El Parián
En el año 1700 se construyó un mercado de gran tamaño en un costado de la Plaza Mayor, con el objeto de sustituir “los cajones de ropa” que ocupaban dicho espacio y que fueron destruidos por un incendio. El nuevo edificio de mampostería tenía ocho puertas que daban a los cuatro lados. Se componía de dos edificios, uno dentro del otro, con callecillas internas que comunicaban los establecimientos de afuera con los de adentro.
Según algunos historiadores, el edificio estuvo dedicado en su origen a cuartel de caballería para protección del palacio de los virreyes, pero como no se ocupó para tal fin, el gremio de los tratantes de Filipinas, conocido como “gremio de los chinos”, le solicitó al virrey autorización para ocupar el recinto y vender ahí las mercancías que llegaban de Asia en la Nao de China, la famosa flota cargada de tesoros que cada año era esperada ansiosamente en la Nueva España.
Se le bautizó con el nombre de Parián porque así se nombraban ese tipo de mercados en las Filipinas. Gente de todo el país acudía a comprar sedas, paños, loza fina, perlas, lacas, muebles de marquetería y enconchado, aromas y todo cuanto de lujo pueda imaginarse. Estas mercancías suntuarias convivían con alacenas y cajones en que se vendían productos nacionales: rebozos, sarapes, mantas, sombreros y abarrotes. Gran parte de las tiendas eran propiedad de ricos españoles, lo que sirvió de pretexto para justificar el saqueo durante el famoso Motín de la Acordada que tuvo lugar en 1828, durante la presidencia de Guadalupe Victoria. En 1843 Santa Anna ordenó su destrucción.
Habíamos tenido oportunidad de ver grabados y pinturas que mostraban el exterior del famoso Parián, pero teníamos que imaginar el interior. Ahora lo podemos conocer gracias a una pintura del siglo XVIII que exhibe el llamado Palacio de Cultura Banamex, mejor conocido como el Palacio de Iturbide, situado en la avenida Madero 17, dentro de la exposición titulada Identidad y reafirmación, integrada por las adquisiciones recientes del Banco Nacional de México que han venido a enriquecer su extraordinaria colección pictórica.
Las obras se seleccionaron después de un análisis detallado de las características de la propia colección, con el propósito de fortalecer el “discurso” y se ha centrado particularmente en conservar en México o repatriar obra significativa de nuestro pasado cultural. La muestra es de interés ya que permite apreciar magníficas obras de distintas épocas y centurias. Hay del siglo XVIII, como la del Parián, y del XIX como La Hacienda de Colón, de Eugenio Landesio. Del siglo XX y de los primeros años del presente, se adquirieron pinturas de diversas tendencias, entre las que podemos destacar obras de Alfredo Ramos Martínez, Ramón Cano Manilla, Pedro Coronel, Cordelia Urueta, Francisco Toledo, Rodolfo Morales e Irma Palacios.
Desde luego, complemento del disfrute estético que brindan las pinturas es la vista del soberbio palacio, llamado de Iturbide, que mandaron construir en 1779 don Miguel de Berrio y Zaldívar, marqués de Jaral, y su esposa Ana María de la Campa y Coss, condesa de San Mateo Valparaíso, como regalo de boda para su hija. El arquitecto fue Francisco Guerrero y Torres, uno de los más notables del siglo XVIII.
Entre las novedades que siempre ofrece el Centro Histórico, ahora, enfrente del Palacio de Iturbide se ha abierto un mall de tres pisos, en un edificio feón, como de los años 50 del siglo XX, que “modernizaron” con escaleras eléctricas y la apertura de espacios. Básicamente alberga restaurantes que van de uno de cierta prosapia en la planta baja, con el nombre de “Palacio”, a un chino en el segundo piso, de no mal ver, que ofrece buffet, y en el tercero: taquerías, tortas, donas, molletes, sushis y demás parafernalia alimenticia. Intercalados hay una “estética”, modas y por el estilo. Violento contraste visual con su elegante vecino, el soberbio palacio de tezontle y cantera finamente labrada.