Walter Gruen: In memoriam
Después de tres semanas de terapia intensiva en el Hospital Español, Walter Gruen se extinguió la víspera del día de Todos los Santos, a las 7:15 de la mañana. Fue velado en la agencia Gayosso de Sullivan y esta nota está dedicada a Anna Alexandra Gruen (nee Varsoviano) su esposa, su aliada en la promocion de Remedios Varo y su inseparable amante-amiga, tan admirada y querida por quienes la conocimos como lo fue siempre Walter, quien llegó a México en 1942 con su esposa Klari, mismo año en que nuestro país acogió también a don Wenceslao Roces.
Walter poseía una cultura médica obtenida en la Facultad de Medicina de la Universidad de Viena, no llegó a titularse debido a que –como judío– tuvo que exiliarse de Austria.
Larga y fructífera como fue su vida, estuvo preñada de dolorosas pérdidas que sorteó a capa y espada, uniendo a una bondad que pareciera innata, la fortaleza de aquellos que lograron sobrevivir los campos de concentración en Alemania y París, donde entraron los nazis el 14 de julio de 1940, a las 5:30 de la madrugada.
Remedios, junto con su entonces consorte, Benjamín Péret, embarcaron en Casablanca el 20 de noviembre de 1941. Aquí desarrolló ella el meollo más consistente y valioso de su producción y aquí vivió, excepto durante el lapso venezolano que corrió desde finales de 1947 hasta 1949, en que regresó. Por entonces mantenía amores con el joven aviador Jean Nicole, a quien Walter conoció y ayudó, ya como pareja de Remedios, cuando él sufrió un accidente aéreo en Matamoros. Para entonces, él había perdido a su primera esposa, Klari, también austriaca, quien pereció en las costas de Tuxpan al querer auxiliar a una persona que se ahogaba, según me relató Anna Alexandra, la más afectuosa y consistente compañera que Walter tuvo en su vida.
Se antoja que la liasson con Remedios Varo estuvo motivada por la inmensa admiración que le concedió como creadora y como hermosa mujer que pugnaba por una libertad sin dependencias. Fue él quien propició su desarrollo y a él debió la pintora la siempre relativa tranquilidad (dado su temperamento) de la que hizo gala, misma que le permitió los logros que le conocemos, validados inclusive por Diego Rivera.
Somos muchos los que recordamos a Walter independientemente de su vinculación con Remedios. La casa Margolín fue y es centro de reunión y lugar casi de culto para los afectos a escuchar los más selectos discos que podían encontrarse entonces en el mercado. Yo solía visitar Margolín en compañía de José Antonio Alcaraz (+) pretendiendo de paso llegar a conocer a Remedios, cosa que no sucedió. La vi una sola vez en la galería Juan Martín, donde se exhibían unas 15 pinturas suyas, ocasión que sucedió, si mal no recuerdo, el año anterior a su inesperada muerte, acaecida el 8 de octubre de 1963.
Remedios era joven, pero no tanto como suponíamos. En realidad era seis años mayor que Walter. Anna Alexandra, ahora viuda de Gruen, debe ser más o menos unos 20 años menor que él. Tuvieron la desgracia de perder a su hija: Isabel Gruen Varsoviano, en un accidente de carretetera acaecido en Costa Rica. Isabel era una joven y prometedora sicóloga que estuvo adscrita al Instituto Mexicano de Psiquiatría Ramón de la Fuente.
La pareja Gruen le dedicó un monumento activo, ahora salvaguardado a partir de que el 11 de febrero de este año, un tribunal unitario en materia civil y administrativa, ratificó, mediante la voz de María Teresa Franco, directora del Instituto Nacional de Bellas Artes, la posesión de las 39 obras de Remedios que ambos donaron a México y que, según sus propios deseos, se adscriben al acervo del Museo de Arte Moderno (MAM), donde pueden verse a voluntad, organizados bajo nueva museografía, que data del 7 de octubre pasado.
Esto ocurrió después del conocido litigio del que ha dado sobrada cuenta Merry MacMasters en esta sección. Hace pocos meses, el matrimonio inauguró, junto con Oswaldo Sánchez, director del MAM, la exposición y simposio Cinco llaves, efectuado con motivo del centenario del nacimiento de la pintora.
Los Gruen han sido profundamente queridos y apreciados –más que merecidamente, como observó Horacio Flores Sánchez la tarde del velorio. Así fue que nos congregamos para acompañar a Anna Alexandra y dedicar a Walter un último y sentido adiós que, viéndolo bien, no es tal. Pervive nuestra gratitud y profunda simpatía.