Usted está aquí: martes 18 de noviembre de 2008 Opinión La Muestra

La Muestra

Carlos Bonfil
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■ Cordero de Dios

Ampliar la imagen Fotograma de la cinta de Lucía Cedrón, quien recurre a lo que considera un "tiempo en espiral" Fotograma de la cinta de Lucía Cedrón, quien recurre a lo que considera un “tiempo en espiral”

El secuestro por motivos económicos de un veterinario septuagenario, a finales de 2001, época de mayor crisis financiera en Argentina, es el punto de partida para una interesante reflexión sobre la violencia política en la historia reciente del país y los dilemas éticos que provoca en el seno de una familia.

Cordero de Dios, primer largometraje de Lucía Cedrón (directora premiada en Berlín por su corto En ausencia, 2002), elige una narrativa situada en dos planos temporales: el suceso mencionado, que pone en peligro la vida del abuelo Arturo, y el recuerdo de su conducta, dos décadas antes, en 1978, bajo la dictadura, cuando era empleado de un militar y su hija Teresa participaba, al lado de su pareja Paco, en una red de resistencia urbana. La represión llevó al yerno a la desaparición y a la hija de Arturo al exilio.

Ante la necesidad de rescatar ahora al veterinario, su nieta Guillermina, de 30 años, hace todo lo posible por reunir el dinero que exigen los secuestradores, en tanto Teresa regresa de su exilio en París para enfrentarse a la disyuntiva de salvar a su padre y ocultar al mismo tiempo a su hija la responsabilidad del abuelo en la separación forzada de sus padres.

Una vez que el espectador ha identificado bien las circunstancias de los dos relatos paralelos, tarea facilitada en algo por el trabajo de fotografía que reserva a la historia más reciente una iluminación más brillante, en tanto captura los años de la dictadura con tonos más discretos, lo que procede es concentrarse en los aspectos morales que interesan a la directora, y que van más allá del aspecto anecdótico.

A diferencia de tantas otras ficciones de denuncia (La historia oficial, Garage Olimpo, entre varias más), en las que el relato lineal permitía entender el tema de la violencia militar, la tortura institucionalizada, las desapariciones forzadas y el largo periodo de impunidad que aún provoca una demanda generalizada (“Ni olvido ni perdón”), Lucía Cedrón (huérfana desde los cinco años, educada en literatura y cine en sus propios años de exilio) ha preferido recurrir a lo que ella considera un “tiempo espiral”, una narrativa que coloca en un mismo plano el presente y el pasado, creando la ilusión de una “abstracción temporal”. Esto equivale a poder hablar del periodo de la dictadura militar a partir del tiempo presente, con todo lo que ello implica de reflexión aguda sobre los temas del duelo prolongado, la impunidad inaceptable y la responsabilidad moral de los personajes involucrados. Esta revisión histórica es parte sustancial del cine joven argentino, como también lo es del cine alemán, y sus variantes estilísticas ofrecen hoy, en ambos casos, sorpresas novedosas.

Hay cabos sueltos en la narración, algunos deliberados (“El mejor director de cine es la imaginación del espectador”, alega la directora), y también momentos débiles en el sentimentalismo de las referencias simbólicas (un cordero de peluche, trivialización de la alusión bíblica del título; una pista sonora saturada de clichés), o en aspectos sociales desdibujados, como el impacto verdadero de la crisis económica. No obstante, el punto de vista de la directora es honesto, sobre todo en los aspectos éticos, aun cuando el tema delicado sigue suscitando en Argentina las más encendidas controversias.

 
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