COLONIA MATAMOROS, TIJUANA. FOTO: ALEX WEBB

 

 

Sierra Norte de Veracruz

“Se arriesgan juntando la desesperación

a la esperanza”

 

 

 

Alfredo Zepeda

 

Martín Reyes decidió salir para el otro lado, al nan guadí. Lo tenía pensado desde el año pasado, cuando los vientos del huracán Dean barrieron su milpa. El maíz se le acabó por marzo, al igual que a la mayoría en comunidad de La Mirra en Texcatepec, Veracruz. La gente piensa que ése no es el mejor mes para intentar el paso de la frontera. El mejor cálculo es en julio, no se sabe bien por qué. “La migra como que afloja. Tal vez para que los tomates, las papas y las uvas no se queden sin cosechar en California y en el sur de New Jersey.” Martín llamó a Gumaro, su coyote de Phoenix. “Vente con los de Ayotuxtla, es un grupo de diez. Antes de que se venga el calor.” “Tuve mala suerte”, dice. “Los otros escaparon y a mí me atraparon después de ocho horas de camino desde Nogales Arizona”. Le tomaron las huellas de todos los dedos: “Tienes una orden de arresto en Nueva York de hace siete años. Te quedas preso en Tucson. Si al mes no viene por ti la policía, te vas de regreso, pero estás fichado”. Volvió a intentar a los dos días. Lo pescaron otra vez, a un kilómetro de alcanzar la camioneta del coyote. “Quedas deportado por 20 años. Si vuelves a entrar, sigue la cárcel ya como delito.” Cuatro días encerrado. Otros tres de descanso y  cruzo de nuevo. “La tercera es la vencida” —lo animó Gumaro. Pero no. Otra vez el grupo escuchó las sirenas y el ladrido de los perros, a la mitad de desierto. “Esta vez ya no me ficharon, nada más me aventaron a Sonora. Cansado, ya me regresé hasta México de aventón. Para después de Todosantos  intento otra vez. En la cárcel aprendes que algunos tienen deportación de por vida, pero no les pueden cumplir el castigo porque la gente ya no cabe en las cárceles. En la de Tucson tenían que sacar gente diario, para que pudieran entrar los que traían.”

En la Sierra y la Huasteca la resistencia está requiriendo de toda la imaginación de los pueblos. El episodio de Martín es una muestra de cómo la gente está buscando por todos lados, en la comunidad aferrada a la milpa, al potrero y a la faina común. En el otro lado, con tarjeta de identidad inventada, en las plantas de pollos de Raeford, Carolina del Norte.

Las elecciones municipales del año pasado dejaron una estela de desilusión, entre los tenek, otomíes, náhuatl y tepehuas. Fueron unos comicios comprados descaradamente con dineros de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indios (CDI) y con desviación indiscriminada de fondos de todos  los programas de gobierno a la mano. Con membretes de organizaciones fantasma como la Unión de Comuneros y Ejidatarios del Norte, al estilo de la vieja Antorcha Campesina, los dineros circularon para la entrega de bombas fumigadoras, estufas Lorena inservibles, rollos de alambre de púas, despensitas repartidas a media noche, a cambio de votos para el pri. Funcionarios de camisa rojo sangre, puestas de moda desde el 2006 por Roberto Madrazo, repartieron las migajas y las promesas para asegurar sin dejar hueco una serie de victorias amañadas. El resultado fue una efímera apoteosis adelantada de “Fidel Fidelidad” en su tercer año de gobierno.

Como dice Raúl Páramo, la política se ha convertido en comercio de la falsificación de los procedimientos democráticos. La vida real de las comunidades contrasta con el triunfalismo fatuo de la propaganda que difunde la radio oficial de Veracruz, la radio gubernamental más grande del país. Mientras el precio del ganado en pie bajó a nueve pesos el kilo, el gobernador Fidel recibe el premio nacional al mérito ganadero. Un cementerio de proyectos de crías de pollos, cerdos y borregos pueblan las orillas de las comunidades, mientras la propaganda oficial ominpresente proclama que “Veracruz Late con Fuerza”. De por sí, las autoridades ya filtraron que no necesitan acercarse a ver lo que sucede abajo: el logo: Veracruz, Gobierno Electrónico, es una confesión de parte grabada en los posters de la Secretaría de Hacienda.

Nosotros somos los que no nos vamos a morir,

porque sabemos cultivar todo lo que comemos.

Si el azúcar se sube a trece pesos, hasta podemos resucitar nuestros trapiches

Los de la comunidad tepehua de El Mirador, en Tlachichilco pelean desde hace veinte años el fin de los trámites de restitución de sus bienes comunales, pero el gobierno presume como progreso irrefrenable la entrega de ocho mil hectáreas en la Huasteca a una empresa extranjera para la producción de agrocombustibles. El abandono de los campesinos indígenas de naranjales sin cosechar en los campos, por el desplome de los precios, contradice la proclama de un Veracruz administrador de la abundancia.

Pero en los repliegues de la Sierra, más allá de las brechas inacabadas y de la mirada de los funcionarios, las comunidades comprueban que la fuerza propia, sorda, organizada al modo de la vida que siempre ha sido, es la que disipa los espejismos  y las promesas falsas. La carestía de los alimentos que recorre el mundo, más bien incitó a los nahuas y otomíes a lo largo de la ruta del río Vinazco a ampliar las siembras del maíz y del frijol, del cacahuate y de las habas, para asegurar que los tapancos se repleten de cosechas. “Nosotros somos los que no nos vamos a morir, porque sabemos cultivar todo lo que comemos. Si el azúcar se sube a trece pesos, hasta podemos resucitar nuestros trapiches.” La señal de alerta ante la amenaza de los transgénicos está encendida y los tepehuas de Tlachichilco refuerzan la confianza en las semillas propias, siguiendo el consejo de la Radio Huaya. La lluvia vespertinas alternadas con un sol en cielos despejados se aliaron este año al trabajo terco de los tenek de Xilitla para llenar las mazorcas con el maíz que ya se asegura para la ofrenda de Todosantos.

La organización que se fundó hace veintidós años continúa viva.  Y mantiene sus mismos nombres que recuerdan las luchas del comienzo: Comité de Defensa Campesina y Unión Campe-sina Zapatista. Para que cada quien valiera igual que todos y para que no sólo contaran las pistolas de los caciques. “Pensaron los priístas que nos acababan con la compra de elecciones, pero aquí estamos juntándonos cada semana y pensando todo el tiempo, porque pueden perderse muchas cosas, menos la dignidad”. 

Buscar también por otro lado es inevitable. Los de Ayotuxtla salieron entre siembra y escarda hasta el corte de las tunas de julio a agosto en las nopaleras de Santiaguito Tolman, junto a Teotihuacan, para completar su gasto. Otros, como Martín, juntando la desesperación a la esperanza se fueron a arriesgar, tomándole la medida a la migra en los pasos del desierto de Altar. Se preocupan en Tzicatlán por los jóvenes que ya se tardan en el Bronx y en Connecticut, entre el temor de no poder cruzar de nuevo y el laberinto de trámites del pasaporte que ahora exigen los gringos para tomar el avión de salida en el aeropuerto de La Guardia.

Resistir es también saber esperar como se espera a que jiloteen las milpas y maduren en elotes. La resistencia siempre es activa, y navega en el mar agitado de las agresiones.

 
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