¿Realmente hubo Revolución?
La idea de la Revolución Mexicana, que debió celebrarse el pasado día 20, pero que por una reforma mal intencionada de la Ley Federal del Trabajo (LFT) se quedó en otro día de descanso, insulso y sin emoción alguna, me parece que merece una reconsideración.
Revolución es, de acuerdo con el diccionario de la Real Academia, el “cambio violento en las instituciones políticas, económicas o sociales de una nación”. No fue precisamente lo que inició Francisco I. Madero el 20 de noviembre de 1910, fecha anunciada desde antes, con una inocencia digna de mejor causa, que provocó la inmediata represión del gobierno de Porfirio Díaz. Recuérdese a los hermanos Serdán.
Al triunfar el movimiento armado y asumir Madero la Presidencia, no hizo cambio alguno en la estructura del Estado mexicano. Impuso la no relección que, por cierto, tuvo una duración efímera. Pero mantuvo las mismas estructuras políticas y, lo que es peor, se puso en manos del Ejército federal contra el que se suponía había combatido, metió a la cárcel a Villa y asedió a Zapata en Morelos.
Su asesinato por Victoriano Huerta provocó una segunda etapa del movimiento armado, iniciada en realidad con un segundo golpe de Estado que desembocó en la rebelión de Venustiano Carranza y su famoso Plan de Guadalupe, que no podía ser más inocuo… salvo para construir el Ejército Constitucionalista (lo que suponía mantener íntegras las viejas instituciones de 1857) y autonombrarse Primer Jefe. Se generaron otras fuerzas revolucionarias, en parte fieles a Carranza, como Álvaro Obregón y Pablo González, y otras independientes y rebeldes, en particular Emiliano Zapata en Morelos y Puebla, y Pancho Villa en todos lados.
Ciertamente, ni Zapata, a pesar del Plan de Ayala, ni Villa, sin plan alguno, buscaban destruir las viejas instituciones. Dicen que fue el maestro Antonio Díaz Soto y Gama el que muchos años después, en un artículo periodístico, calificó al movimiento zapatista de revolución social cuando era, simplemente, un movimiento armado para recuperar las tierras que las deslindadoras de Porfirio Díaz habían robado a los campesinos.
Derrotado Huerta, viene la Convención de Aguascalientes y la división de los “revolucionarios”. Carranza, gracias a Obregón, asume el poder en la ciudad de México. Se ponen de moda los “carranclanes”, expresión rotunda de la corrupción.
El 31 de julio de 1916, la inflación lleva al recientemente constituido Sindicato Mexicano de Electricistas a encabezar un movimiento de huelga. Carranza, violento por naturaleza, soberbio por vocación, dicta un decreto estableciendo la pena de muerte para los huelguistas. Los somete a proceso militar y, en una segunda etapa, el nuevo consejo de guerra libera a los detenidos salvo al secretario general del SME, a quien condenan a muerte. Lo salva la intervención de Obregón, pero se queda detenido en la prisión militar de Santiago Tlatelolco con pena de prisión perpetua. Saldrá libre poco después de entrar en vigor la Constitución de 1917, en la que el artículo 123 consagra el derecho de huelga. Carranza, con tranquilidad absoluta, firma la promulgación.
No olvidemos los sucesivos asesinatos de Zapata, Carranza, Villa y Obregón, el caudillismo de Calles y la conservación del sistema jurídico porfiriano, salvo, en 1917, la Constitución y el dictado de la Ley sobre Relaciones Familiares. La primera LFT se dicta en 1931, con la clara imitación del corporativismo fascista italiano.
Más tarde, sólo el general Lázaro Cárdenas del Río, con su reforma agraria efectiva, hizo posibles los principios constitucionales. Después…