Luz, más luz
Que la belleza que genera con su música el maestro Herbie Hancock conviva con la belleza que genera la belleza de dos mujeres formidables, de manera semejante a como conviven en los anaqueles de novedades discográficas estos tres álbumes espléndidos.
Hace apenas unas semanas compartimos el disco más reciente del pianista Hancock: River, grabación que recoge su madurez creativa en estado rayano en lo sublime. Ahora, el sello Verve presenta una antología hancockiana que termina precisamente con River, obra de Joni Mitchell y ella canta junto al piano de Herbie dicha pieza y la dicha se extiende en retrospectiva en otros 11 tracks donde figuran por igual el maestrísimo Stevie Wonder que Lisa Hannigan y Corinne Baile Rae. Espléndido.
Junto a este álbum luce otra joya: la cantante armenia Isabel Bayrakdarian escancia canciones que el escucha recibe como se percibe la música que viene de muy lejos, de algún sueño que tuvimos en una vida anterior.
Se titula Gomidas Songs (Nonesuch Records), porque se trata de 20 canciones 20 escritas por el monje armenio Gomidas Vartabed, quien recopiló, cuidó, curó y bendijo el inmenso tesoro de la música campesina armenia y la salvó así –aunque él no salvo su propia vida– del holocausto armenio a manos de los turcos, a comienzos del siglo pasado.
En el primero de los ricos textos que iluminan el cuadernillo del disco, el cineasta armenio Atom Egoyan celebra la aparición de este disco y recuerda el venturoso día en que conoció a Isabel Bayrakdarian en el Estudio Glenn Gould, de Toronto, donde ella convidó, en palabras de Egoyan, su “rara y preciosa voz” para la banda sonora de su célebre filme Ararat.
Una hermosa canción de cuna abre el disco y continúa como un juego de abalorios, con el acompañamiento instrumental de integrantes de la Orquesta Filarmónica Armenia y Seropuj Kradjian al piano. Este maestro, Kradjian, fue el artífice de esta grabación, pues seleccionó, realizó los arreglos instrumentales y ordenó las 20 canciones de Gomidas en cinco grupos: canciones para niños, celebratorias de la naturaleza, del amor, humorísticas y de dolor. En la voz de ángel que comparte Isabel Bayrakdarian todo suena a gozo.
El tercer disco de esta semana contiene, como todos aquellos con música de este autor, un influjo curativo, enaltecedor, sanatorio, amorosamente luminoso. Es la música de Bach, que mueve montañas.
Se trata del nuevo disco de una de las novias del Disquero (jejé), la pianista neoyorquina Simone Dinnerstein, cuya rara hermosura (comparable a la belleza venusina de otra pianista sublime, Helene Grimaud, también amiga del Disquero) esplende en las fotos derechas de esta página y se acrecienta en cuanto sus ojos se entrecierran, en cuanto sus dedos cantan el prodigio de la música de Johann Sebastian Bach, autor a quien ella entiende verdaderamente, siguiendo los pasos del más grande pianista de la historia, Glenn Gould. Precisamente su álbum debut, que reseñamos hace poco en este espacio, contiene el prodigio de una música que es tan grandiosa que puede acompañarnos durante todo nuestro trayecto vital sin jamás escucharse repetida, sino por el contrario, cada vez que suenan en los altavoces las Variaciones Goldberg percibimos un ligero aumento de luz en el ambiente, sea de noche, sea de día. Nos hace sonreír aun cuando en nuestro rostro no exista sonrisa. ¡Cuánta luz!