Editorial
Richardson: renuncia y perspectivas
El gobernador de Nuevo México, Bill Richardson, declinó ayer el nombramiento de secretario de Comercio en el gabinete de Barack Obama. La decisión del político de origen mexicano, según dijo mediante un comunicado, obedece a una pesquisa encabezada por la Oficina Federal de Investigaciones sobre presuntas irregularidades en un contrato entre su administración y la compañía CDR Financial Products, que “promete extenderse por varias semanas, o incluso meses” y que “habría obligado a un retraso insostenible en el proceso de confirmación” de su designación. Por su parte, el presidente electo de Estados Unidos, Barack Obama, dijo haber aceptado “con profundo pesar” la dimisión de Richardson; afirmó que el gobernador de Nuevo México actuó con “voluntad de poner primero al país” y confió en que su gobierno contará con sus servicios en el futuro.
La renuncia de Bill Richardson representa un nuevo traspié del bando demócrata en el proceso de transición en Estados Unidos, que se ha visto marcado por las recientes acusaciones de corrupción contra el gobernador demócrata de Illinois, Rod Blagojevich, a quien se señala por intentar vender el escaño que Obama dejó vacante en el Senado. El gobernador de Nuevo México ha exhibido un mínimo de sensatez al no asumir la jefatura del Departamento de Comercio: es de suponer que, en caso contrario, se habrían suscitado duros cuestionamientos en torno a su autoridad moral para ejercer el cargo y ello habría entorpecido el trabajo del nuevo gobierno.
Por lo demás, la dimisión de Richardson tiene relevancia de cara a las relaciones del nuevo presidente estadunidense con México y América Latina. Es sabido que la llegada de Obama a la Casa Blanca se da en un momento particularmente complicado para ese país y para el mundo: en el ámbito económico el futuro mandatario tendrá que emprender acciones que ayuden a mitigar los efectos de la crisis económica originada en el sector hipotecario de su país, y avanzar, junto con otros gobiernos, hacia una nueva regulación para el sistema financiero mundial que impida la repetición de los actuales descalabros; por lo que hace a la política exterior, Obama enfrenta el reto de concluir con las desastrosas guerras en Irak y Afganistán, y de contribuir a la solución del conflicto en Medio Oriente, entre otras tareas.
Todo parece indicar que México y el resto de los países de la región no serán prioridad en la agenda del político afroestadunidense, y la dimisión de Richardson no parece una buena noticia en ese sentido, pues ese funcionario pudo haber fungido como un factor de acercamiento entre el futuro presidente estadunidense y las naciones que se encuentran al sur del río Bravo, en particular la nuestra.
Es de especial importancia el papel que Richardson, en tanto secretario de Comercio estadunidense, podría haber desempeñado durante una eventual revisión del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. En campaña, el propio Obama se mostró abierto a una renegociación del acuerdo de comercio trilateral, y aunque Richardson fue uno de los principales promotores del TLCAN hace 15 años, cuando era congresista, lo cierto es que a últimas fechas había mostrado una postura más crítica hacia el convenio y sus resultados.
En suma, la salida de Richardson del gabinete de Barack Obama constituye, además de un tropiezo para el equipo de transición del nuevo gobierno, una baja sensible para la presencia de México y Latinoamérica en Washington.