Muestras, festivales y videos
Al cumplir este año 50 ediciones, la Muestra Internacional de Cine sugiere motivos de reflexión sobre su propósito actual y su impacto entre los cinéfilos. De sus inicios, en los años 70, a la fecha, es mucho lo que ha cambiado en el panorama de la exhibición fílmica en México, y el evento no representa ya la oportunidad única, largamente esperada, de ver buen cine en medio de las ofertas rutinarias de la cartelera y del infatigable acoso de la censura moral o política. La oferta cultural es hoy mucho más fuerte y el cine de calidad se difunde masivamente mediante el video digital y la Internet; esta misma revolución tecnológica ha vuelto a tal punto inoperante la censura que los intentos de revivirla ya sólo corren por cuenta de la jerarquía eclesiástica con el resultado de una promoción involuntaria de aquello que destinaba a la hoguera. Proliferan los festivales de cine, los concursos de cortometraje, la democratización del trabajo fílmico por vía del digital y la comunicación instantánea; hay incluso algún concurso de lo filmado desde un teléfono celular.
El cine de calidad se vende en las tiendas de servicio, con precios a la baja, debido a la competencia de la piratería, presente en todas partes, que propone el mismo cine de arte a públicos tan diversos como los de Polanco, Centro Histórico o Ciudad Nezahualcóyotl. La Muestra se añade así, con fortuna diversa cada año, a la poderosa oferta de este mercado informal, adelantándose a veces, pero también, en ocasiones, con retraso. Lo más paradójico es que la Muestra palidece cada vez más frente a la estupenda oferta de ciclos, pequeños festivales y retrospectivas que propone la misma Cineteca Nacional que la alberga: cine de la Nueva Ola Francesa, retrospectiva de Yasujiro Ozu, revisión del cine mudo, festivales de cine francés, nórdico, alemán; festival Mix de diversidad sexual, festival de cine de mujeres, y un largo etcétera. De esta programación notable la Muestra recupera algo de lo ya exhibido, pero insuficientemente visto, y propone algo más, sin duda interesante y novedoso, pero que por contraste termina siendo ya poco, y que resulta atendible en el momento –por gusto o por costumbre–, o tiempo después durante su muy probable exhibición comercial.
Esto no significa que la Muestra haya perdido pertinencia o sentido. Todo lo contrario. Tal vez su aspecto más positivo sea el de haberse convertido crecientemente en un evento cultural itinerante (16 ciudades en su circuito de exhibición en red nacional). Si bien el cinéfilo capitalino puede quejarse de no tener tiempo para ver todo lo que en un año le ofrece el centralismo cultural, los públicos en el interior del país esperan –como el espectador capitalino hace 30 años, y con el mismo entusiasmo–, la llegada de la Muestra. Los festivales de Guadalajara, Morelia, Guanajuato, Monterrey, Ciudad Juárez y Cancún, con todo su atractivo e importancia, apenas son suficientes para satisfacer una demanda creciente por parte de los espectadores en el interior del país, quienes pueden actualizarse, por Internet o por video, sobre las tendencias del cine moderno.
Todo cinéfilo tiene una Muestra ideal en mente, y pocas veces coincide con la selección de los programadores. Lo que a menudo se ignora es que algunas cintas ideales suponen costos elevados (por derechos de exhibición, por frecuencia de proyecciones) difíciles de cubrir con el presupuesto, siempre a la baja, que se destina a una buena difusión cultural en México. La selección de la Muestra se vuelve así un repertorio del material disponible (por compras de la Cineteca, por negociación o por préstamo de embajadas o distribuidoras): una plataforma de distribución prestigiosa que en ocasiones favorece al cine mexicano de calidad, permitiéndole llegar a regiones en el país que la distribución comercial desdeña. La suerte de los festivales es parecida. La mayoría tiene que adelantar estrenos comerciales para volverse más atractiva y rentable, reservándose sin embargo un nicho de distinción: en Guadalajara la promoción del cine mexicano e iberoamericano; en Morelia y Guanajuato la difusión del cortometraje; en el Ficco la propuesta de cine internacional de autor y cine independiente sin grandes probabilidades de ser visto después. Cada festival depende para sobrevivir, además de la fidelidad de sus espectadores, de la fidelidad aún más urgente de sus patrocinadores.
Una manera posible de romper el círculo vicioso del centralismo cultural y de la escasa oferta fílmica en el interior del país, sería promover la multiplicación de centros de difusión cinematográfica (cine-clubes, cinematecas regionales) en aquellos estados o regiones con mayor demanda de cine de calidad. Si la Muestra Internacional de Cine es un evento itinerante, también podrían llegar a serlo aquellos ciclos, festivales y retrospectivas que hoy disfruta el espectador capitalino casi en exclusiva. La Muestra perdería así su aspecto de ritual onomástico, para en lo sucesivo diluirse y a la vez potenciarse en la programación de una Cineteca con propuestas siempre variadas y aún más imaginativas.