TOROS
■ Con precios europeos, novillos sin trapío y juez ornamental, no hubo ni media entrada
Michelito Lagravere bañó a Castella, Morante, Garibay y El Payo en Pachuca
■ Las reses de Fernando de la Mora echaron abajo la corrida más esperada del año
Ampliar la imagen El diestro Fermín Rivera salió conmocionado tras ser embestido y derribado por el burel Foto: Notimex
Un verdadero atraco en despoblado resultó la dizque “corrida de toros” de ayer en la plaza Vicente Segura, de Pachuca, donde a precios estratosféricos y con ganado tan joven y pequeño que no hubiera sido aprobado ni siquiera en cosos tan poco serios como la Monumental Plaza México, la empresa de Pedro Haces y Rubén Ortega echó a perder el muy atractivo cartel compuesto por el gitano Morante de la Puebla, el francés Sebastián Castella y los mexicanos Ignacio Garibay y Octavio García El Payo, que tomó la alternativa.
Las causas principales del fracaso fueron la nula seriedad del juez, Jorge Popoca, quien aceptó como si fueran reses adultas los ocho novillos con cara de becerros enviados por el ganadero Fernando de la Mora, y la tolerancia de las autoridades locales, que permitieron la venta de boletos a precios de Europa, cuando los bovinos carecían por completo de edad, trapío y peso.
Cosas de la crisis económica, o de las amargas experiencias que en esta materia han sufrido en casi todas partes los aficionados del país, la oferta consiguió que hubiese menos de media entrada, la mitad de la cual, a su vez, procedía de la ciudad de Querétaro, es decir, estaba formada por seguidores de El Payo, el nuevo ídolo de aquellas tierras, que venía precedido por sus sonados y recientes triunfos de este verano en España.
Todo el entusiasmo que alentaban quienes a pesar de los pesares pagaron mil 500 pesos por una barrera de primera fila, u 800 por un primer tendido, se evaporó inmediatamente cuando saltó al ruedo el de la alternativa del queretano, un animalito esmirriado y trotón que produjo rechiflas a De la Mora y mentadas de madre al juez.
Ese fue el lamentable principio de un rosario de vergüenzas, con el que Morante trató de tener (y en algunos casos lograr, como siempre) detalles muy pero muy toreros, sin concretar ni estructurar nada: él es así. En una actitud muy distinta, vamos, con mucho empeño, pero sin mostrar progresos de ninguna clase en términos de técnica y de sapiencia frente a las reses, Ignacio Garibay cortó tres orejas que sólo se puedan tachar de ratoneras.
A su primer enemigo, una verdadera rata, lo despojó de un apéndice con la complicidad del juez, que estaba en plan de hacerle el caldo gordo al empresario y garantizar una “corrida” existosa a como diera lugar, y que ante los alborotados pañuelos de unos cuantos villamelones sacó el propio para conceder el trofeo y, después de la lidia del sexto de la tarde, no tuvo empacho en otorgarle otras dos peludas.
A Sebastián Castella, uno de los máximos exponentes de la tauromaquia en el mundo de nuestros días, le volvió a ocurrir lo mismo que a principios de año en Texcoco: le echaron –es de suponerse porque él y su apoderado estuvieron de acuerdo en ello– dos becerros impresentables por chicos, feos, bobos y descastados, que la gente por supuesto le pitó con justificada ira.
Luego de pasar en blanco ante el primero, se dio un arrimón con el segundo, derrochando la clase y el poderío que lo caracterizan, pero luego de pinchar antes de meter el acero en buen sitio, se retiró al callejón y no quiso salir a agradecer las palmas que le tributaban, sobre todo, desde sombra.
Ironías de la vida, al concluir la función, como postre, y para celebrar que empezará a manejar también la Monumental de Mérida, Pedro Haces le echó una vaquilla al becerrista yucateco y francés, Michelito Lagravere, quien a sus 10 años de edad le brindó la faena a los cuatros matadores, y les pegó un baño indultando por aclamación popular a la pobre bestia, que por cierto le embistió de maravillas.