■ “Es fantástico ser artista, se lo recomiendo a todos”, dice el catalán a su público
En su largo regreso a Ítaca, Joan Manuel Serrat para de nuevo en el Auditorio Nacional
Ampliar la imagen Serrat volvió a enamorar a sus “cómplices” Foto: Notimex
Serrat sonríe. Parece la sonrisa de quien no pierde fe en la humanidad. Parece la sonrisa de quien se siente muy afortunado de poder hacer lo que más disfruta y de que la gente lo disfrute. “Bienaventurados”, se describió a sí mismo y al pianista Ricard Miralles durante el concierto en el Auditorio Nacional, “bienaventurados por tenerlos aquí”.
En otro momento lo dijo con su característico estilo desenfadado y jocoso, tras quedarse mirando a la gente que aplaudía, parado a la orilla del escenario: “¡Eso de ser artista es fantástico! Se lo recomiendo a todos, déjenlo todo, abandonen su trabajo, su familia. Hacemos lo que queremos y la gente nos aplaude”.
Y sí, este sábado, el público reunido en un recinto lleno mostró su inmenso cariño por el músico catalán y no lo quería dejar ir.
Tras despedirse, Joan Manuel Serrat y Ricard Miralles regresaron al escenario, agradecidos, unas cinco veces, recibidos con una ovación de pie.
En una de ésas, Serrat recitó uno de los poemas que para él son un referente, Ítaca, del gran poeta griego Constantino Cavafis: “Cuando emprendas el regreso a Ítaca/ pide que el camino sea largo,/ rico en aventuras, rico en experiencias”.
Cerca de dos horas y cuarto, acompañado de guitarra y piano, Serrat le cantó al amor, a las mujeres, a los hijos, a las luchas cotidianas, vamos, a la vida misma. Interpretó muchas de sus emblemáticas canciones, llenas de sencilla sabiduría, que han acompañado a varias generaciones, como Penélope, Fiesta, Esos locos bajitos, Aquellas pequeñas cosas y Tu nombre me sabe a hierba.
Compositor fundamental
Serrat, uno de los compositores fundamentales de habla hispana, fue descrito por el músico español Joaquín Sabina, con quien hizo gira el año pasado: “No en vano es el único cantante que ha sabido meterse en el corazón y en la memoria de varias generaciones de españoles y latinoamericanos… Le basta con salir al escenario, para que, inmediatamente, las chicas quieran ser sus novias, las señoras sus madres, los chavales sus colegas, todos sus cómplices”.
Durante el concierto, de vez en vez, el cantante y el pianista intercambiaban miradas de complicidad. Esa complicidad, esa vieja amistad que hay entre ellos después de cuatro décadas de trabajar, por temporadas, juntos (Miralles es compositor y arreglista clave de Serrat).
El cantante mostró, sin tapujos, el amor por este hombre, más reservado. Al presentarlo lo llamó “mi maestro, mi cómplice y todo”, parafraseando a Mario Benedetti, mientras lo abrazaba por la espalda, cosa que el pianista tomó con humor y un poco de pena.
“Le debo mucho –siguió Serrat– … ¡julio, agosto, septiembre y lo que llevamos de octubre!… (pero) en el Auditorio no hay que hablar de plata, es como ofender la figura de un profe”, dijo enigmáticamente. “Como dice un viejo proverbio oriental: cuando el dinero habla, la verdad calla; y de eso nos estamos enterando un huevo estos días.”
Serrat no sólo cantó las historias. Entre piezas, narró entretenidas historias, acompañadas del piano de Miralles, en muchas de las cuales se reía de sí mismo, la incauta víctima. Como aquella que contó sobre cómo cuando su madre estaba preñada de él, decidió que era nena: “el castigo por desobedecer fue pasar la primera parte de mi niñez vestido de rosa; hacer caca en un orinal rosa, eso deja huella”. Luego entonó, en catalán y castellano, Si hagués nascut dona (Si hubiera nacido mujer), dedicada a todas las mujeres, porque “alguna vez tuvieron que pagar un impuesto por haber cometido el pecado de haber nacido mujer”.
Ésta fue la primera de dos fechas en el Auditorio Nacional (la segunda fue este domingo), como parte de la gira Serrat 100 x 100, que incluye numerosos conciertos en distintas ciudades de la República Mexicana (www.jmserrat.com).
Cuando sirvió champán para Miralles y él, brindó, dirigiéndose al público: “A su salud, porque no pierdan nunca la sonrisa que les ilumina la cara, porque como dice un viejo y sabio proverbio oriental: hombre que no sabe sonreír no debe abrir la tienda”.