Usted está aquí: lunes 27 de octubre de 2008 Opinión Ataque a Siria: provocación postrera

Editorial

Ataque a Siria: provocación postrera

El ataque aéreo perpetrado ayer por helicópteros estadunidenses contra la localidad siria de Sukkariye –situada a ocho kilómetros de la frontera con Irak–, en el que murieron ocho personas, no es uno más de esos supuestos “errores” que causan masacres periódicas de civiles en territorio iraquí y afgano y que constituyen en realidad venganzas del Pentágono contra las poblaciones que dan su apoyo a las fuerzas de resistencia de esos países invadidos. La agresión parece, más bien, la expresión bárbara de una exigencia a las autoridades de Damasco: que se hagan cargo de vigilar y controlar la línea fronteriza e impidan el paso de combatientes iraquíes.

Tres días antes del bombardeo, el general John Kelly, jefe de las tropas invasoras en el oeste de Irak, se quejaba de que en “el lado sirio aún tenemos cierto nivel de movimiento de combatientes extranjeros”, referencia equívoca a los militantes de la resistencia iraquí, acuñada irónicamente por los verdaderos extranjeros que arrasaron y mantienen ocupada la nación petrolera.

En una perspectiva más amplia, es difícil desligar el asesinato de civiles sirios por soldados estadunidenses del designio de George Walker Bush de heredar a su sucesor en la Casa Blanca el sangriento pantano de la guerra en Irak. En ese empeño el todavía presidente de Estados Unidos no sólo ha hecho imposible la solución de la más desastrosa y criminal de sus aventuras, sino que ha buscado complicarla con amagos y provocaciones a Irán. Ahora la inopinada agresión a otro país vecino de Irak parece tener como propósito asegurar la persistencia del conflicto, por la vía de su internacionalización, hasta bien entrada la presidencia que habrá de arrancar en enero próximo.

En esa lógica, el objetivo final del ataque a la localidad de Sukkariye y de la provocadora violación a la soberanía territorial siria –el canal qatarí Al Jazeera afirmó que algunos helicópteros no sólo bombardearon un edificio en construcción, sino incluso aterrizaron en la población– no parece ser el régimen de Damasco, satanizado y hostilizado por Washington desde tiempos de la guerra fría, sino el demócrata Barack Obama, a quien todas las encuestas dan como casi seguro vencedor en los comicios presidenciales que se realizarán en 10 días en Estados Unidos.

Los últimos días de la actual administración estadunidense pueden ser particularmente peligrosos para el mundo y, sobre todo, para las regiones de Medio Oriente y el Golfo Pérsico. Empecinado en asegurar la continuidad de un legado de violencia, corrupción y devastación de países enteros, Bush podría estar tentado a animar una nueva circunstancia crítica, aunque no existan motivos reales para ello. Pero hoy, a diferencia de lo ocurrido hace siete años, cuando la Casa Blanca arrastró a sus aliados a una espiral de terror y guerra, tal propósito parece menos factible: si algo bueno tiene la crisis financiera mundial causada por los apetitos insaciables de los sectores financieros y especuladores de Estados Unidos, es que el poderío diplomático y político de Washington en el mundo se ha reducido lo suficiente para que la Unión Europea y potencias como Rusia, China, India y Brasil ejerzan un contrapeso estabilizador. Falta, claro, que tengan la voluntad política de actuar en ese sentido.

En suma, la provocación homicida perpetrada el domingo en territorio sirio parece ser uno de los gestos de despedida del jefe de una administración imperial sin otra virtud que la de estar muy próxima a su término.

 
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