Usted está aquí: sábado 22 de noviembre de 2008 Opinión La ciudad de la novela

José Emilio Pacheco

La ciudad de la novela

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Ampliar la imagen Carlos Fuentes, el pasado martes, en la sala Carlos Chávez, y José Emilio Pacheco, en imagen del día 12, en la editorial Jus Carlos Fuentes, el pasado martes, en la sala Carlos Chávez, y José Emilio Pacheco, en imagen del día 12, en la editorial Jus Foto: José Antonio López

El tercer tomo de Obras Reunidas, que bajo el subtítulo de Imaginaciones mexicanas recoge las novelas Aura, Cumpleaños, Constancia y otras novelas para vírgenes, Instinto de Inez e Inquieta compañía, es inminente que comience a circular. Coincide con la celebración de los 80 años de vida del autor y configura, en palabras de Julio Ortega, “la parte más literaria de la narrativa de Carlos Fuentes, aquella que celebra la libertad más permutante del mundo en el relato”. Como una primicia, ofrecemos a los lectores de La Jornada, con autorización de la editorial, el Fondo de Cultura Económica, un fragmento del epílogo que para este tomo escribió el poeta y ensayista José Emilio Pacheco

Epílogo

Ángel Rama soñó con hacer una antología: “Las mejores novelas cortas de los maestros latinoamericanos”. Incluiría Aura, El coronel no tiene quien le escriba, El perseguidor, Para una tumba sin nombre, El arpa y la sombra, Los cachorros, Cara de sombra… Lo dijo en 1982 al comenzar una década en que la novella, nouvelle, short novel –todo menos “noveleta”– iba a alcanzar un esplendor comparable al que tuvo en el otro fin de siglo.

A juicio de Rama, “en ese género es donde han llegado más alto nuestros narradores, quienes inútilmente han procurado superarlo en largas y brillantes novelas”. Ya Henry James contrastaba the shapely nouvelle con the baggy monster. La verdad es que en el monstruo cabe todo y una y otro se complementan en vez de oponerse.

Los grandes novelistas han triunfado en ambos campos. La muerte de Iván Illich la escribió el autor de Ana Karenina y Guerra y paz. Flaubert hizo Un corazón sencillo y Madame Bovary. Apenas ayer García Márquez nos dio Crónica de una muerte anunciada y El amor en los tiempos del cólera; Fuentes, Agua quemada y Cristóbal Nonato. Su mérito en Constancia y otras novelas para vírgenes es hacer que en the shapely nouvelle quepan más cosas de las que sueña the baggy monster. En su libro que se diría más extraterritorial y excéntrico adopta como centro y territorio, modelo mítico y estructural “la ciudad más vieja del Nuevo Mundo. No la ciudad muerta más antigua (Cuzco, Teotihuacán, Tula) sino la ciudad que vivimos aún y vive desde 1325, México”.

La puesta en abismo

Constancia. En nuestro país la producción novelística y el trabajo crítico han sido ante todo obra de juventud. La vida activa de nuestros escritores no ha durado en promedio más de doce años. Los días enmascarados apareció en 1954: Fuentes lleva cuarenta de construir sin descanso una obra proliferante. Sin ella sería impensable nuestro tiempo mexicano. Constancia de sus temas y obsesiones presentadas bajo una nueva luz. Homenaje en su centenario a su maestro Alfonso Reyes, a quien le hubiera gustado perdurar por un título, Constancia poética. Y a medio siglo de su muerte, recuerdo de Walter Benjamin, cuya obra podría llamarse también “Historia de dos ciudades”, París y Berlín. Él considera la aventura humana “una catástrofe única que acumula ruina sobre ruina”, pero a la que siempre han respondido, y contestarán, la rebelión, el arte y el amor.

La región más transparente fue en 1958 la novela de la ciudad. En 1990 Constancia es la ciudad de la novela. Nunca terminaremos de descubrir a México aunque esté a nuestro lado y bajo nuestros pies. Como ha dicho Milan Kundera, jamás terminaremos de explorar las posibilidades de la narrativa.

Antes de leer Constancia, yo estaba seguro de que la novela corta requería de la separación, la unicidad, el aislamiento en un solo volumen, el espacio propio para el tiempo que invirtamos en leerla. Aura es el más claro ejemplo. Incluida en Los días enmascarados o en Cantar de ciegos, quizá no arrojaría el mismo resplandor que no ha dejado de emitir durante tantos años. Como todos los dogmas, el fanatismo por la novela corta se ve rebatido cuando Fuentes disuelve en Constancia las fronteras formales. Sus cinco short novels admiten la lectura unitaria, exigen la indispensable colaboración llamada relectura y al mismo tiempo se relacionan entre sí y se apoyan como si formaran un libro de cuentos.

Pero no se trata de “cuentos largos” sino de cinco novelas cortas semejantes a cinco niveles históricos en el subsuelo pantanoso de la capital mexicana o cinco pirámides sobrepuestas en una misma estructura. “Lo más sólido se deshace en el aire”: la Catedral de Hull, carcomida por la brisa del Mar del Norte, la Catedral de México, la iglesia-pirámide hecha –como el Palacio Nacional, la antigua casa de Her nán Cortés– con las piedras de Tenochtitlan y producto de construcciones acumuladas a lo largo de cuatro siglos, está roída por el esmog, devorada por la lluvia ácida, estremecida por la venganza emergente del Templo Mayor, el ferrocarril subterráneo, el lago que al concluir su agonía deja en su sitio la materia desmoronable del precipicio.

La ciudad de México se halla literalmente puesta sobre el abismo. El principio constructivo de este libro es la “puesta en abismo”, la estructura a base de cajas chinas o muñecas rusas o plazas de las que, como en el tablero de ajedrez de Savannah, Georgia, salen calles que conducen a plazas que irradian calles que desembocan en plazas. Constancia sería en inglés a book of stories. Y stories son al mismo tiempo pisos, plantas de un edificio, relatos.

Sólo Fuentes pudo haber escrito este libro. Fuentes, solo, nunca lo hubiera escrito. Lo que va de un adverbio a un adjetivo. Ciudades, catedrales, pirámides, novelas: obras colectivas. El novelista es el único arquitecto que tiene que ser también el albañil de sí mismo. Trazar el plano y hacerlo tangible y habitable piedra por piedra, palabra por palabra.

La tempestad de la historia

En las ciudades del siglo que termina todos somos para los demás espectros, espantos. Ya no tenemos semejantes, sólo rivales y enemigos. En nuestra congestionada soledad leemos novelas para salir de la prisión del yo –entretenernos, divertirnos– y conocer a los otros fantasmas (a fin de cuentas, los personajes de un libro no son sino palabras puestas una tras otra en negro sobre blanco) como jamás podríamos conocer a nuestros prójimos más próximos, los inescrutables seres de carne y hueso que nos rodean. Podemos tener cierto control sobre una historia con minúscula. La Historia con mayúscula viene como quiere y nos arroja adonde menos pensamos.

El doctor Hull fue un joven de la generación victoriosa que el Día D de 1944 desembarcó en Normandía y derrotó al imperio hitleriano del mal. Años después, como gran cirujano del corazón, Hull cree tener poderes contra la muerte. Constancia es andaluza. Hull la ha llevado a Savannah –ciudad dentro de una ciudad que contiene otra ciudad– y ha vivido con ella durante medio siglo. Al cabo de este tiempo su país tiene la certeza de haber logrado el triunfo sobre el segundo imperio del mal que produjo el Gulag y la locura genocida de Pol Pot en Camboya. Se ha impuesto al mundo la economía de mercado, el sistema que nació de otros gulags y otros genocidios: la Conquista y la trata de esclavos. A las dos naciones que Disraeli separó en 1850 –los que tienen y quienes no tienen– se suman ahora los que tienen muchísimo de todo y quienes no tienen nada de nada.

La guerra del norte contra el sur, de ricos contra pobres, de blancos contra no blancos ya no se libra en remotos campos de batalla y exterminio sino en el interior de las ciudades. Su instrumento es la droga, el pharmacon nepente de la antigüedad, el elixir del olvido. Se le sacralizó por su poder, sólo concedido a los dioses, de modificar la realidad. La droga representa la herbolaria y la química puestas al servicio de la máquina de soñar que todos llevamos dentro pero sólo el novelista convierte en casa con dos puertas, la más importante de ellas es la que se abre para el lector, la autoridad suprema, el Gran Elector de Cristóbal Nonato.

La trama de la Historia con mayúscula no es predecible. Nadie, ni científicos ni adivinos, soñó con lo que iba a deshacerse en el aire tras la caída del muro de Berlín ni con los horrores que salieron de la noche. Hoy como ayer “el hombre hace sufrir al hombre”. La Sagrada Familia huye de Palestina o de El Salvador en busca de una tierra prometida que jamás se alcanzará pero nunca dejaremos de buscar. La periferia invade el centro y ocupa los sótanos de la casa. Del mismo modo, en este libro el cuento –según Frank O’Connor la voz de los grupos sumergidos que anhela ser escuchada por los grupos dominantes– se instala dentro de la novela, el arte de los ricos que pueden comprar el tiempo para escribirla y leerla. El resultado es lo más temido por el racismo y el fundamentalismo: la hibridación, el mestizaje, la diversidad, la riqueza de perspectivas y potencialidades.

 
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