11 de septiembre, si acaso, fue la puntilla para una reforma que iba en picada.
Será difícil exigir a Obama que enmiende las torpezas cometidas en la aprobación de la fallida reforma. Por lo pronto, habrá que insistir en lo injusto y contraproducente de las redadas y deportaciones masivas, cuyo fin es complacer a los sectores más re- trógradas de la sociedad. Esperemos que el gobierno del cambio liquide esa herencia maldita.