La crisis de reojo
El pasado fin de semana se reunieron en Washington y bajo los auspicios del Grupo de los 20 (G-20) un grupo de jefes de Estado y las cabezas de diversos organismos internacionales. La asamblea revisó las condiciones de la crisis financiera y las acciones para enfrentarla.
El momento político no es el más propicio para llegar a acuerdos funcionales. George W. Bush ya no tiene espacios efectivos de maniobra y Barack Obama no tomará posesión hasta enero de 2009. Pero la catarsis parece necesaria. Todos querían estar ahí.
En cuanto a las causas de la crisis, se pronunciaron por establecer condiciones de regulación más estrictas sobre los mercados financieros, en especial de los fondos de cobertura y la transparencia de los títulos derivados, como los créditos de hipotecas.
En lo que concierne a la gestión de la crisis propusieron emprender acciones conjuntas de política monetaria y fiscal para evitar una recesión profunda y de larga duración. El texto de la resolución es amplio en cuanto a temas que abarca.
Los acuerdos llevarán un tiempo más bien largo para instrumentarse y habrá que observar la verdadera disposición política una vez que cada uno vuelva a casa. El asunto es el tránsito entre lo convenido alrededor de la mesa y las condiciones políticas internas en cada país, así como la eficacia de las públicas. No es claro qué tanta soberanía estarán finalmente dispuestos a ceder a cambio de arreglos de índole global.
La atención en las brechas que hay en regulación y supervisión de los mercados financieros. “Después de ahogado el niño, a tapar el pozo.” Pero en una reafirmación de sus convicciones más íntimas, Bush ya había sentenciado, aun antes de la reunión, que los cambios en esa dirección deben ser modestos y no crear sobrerregulación o límites al comercio global. Habrá que ver qué tanto es tantito para librar la recesión a escala mundial, que ya se ha instalado.
Reconoció el mismo Bush que en el entorno de la crisis se equipara el sistema de libre empresa con la avaricia, la explotación y la quiebra. Pero haciendo profesión de fe dijo que la crisis no representaba una falla del libre mercado y que la intervención del gobierno no era cura para todo.
La paradoja radica en que hoy el gobierno de Estados Unidos tiene intervenida y nacionalizada una gran parte del sistema financiero, en un claro antagonismo con los principios librecambistas que defendió a ultranza durante su administración. Esto se puede extender a áreas productivas, según se ve en el caso de General Motors.
Los líderes que visitaron Washington señalaron que se trata de que una crisis como ésta no ocurra de nuevo. Esa es, sin embargo, una declaración vacía de contenido técnico y político. Las crisis de este tipo han ocurrido muchas veces y son incluso cada vez más recurrentes.
Al final todos parecen pensar como Greenspan, cuya reciente declaración de culpa por haber subestimado la inestabilidad de los mercados no regulados es inútil.
El capitalismo es inestable por naturaleza y aún más en un entorno de mercados financieros muy desarrollados, globalizados y sin regulación suficiente. Hyman Minsky lo planteó de manera clara en su libro ¿Puede pasar otra vez? (1982). La respuesta es sí, por supuesto. Pero eso ocurría al margen de las teorías convencionales que se repiten sin ningún contenido crítico por todas partes y que no hicieron sino provocar más inestabilidad.
Hay una anécdota que no debería omitirse en el análisis de la crisis. Myron Scholes, Nobel de Economía 1997 (en realidad ese premio lo concede el Banco de Suecia en memoria de Alfred Nobel), fundó junto con Robert Merton, con quien compartió el galardón, un fondo de coberturas llamado Long Term Capital Management. Esta empresa quebró estrepitosamente hace 10 años y tuvo que ser rescatada por el gobierno de Estados Unidos en la era Greenspan.
Luego de aquel fiasco, Scholes volvió a las andanzas con su nuevo Platinum Grove Asset Management, que tiene un capital de más de 4.5 mil millones de dólares. En octubre había perdido 40 por ciento de su valor y congeló los fondos de sus inversionistas. El Nobel se lo dieron por sus teorías sobre la valuación de los activos financieros; ustedes dirán si la memoria financiera no es bastante corta.
Hace unos días comparecieron ante el Congreso los directores de los mayores fondos de coberturas. Maestros del universo, los ha llamado el escritor Tom Wolfe. Luego de defender su línea de negocios argumentaron que no debería aumentar la regulación sobre ese mercado.
Esos fondos aprovechan las brechas de los precios de los títulos financieros y realizan enormes ganancias; la creación de riqueza no es asunto de ellos. Pero, ojo, éste no es un argumento ético, es un hecho del funcionamiento del capitalismo financiero, que en una gran medida promueve las ganancias grandes y rápidas y se vuelve un modelo de éxito social.
La crisis no es sólo un asunto técnico, tiene que ver con los arreglos sociales prevalecientes, con ideologías y políticas desgastadas, con la mala gestión del gobierno y con la existencia de fuertes conflictos de intereses. Eso no estuvo en la agenda de la reunión sabatina de los presidentes en Washington. Como suele ocurrir en conflictos de esa naturaleza, ¿se tratará de cambiar para que nada cambie demasiado?