La negra noche
A unos días de que los estadunidenses elijan a su presidente y renueven el Congreso, los datos económicos apuntan al más oscuro de los panoramas esbozados por la implosión de su sistema financiero. El producto interno bruto decae en el tercer trimestre del año y muchas empresas deciden no invertir mientras empiezan a despedir trabajadores. Se estima que en lo que va del año se han perdido 760 mil empleos y que en el periodo anotado el consumo decrece, por primera vez en veinte años, a un ritmo anual de 3.1 por ciento. Si se considera que el consumo interno representa poco más de 70 por ciento de la actividad económica americana y que las exportaciones han visto reducir sensiblemente su dinámica, debido al contagio global de la crisis, se tendrá un escenario inicial de la magnitud de lo que viene en la parte real de la economía, donde crujen los dientes y el bienestar de la mayoría topa con el muro del desempleo y la pérdida de expectativas.
Difícil de prever en cuanto a la profundidad que tendrá, la crisis se despliega con inusitada crueldad ante nuestros ojos. La crisis online, global como ninguna, empieza por el centro y humilla al poderoso. Pero eso no consuela a nadie, porque sin centro que lo sostenga el sistema puede empezar a disolverse y a perder su naturaleza, como si entrara a un hoyo negro.
Aquí abajo, a la vuelta de la esquina, en irónica sintonía con la información que viene del norte, el gobernador Ortiz traza proyecciones estrujantes, “rumbo al desplome” (Roberto González, La Jornada, 30/10/08, p.30).
La producción apenas ascenderá 2 por ciento este año y el que viene será peor: entre 0. 5 y 1.5 por ciento, lo que significa que no se crearían más de 250 mil empleos formales en todo 2009, muy por debajo de lo requerido para apenas hacer frente al reclamo demográfico encarnado en poco más de un millón de jóvenes que llegan a la edad de trabajar cada año. La opción es la informalidad, que será un circo de más de tres pistas donde se viva el drama sin compasión de una competencia brutal por el espacio, la esquina, el auto a lavar.
Se documenta ya la fragilidad renacida de nuestro comercio exterior debido a severos desequilibrios comerciales y de cuenta corriente, que se ahondarán con los petroprecios y las remesas a la baja; mientras las reservas resienten las presiones a la alza de las empresas endeudadas en dólares, que enfrentan vencimientos pero no posibilidades de redocumentarlos. De explotar esta crisis adicional e insólita de deuda externa privada, que afectará a las empresas grandes, la cadena ya arrancada de decaimiento productivo y desempleo sólo puede agravarse. Los ricos, por fin, también lloran, dirán algunos; pero recuérdese que con todo y la changarrización con que nos maldijo Fox, todavía una fracción importante de la fuerza de trabajo se ocupa en aquellas empresas. Lo que está por verse son los términos de su salvamento.
Apenas empieza, pero ya no puede alegarse sorpresa o desconocimiento. Y en Dios ya pocos creen, según el Evangelio de Felipe en San Salvador. La incertidumbre arrastra certezas ominosas de derrumbe y larga duración del receso. Atrás quedará el amasijo de argumentos por la estabilidad a toda costa, y más pronto que tarde descubriremos que la sabiduría convencional de la época sólo puede llevarnos al desastre. Lo que está por verse es la capacidad de improvisación, de pragmatismo histórico, que puedan tener el Estado y la democracia pluralista para caminar en el lodo y no resbalar a la primera.
Se ha mostrado que la movilización popular no es el enemigo malo de la democracia representativa, que la violación de la ley está en otra parte y que, incluso, puede llevar a explorar territorios de participación y debate productivos que so pretexto de la pureza del sistema democrático muchos dieron por cancelados. La savia de la política popular radica, así, en encontrar los equilibrios, siempre inestables, entre movilización y política democrática para dar paso a una nueva política constitucional, que es lo que la hora reclama.
Como nos lo dejaron, el Estado y sus agencias no embonan con una democracia siempre al borde de la incompetencia perfecta. Mucho menos si se quiere cambiar de objetivos y criterios para proteger a los más débiles, defender el empleo, evitar que la planta productiva que queda se desvanezca: para eso, el Estado no está preparado y es urgente asumirlo (Véase al respecto la nota de Angélica Enciso sobre el gasto social y sus deformidades: La Jornada, 31/10/08).
Al Ejecutivo le tocan tareas amargas de revisión de cuadros y creencias. El espot ha dejado de ser placebo para volverse tóxico, y el diplomado en “economía y políticas públicas”, mal consejero. Por su parte, el Congreso deberá convertirse en foro permanente de deliberación y búsqueda de opciones que no aplasten lo que queda de vigor social y abran paso, progresivamente, a nuevas fórmulas cooperativas, de vinculación con lo que vaya a quedar de la globalidad, de invención y acumulación de la esperanza. Pero la noche avanza, negra.