Crisis financiera y agricultura
Durante octubre el precio internacional del maíz y el trigo disminuyó, pero el de las tortillas y el pan fue el mismo. En la primera semana del décimo mes del año, la cotización del maíz en la bolsa de Chicago pasó de un récord de 296 dólares la tonelada, alcanzado el pasado 26 de julio, a 178 dólares. El trigo cayó de un máximo de 470 dólares la tonelada, obtenido en febrero de 2008, a 235 dólares. Sin embargo, el costo de los alimentos elaborados con ambos cereales no bajó un solo centavo para los consumidores finales.
La burbuja especulativa de las materias primas agrícolas, iniciada en 2002, reventó hace un par de meses. Desde que estalló la crisis financiera en Estados Unidos los precios de casi todos los granos básicos en los mercados internacionales se han hundido. Empero, lo que las personas comunes y corrientes deben pagar por su comida es lo mismo –o más– que gastaban cuando las cotizaciones de las commodities se encontraban en las nubes. Según el Banco de México el costo de los cereales, el pan y las tortillas aumentó 12 por ciento desde octubre de 2007.
Los precios de los cereales han experimentado una caída media de entre 30 y 35 por ciento respecto del año anterior. Sin embargo, en septiembre las cadenas minoristas en Estados Unidos aumentaron el costo de los alimentos 7.6 por ciento. Durante los primeros seis meses del año, Nestlé, una de las más importantes empresas agroalimentarias del orbe, incrementó 4.4 por ciento los precios de sus productos en todo el mundo, y en América Latina 8 por ciento. Por supuesto, ahora que las materias primas valen menos, no piensa bajarlos.
La excepción de esta debacle es el arroz, con cotizaciones al alza, como resultado de malas cosechas y una disminución de la superficie sembrada en Estados Unidos, que es el cuarto país exportador de la gramínea.
La bajada de los precios de las materias primas agrícolas obedece a una razón fundamental: con el dólar revaluado y temiendo una disminución de la demanda de cereales por la recesión económica, los fondos de inversión se retiraron de esos mercados, empujando las cotizaciones a la baja. Las posiciones pasaron de 58 mil millones de dólares a 8 mil millones.
Ello comprueba que la crisis de los alimentos, que provocó que 75 millones de personas se sumaran a las 850 millones que padecen hambre en todo el globo, fue precipitada, en mucho, por la especulación de los inversores institucionales.
Lo más probable es que el hundimiento en el valor de las commodities agrícolas no supondrá un problema para muchas trasnacionales de la alimentación. En la recesión económica de la década de los setenta, compañías como General Mills y Kellog se expandieron y tuvieron un mejor desempeño bursátil.
En cambio, para los pequeños agricultores la situación es radicalmente diferente. La mayoría no se benefició de los altos precios que hasta hace poco se pagaban por los granos básicos. El auge llegó cuando sus cosechas ya estaban vendidas, o debieron pagar más por el crédito, los fertilizantes, los plaguicidas y el combustible. Las ganancias no quedaron en las manos de ellos, sino en las de los grandes productores, las empresas agroalimentarias y los especuladores.
Ahora su futuro es más sombrío. De entrada, sufrirán la acción combinada de precios de cosechas más bajos y altos costos de producción. Muchos realizaron grandes inversiones. Difícilmente recuperarán el capital que metieron. Las empresas de insumos agrícolas, desde fertilizantes hasta semillas, aprovecharon el auge para cobrar más por sus mercancías. Los granjeros medianamente prósperos están aplazando la compra de maquinaria y tienen grandes dudas sobre la conveniencia de plantar el próximo año cultivos que requieren mucho dinero, como el maíz.
Padecerán, además, la contracción y encarecimiento del crédito destinado al campo. En todo el mundo enfrentan grandes dificultades para tener acceso a él. Para los más pequeños será casi imposible recibirlo; esa puerta se cerró para ellos.
La disminución y encarecimiento del crédito provocará una reducción en el cultivo mundial de cereales. La producción mundial de trigo bajará 4.4 por ciento en 2009; también se registrarán descensos en las cosechas de soya y maíz. En 1986 las reservas mundiales de maíz, trigo y soya garantizaban el abasto de 144 días. En 2009 los inventarios de estos productos se habrán reducido a menos de la mitad: apenas serán suficientes para 67 días de consumo.
Por supuesto, la gravedad del impacto de la crisis financiera en el campo mexicano no es reconocida por los funcionarios del sector agropecuario. Según Alberto Cárdenas Jiménez, titular de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación, quienes hablan de problemas tienen una visión “derrotista y envuelta en pesimismo”. Por lo pronto, la primera medida del gobierno federal para enfrentarla consistió en reducir su propuesta de presupuesto dedicado a la agricultura y ganadería enviada al Congreso de la Unión.
México vive una profunda dependencia alimentaria. La crisis hará más vulnerable al país. Tan sólo durante el primer semestre de este año transfirió al exterior recursos por 10 mil 373 millones de dólares para pagar la factura por la importación de alimentos, muchos de los cuales podrían ser producidos dentro de la nación. La reciente devaluación del peso hará de estas importaciones una pesada carga.
Compárese esta política con la de China, el país más poblado del mundo. En esa nación se acordó que el fortalecimiento de la agricultura y el autoabastecimiento de cereales son “las principales metas económicas del gobierno”. La administración pública resolvió fortalecer su apoyo a la agricultura, continuar incrementando los subsidios a los agricultores y elevar los precios mínimos de compra de cereales para estimular a los campesinos para que produzcan más cereales. ¡Vaya diferencia!