Tercer viento
Siete vientos en los calendarios y geografías de abajo
Tercer Viento: un digno y rabioso color de la tierra.
Buenas noches. Vamos a tratar de ser breves, porque la jornada ya de por sí ha sido larga y porque después la Lupita y la Toñita les van a leer unos cuentos que prepararon especialmente para ustedes.
Va pues:
De especialistas y especialidades.
Seguramente algún historiador serio podrá dar cuenta del momento en que en la sociedad humana aparecen los especialistas y las especialidades. Y tal vez podrá explicarnos qué fue primero: la especialidad o el especialista.
Porque, en nuestro asomarnos y asombrarnos al mundo, los zapatistas hemos visto que muchas veces alguien define su ignorancia o cortedad de miras como una especialidad y se autodenomina especialista. Y se le alaba y se le respeta y se le paga bien y se le hacen homenajes.
No lo entendemos, para nosotros alguien con un conocimiento limitado es alguien que debe esforzarse por aprender más. Pero resulta que en la academia, mientras menos se sepa más presupuesto de investigación se recibe.
El Viejo Antonio, en alguna de esas mañanas que nos sorprendían caminando montaña abajo, se reía de esto que le contaba y decía que entonces los primeros dioses, los que nacieron el mundo, eran especialistas en especialidades.
En fin, es sabido que nuestras limitantes frente a lo producción intelectual son enciclopédicas, así que ahora quisiéramos referirnos brevemente a una especie especial de especialistas: los políticos profesionales.
Ya en una próxima ocasión de este festival, mañana creo, tendremos la oportunidad de escuchar, en voz del Teniente Coronel Insurgente Moisés, algunas semblanzas sobre lo que es el quehacer político interno en las comunidades zapatistas.
Uno de estos quehaceres políticos, no el único, es el trabajo de gobierno. Está también, por ejemplo, el trabajo político de las mujeres zapatistas, del que ya nos platicará la Comandanta Hortensia, y muchos otros.
Y resulta que esos trabajos no sólo no reciben paga, tampoco son considerados como una especialidad. Es decir, quien un día es presidente municipal autónomo el día anterior estaba en la milpa o en el cafetal, sembrando o cosechando. Muchos de nuestros gobernantes zapatistas ni siquiera fueron a la escuela o no saben hablar español, o sea que no son especialistas de nada, mucho menos de la política.
Y sin embargo nuestros municipios autónomos tienen más avances en salud, educación, vivienda y alimentación que los municipios oficiales que son gobernados por políticos profesionales, es decir, por especialistas de la política.
En fin, esperemos esas pláticas de mis compañeros para tratar de entendernos. En este momento sólo quiero señalar algunas de nuestras incapacidades para entender el quehacer político de arriba, cuando menos en México.
Por ejemplo, no entendemos cómo se decide, se acepta y se hace ley que un diputado gane más que un albañil. Porque el albañil hace algo, trabaja, levanta casas, muros, edificios. Y sabe cómo hacer la mezcla, como acomodar los ladrillos o los blocks.
Aquí tienen por ejemplo este auditorio en el que estamos. Aquí se puede albergar más personas que en el Teatro de la Ciudad de aquí de San Cristóbal de Las Casas y, según me cuentan, fue construido, desde su concepción hasta su concreción, por manos indígenas. El piso, los niveles, las paredes, puertas y ventanas, techo, herrería e instalación eléctrica fue realizada por no especialistas, indígenas además, y que son compañeros de la Otra Campaña.
Bueno, volviendo al albañil, él sí trabaja. Pero el diputado… el diputado… bueno, no sé si alguien pueda decirnos qué hace un diputado… o un senador… o un secretario de estado.
Hace poco oímos a un secretario de Estado decir que la crisis económica, que ya se venía arrastrando desde hace años, no era más que un resfriado pasajero.
¡Ah!, pensamos nosotros, un secretario de Estado es como un doctor que diagnostica una enfermedad. Pero quedamos pensando, ¿por qué alguien con un poco de pensamiento le pagaría a un doctor que le dice que tiene un resfriado y resulta que uno está con una pulmonía y él le receta un té caliente de hojas de limón y quedará como nuevo. Pero parece que el secretario de Estado en cuestión gana bien y hay una ley que dice que tiene que ganar mucho dinero.
Alguien nos dirá que los diputados y senadores hacen leyes y que los secretarios de Estado hacen planes para que esas leyes se cumplan. Sea. ¿Cuánto le costó a la Nación que se hiciera, por ejemplo, la contrarreforma indígena que incumplió los acuerdos de San Andrés?
Y hace unos meses, un legislador del PRD, cuestionado sobre el por qué votó a favor de una ley absurda e injusta (como la mayoría de las leyes en México), dijo en su defensa… ¡que no la había leído!
Y cuando estuvo el debate sobre el petróleo en el centro neurálgico del país (o sea, en los medios de comunicación). ¿No dijo el gobierno de Calderón que no se debía consultar a la gente porque era algo que sólo entendían los especialistas? ¿Y el llamado movimiento en defensa del petróleo no actuó como si tal cuando encargó a un grupo de especialistas la confección de su propuesta?
La especialización es, según nosotros, una forma de propiedad privada del conocimiento.
El que algo sabe, lo atesora y complicándolo hasta hacerlo parecer algo extraordinario e imposible, algo a lo que se pueden acceder unos pocos, se niega a compartirlo. Y su coartada es la especialización.
Son como los brujos del conocimiento, como los antiguos sacerdotes que se especializaban en hablar con los dioses. Y les creen todo lo que dicen.
Y esto pasa en la sociedad moderna que nos dice a los indígenas que somos nosotros los retrasados, los incultos, los incivilizados.
En nuestro dilatado recorrido por el México de abajo, tuvimos la oportunidad de conocer directamente a otros pueblos originarios de este continente. Desde los Mayas de la península de Yucatán hasta los Kumiai en Baja California, desde los Purépechas, Nahuas y Wixaritari de la costa del Pacífico hasta los Kikapus en Coahuila.
Parte de lo que vimos será mejor explicado por nuestros compañeros del Congreso Nacional Indígena, Carlos González y Juan Chávez, cuando nos acompañen en esta mesa. Yo sólo quiero apuntar algunas reflexiones sobre este asunto del conocimiento y los pueblos indios.
.- En las reuniones que precedieron al Encuentro Continental de los Pueblos Indios de América, al encontrarse, las diferentes culturas de los jefes indios no disputaban supremacía o jerarquía. Sin dificultad aparente reconocían la diferencia y se establecía una especie de trato o acuerdo dentro del cual se respetaban entre sí.
En cambio, cuando dos concepciones diferentes de la realidad, dos culturas pues, se confrontan entre sí, en las sociedades modernas, suele plantearse el problema de la supremacía de una sobre la otra, cuestión que no pocas veces se resuelve con violencia.
Pero se dice que los pueblos indios somos los salvajes.
.- Al encontrarse el mundo ladino o mestizo con el indígena dentro del territorio de este último, aparece en el primero lo que los zapatistas llamamos “el síndrome del evangelizador”. No sé si es herencia de los primeros conquistadores y misioneros españoles pero, espontáneamente, el mestizo o ladino tiende a tomar la posición del que enseña y ayuda. Por alguna extraña lógica que no entendemos, se asume como evidente que la cultura ladina o mestiza es superior, en extensión y profundidad de saberes y conocimientos, a la indígena. Si, en cambio, este contacto entre culturas se da en territorio urbano, el ladino o mestizo asume una posición o defensiva y desconfiada, o de desprecio y asco frente al indígena. Lo indígena es lo retrasado o lo curiosito.
Por el contrario, cuando el indígena topa o se encuentra con una cultura diferente fuera de su territorio, tiende espontáneamente a tratar de entenderla y no pretende establecer una relación de dominante/dominado. Y cuando es dentro de su territorio el indígena asume una posición de curiosa desconfianza y una celosa defensa de su independencia.
“Vengo a ver en qué puedo ayudar”, suele decir el mestizo al llegar a una comunidad indígena. Y puede ser una sorpresa para él que, en lugar de ponerlo a enseñar o a dirigir o a mandar, lo pongan a ir por la leña, o a cargar agua o a limpiar potrero. O no será muy raro que le respondan “¿Y quién te dijo que necesitamos que nos ayudes?”
Puede ser que haya casos, pero hasta ahora no sabemos si alguien ha ido a una comunidad indígena y ha dicho “vengo a que me ayuden”.
.- No pocas veces hemos encontrado en colectivos que apoyan a las comunidades indígenas una especie de celo por sus conocimientos, una afirmación constante de que la propiedad del saber que detentan es suya, de su propiedad privada.
Es conocido por las autoridades autónomas lo reacios que son los grupos que manejan técnicas y tecnologías, a enseñar, es decir, a compartir lo que saben. Por ejemplo en el internet. Cada vez que se desconfiguran los equipos en los caracoles, hay que esperar a contactar al que sabe, esperar a que llegue y saber que, cuando se le pida que enseñe a alguien para no estar dependiendo de él, alegue que no tiene tiempo o que eso es para “especialistas”. Y ni hablar de los equipos de las radios comunitarias.
Y a veces ocurre otra cosa.
Hay una anécdota que me contaron los compañeros comandantes de la zona tojolabal, o zona “selva fronteriza”:
Resulta que, entre todas las personas que de buena voluntad llegan a las comunidades zapatistas a ayudar, llegó una vez un ingeniero agrónomo a dar curso para mejorar las plantaciones de café. Después de su plática, el ingeniero se trasladó junto con los compas a un cafetal para demostrarles cómo debía hacer un corte en la mata. El ingeniero pidió que le dieran espacio, ahora sí que “atrás de la raya que voy a trabajar”, sacó todo su equipo científico y empezó a sacar medidas para determinar el ángulo exacto de corte de la rama. Después de muchos y complicados cálculos, determinado el ángulo de corte, el ingeniero sacó una sierrita bien bonitilla y empezó a aserrar con mucho cuidado. Tardó, me cuentan, y, contradiciendo la supuestamente ancestral paciencia indígena, los compas lo hicieron a un lado y le preguntaron: “A ver, ¿ónde mero quiere el corte usté?”. “Ahí”, respondió el flamante ingeniero agrónomo, y señaló con su dedo el lugar. El compa desenvainó su machete Acapulco Collins de doble hoja y ¡zas!, le hizo un corte impecable a la rama. “A ver, ahora mídale usté”, pidió casi ordenó el compa. El ingeniero agrónomo, con una especialidad en la universidad, sacó su aparato para medir ángulos. Midió una y otra vez, y en cada vuelta nomás se rascaba la cabeza. “¿Qué pues?”, le preguntaron. “Pues sí”, respondió apenado: “es exactamente el corte que se necesitaba, en el lugar que se necesitaba y en el ángulo que se necesitaba” “Y anda vete, sup, ahí nomás el ingeniero empezó a preguntarnos más y más cosas y nomás apuntaba y apuntaba y llenó no sé cuántas hojas de un su cuaderno que traía”.
Así que una exhortación a quienes detentan saberes y conocimientos y son compañeros y compañeras: digan no a la propiedad privada del conocimiento, digan sí a la piratería entre compañeros que somos.
Otros puntos:
.- en ambos, indígenas y urbanos de abajo y a la izquierda, encontramos una civilidad humana que no encontramos en los de arriba. En ambos, si uno llega necesitado le dan lo mejor que tienen. Los de arriba no dan o, si dan, es lo que les sobra.
El sentido de comunidad que es palpable en las comunidades indígenas no es ya exclusivo de ellas. También aparece en sectores de abajo, y está más desarrollado en quienes luchan y resisten.
.- El brutal y feroz avance de la guerra neoliberal de reconquista de territorios, está operando algo que no sé si estaba en los planes de los grandes centros financieros internacionales: se están emparejando rabias, en profundidad, en extensión y en historia común.
.- Este emparejamiento de sentimientos en lo que el Ruso llamó “la tripa”, no es todavía acompañado por un emparejamiento en los saberes y conocimientos. Puede haber casos pero, créanme, no encontré en los pueblos indios la avaricia del conocimiento que poseen.
Finalmente, no nos idealizamos como pueblos indios, no somos perfectos y, por supuesto, no pretendemos que todos y todas se hagan indígenas. Tenemos conocimientos y tenemos carencias. Creo que podemos compartir los unos para resolver las otras, sin que ninguno de ustedes pierda la oportunidad de hacerse rico porque alguien de nosotros les gane la patente de su saber.
Ahora, como lo prometido es deuda, vamos a escuchar unos cuentos de la Lupita y la Toñita y ya después de ellas yo les cuento otro.
Primero pasa la Lupita (…)
Ahora es su turno la Toñita (…)
Muchas gracias.
P.D.- Siete Cuentos para Nadie:
Cuento 3: LA PEDAGOGÍA DEL MACHETE.
El otro día, para variar, la Toñita se metió sin permiso en la comandancia general del ezetaelene, una fortaleza supuestamente inexpugnable (en realidad se trata de una champita).
Me encontraba yo pensando en cuáles serían los temas más adecuados para estas mesas supuestamente redondas del Festival de la Digna Rabia, cuando me di cuenta que la Toñita ya estaba a mi lado y diciéndome:
“Oí Sup, no sirve que haces así”, mientras señalaba una foto tamaño natural de Angeline Jolie con pocas ropas.
“¿No sirve que haga qué cosa?”, le pregunté mientras revisaba las barreras “anti-toñitas” que había dispuesto para evitar que pasara lo que ya estaba pasando.
“Pues así como haces de por sí”, dice la Toña, y agrega “¿por qué tienes a esa señora encuerada contigo?”.
Yo encendí la pipa y le respondí: “En primer lugar: no está encuerada, yo qué más quisiera. Y en segundo lugar: no la tengo conmigo, yo qué más requisiera”.
La Toñita, como es su costumbre, se queda en una parte de la película porque me pregunta “¿Y el tercero?”.
“¿Cuál tercero?”, le pregunté.
“Pues si hay un primero y un segundo, entonces hay un tercero. Yo me saqué tercero en la escuelita.” La Toñita ha omitido el pequeño detalle de que en esa clase sólo iban 3 alumnos.
Como no quiero entrar en polémica, le propongo que si le cuento un cuento, entonces ella se va a ir para que se lo cuente a los demás.
“Sale”, dice la Toñita y se sienta en el suelo.
Yo carraspeo y comienzo con el “Habrá una vez…”
La Toña interrumpe “¿y va a haber palomitas?”
¿Cómo palomitas?, le pregunto desconcertado.
“Pos sí, palomitas, como cuando vemos película”, dice la Toñita.
“No”, le digo, “este es un cuento, no una película y aquí no hay palomitas”.
“Bueno”, dice la Toñita.
Yo prosigo:
“Habrá una vez un subcomandante que era muuuuuuy malo y mucho se encabronaba con las niñas que se metían sin permiso a la comandancia a dar lata”.
La Toñita pone atención. Yo aprovecho para darle un giro pedagógico al relato, con un estilo y un método que olvídense de Paulo Freire y Antón Makarenko:
“Entonces, cuando una niña se metía sin permiso en la comandancia, el subcomandante ése sacaba un su machete y ¡zás!, le cortaba la cabeza a la niña”.
La Toñita abre bien los ojos, aterrorizada.
Notando que el concepto esencial educativo se estaba captando, decidí reforzar el relato con esa técnica pedagógica marconiana que tanta fama me ha dado en los coloquios de psicología donde mucho Freud, mucho From, mucho Luria, y mucho toda la cosa:
“Y el machete no tenía filo, para que tardara más en cortar. Y estaba bien oxidado de una vez, para que la herida se infectara”.
La Toña, horrorizada, espera un final feliz.
“¿Y luego?”.
“¿Y luego qué?”
“Pos y luego qué sigue del cuento”.
“Ah bueno, pues resulta que a la niña después le pusieron muchas inyecciones para que no se infectara”.
Y tan-tan.
“¿Tan tan? Urrr, Sup, de una vez que no sirven tus cuentos”.
“Claro que sirven”, le digo mientras la conmino a que abandone la champa.
“De balde tienes a la señora ésa encuerada, si no hay palomitas”, dice la Toñita al retirarse.
El asunto no termina ahí. La reunión que tuve con los compañeros del Comité terminó. De regreso, preparando mi mochila para movernos al cuartel, me doy cuenta de que no está mi machete.
“La Toña”, pensé y la mandé llamar.
“Oí Toñita, no encuentro mi machete, ¿no lo viste por ahí?”
“No, pero te voy a contar un cuento”, respondió la Toñita.
“Había una vez una niña muy bonita, así como yo, y que se llamaba la Toñita, así como yo. Y entonces había un subcomandante muuuy malo que le quería cortar la cabeza con un su machete”
“¿Y por qué le quería cortar la cabeza?”, interrumpí yo, tratando inútilmente de recuperar el control de la situación.
“Saber”, respondió la Toñita, “creo que así llegó en su pensamiento. Y entonces pues que la niña se metió en su casita de ese subcomandante a escondidas. Y entonces lo agarró su machete del subcomandante ése y fue y lo aventó en la letrina. Y tan-tan”
La Toñita dijo el “tan- tan” ya muy lejos de mi alcance.
Así que creo que ya sé dónde está mi machete. Ahora falta recuperarlo, ¿alguien se ofrece de voluntario o voluntaria?
Tan-tan.
Subcomandante Insurgente Marcos.
México, 3 de enero del 2009.