Luis Eduardo Aute, Descendimiento |
Archipiélagos
Eurídice Román de Dios
Algunas líneas que nacieron con la lectura de
La raíz eléctrica de Daniel González Dueñas.
El camino no sólo se hace con los pies. La marcha que se realiza es infinita; precisa las razones del viaje y las sinrazones de la vida.
Escuchamos al tren y aunque no nos transportemos en él, nos transportamos de otra manera.
Divinizada, la tierra se humaniza; así tiene dos piernas y una más, imaginaria, para el viaje que sea necesario.
Al ver, creamos el paisaje dentro y fuera del ojo. Invertimos la mirada para salir del espejismo y encontrar la esencia. Damos vida a las hojas, las transformamos en pájaros al vuelo.
Hay tantas cosas que no se dicen y quedan dichas...
Los caminos no sólo se recorren con los pies. La naturaleza también hace su recorrido, y al principio y al fin se parece al nuestro.
Por fortuna e infortunio, el amor nos reconstruye, nos nace, rehace, piensa, recuerda y olvida.
Nos hace no ser y querer ser el otro, extrañarnos y extrañar.
En ese transitar del tiempo, las sombras avanzan, limpian, dibujan y desdibujan la realidad.
Luz y sombra se unen como los amantísimos seres.
Silencios, miradas cómplices, estaciones del año.
Bien sabemos que la epidermis guarda mares, torbellinos, diferentes miradas desde diferentes puntos de vista e intensidades.
Cada persona nace a cada instante. Por instantes de amor, a contracorriente del vacío, deambulamos.
Hay momentos de desencuentro en donde los sentidos no toman rumbo justo, miran hacia otro lado, escuchan otra canción, no tocan lo que requieren.
Sabemos, sin embargo, que nacemos puros, tan limpios, ingenuos, sin la suciedad de las calles citadinas, cerca de muertes necesarias que asean internamente al cuerpo.
En esos territorios la naturaleza se toca; las manos del viento y el cuerpo de la piedra se acogen, se rastrean. Como aves emigran y reencuentran la selva, aunque también reencuentran los orificios en donde se pierden y entorpecen, mudos.
La palabra y la luz siempre reencuentran su camino entre las manos de la piedra y el cuerpo del viento.
En el cielo, en la nube y en las sombras el tiempo avanza. No hay retorno, avanzamos trastabillando.
Cuando me miras te toco.
Cuando te toco te miro dentro.
Cada acción es la conexión con todo y todo, una raíz, hoja o fruto, encuentran su parte y completud.
Todos somos pájaros que día a día levantan el vuelo hacia ninguna parte. ¿Hacia alguna parte?
¿En qué momento reconocemos el aroma del amor, aquel que tal vez viva una sola vez o aquel que una y otra vez partirá y regresará con mensajes trastocados?
Como los besos que en cascada llegan y se evaporan.
Transitar del tiempo; columpio que al pasar por todas las generaciones nos une en momentos clave. Y de nuevo somos archipiélagos.
En el umbral del amanecer, después de un sueño placentero, ahí estás, con el cuerpo tibio, listo para abrir el día hasta el crepúsculo y dormir de nuevo. Abrirnos para recibir.
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