¿Defender el peso?
Desde 1976 el gobierno ha tenido que defender en diversas ocasiones el peso. Es decir, trata de evitar que pierda valor frente al dólar. Otra vez estamos en ese escenario de defensa.
El más famoso intento, por peculiar e inefectivo, fue el de José López Portillo cuando ofreció defender el peso como un perro. No pudo y a mediados de febrero de 1982 el dólar pasó de 22 a 70 pesos. Luego, por razón de los famosos alfileres que prendían la economía al final del gobierno de Carlos Salinas, el precio del dólar, que en diciembre de 1994 era 3.44 pesos, en marzo de 1995 pasó a 7.20 pesos.
Y no hay que olvidar que para entonces ya se había hecho una reforma monetaria que cambió la denominación del dinero quitándole tres ceros. Con eso se disipó la noción de la pérdida real de valor del peso asociada con la fuerte inflación.
Ahora las presiones sobre el peso provienen de la crisis financiera iniciada en Estados Unidos y que se ha propagado por todas partes del mundo. La estabilidad financiera mexicana se ha ido mermando paulatinamente en los meses recientes.
La inflación aquí se ha ido elevando por el alza de los alimentos y de los precios de los productos y servicios administrados, o sea, los que fija el gobierno (principalmente los energéticos). El mayor ritmo de crecimiento de los precios expresa, también, la poca productividad del sistema económico. Las tasas de interés también se fueron para arriba para evitar las presiones sobre el peso. Así el diferencial con las tasas en Estados Unidos se ha abierto, lo que pone de manifiesto el riesgo que perciben quienes invierten en pesos.
El tipo de cambio, base de la estabilidad, ha cedido ya y se ha depreciado. Desde fines de septiembre pasado el peso se ha devaluado alrededor de 20 por ciento en su cotización oficial (tipo de cambio “fix”, determinado por el Banco de México), ya que el dólar, que se vendía a 10.95 pesos, se encareció hasta 13.50 pesos, o sea, 23 por ciento. Hoy el banco central ejerce una activa intervención en el mercado cambiario.
El instinto primordial en el banco central es defender el valor del peso frente al dólar. Pero esto puede estar sucediendo ahora en un entorno completamente distinto al de los episodios de crisis anteriores.
Esta crisis financiera altera de manera profunda la estructura misma del sector financiero, desquicia las corrientes del crédito, contraviene las relaciones causales que definían a los mercados y repercute de modo cada vez más intenso en las condiciones de la producción.
En Estados Unidos los bancos de inversión han desaparecido, los bancos comerciales siguen reportando grandes pérdidas y balances débiles. Las condiciones de fragilidad se transmiten entre las empresas y por todas partes. La intervención del gobierno es masiva; traspasa el entorno del funcionamiento de los mercados y llega a los derechos de propiedad con la compra de partes de acciones que en efecto convierte a los gobiernos en propietarios de algunas empresas. En algunos casos en únicos propietarios como ocurre con la aseguradora AIG o las dos hipotecarias más grandes. Eso ha levantado el grito entre los conservadores más retrógrados y desquiciados de que se instaura el socialismo en ese país.
Los efectos son ya ruinosos en los mercados bursátiles, donde los precios de las acciones se derrumban cada día. Las intervenciones estatales que se suceden por todas partes no logran recrear la confianza. En lo que va del año la bolsa de Nueva York perdió 37 por ciento de su valor. Cifras de esa magnitud y mayores se reproducen a lo largo de Europa, Asia y América Latina.
En este marco general de crisis y de acciones de tipo y magnitud inédita por parte de los gobiernos desde hace seis décadas debe cuestionarse la estrategia convencional de defensa del peso que se sigue en México.
Ésta no es, insisto, una crisis convencional, y la manera en que se hace la narración cotidiana de los hechos y en que se analizan las consecuencias no parece estar adaptada a la situación de gran incertidumbre y a las condiciones de los riesgos que prevalecen.
La cuestión es si las reservas que tiene Banco de México deben exponerse para intentar defender al peso en este entorno. A la hora de una corrida generalizada contra el peso no va a haber reservas que aguanten. Hay que ver lo que está pasando en Corea. Los dólares los compran las empresas que tienen grandes tesorerías, especialmente los bancos, y no los mantienen aquí, sino que los sacan para apoyar sus operaciones en otro lado.
Éste es un momento peculiar. Al peso no se le puede defender, pero sí se pueden diferenciar los dólares con los que se cuenta y dedicar las reservas a mantener la planta productiva y el empleo. El resto de las transacciones que se hagan al precio que defina el mercado y sin subsidio de la sociedad para quienes los demanden. México pierde divisas por todas las fuentes que las proveían: petróleo, remesas, exportaciones de mercancías y servicios.
Que no se asusten quienes tienen alergia a los controles, pues éstos ya se están aplicando de otra forma en todos lados. El mercado ya no es el lugar impoluto que está al margen y se autorregula. Las corrientes del dinero y del crédito pasan ahora ineludiblemente por el Estado.
No se puede pensar hoy como de costumbre y los instintos usuales del quehacer de la política pública no son necesariamente útiles ahora, como tampoco lo son las prácticas y las relaciones de poder en el mercado.
Es tiempo hoy de comprender que las condiciones son extraordinarias y exigen maneras no convencionales de pensar. Entre ellas plantear una estrategia que no confunda la defensa del peso con un nacionalismo barato en condiciones de crisis.
Hasta ahora la reacción del gobierno ha sido lenta y titubeante. Hacienda debe revisar el IETU para no constreñir más los flujos de liquidez de las empresas y plantear acciones que confronten la incertidumbre reinante. El banco central tiene que atender ámbitos más amplios que la paridad con el dólar y liderar el examen ineludible de las pautas de regulación y supervisión que prevalecen.