■ El Foro Sol fue este sábado escenario de la segunda versión del encuentro, que duró 10 horas
Motorokr Fest fue de lo mediocre al rock macizo de altos vuelos
■ Nine Inch Nails se llevó la fiesta con su rock industrial de infinitas posibilidades sonoras, con letras inteligentes
■ The Flaming Lips sorprendió con un espectáculo conceptual
Ampliar la imagen Arriba, Trent Reznor y su Nine Inch Nails ofrecieron un concierto de 90 minutos, en un ambiente frío, que no menguó el ánimo Foto: Chava Rock
Las 10 horas de la segunda edición del Motorokr Fest, realizada en el Foro Sol el pasado sábado, trascurrieron entre sorpresa/estertor, fascinación/decadencia/decepción, lo gélido/ardiente, la mediocridad y el rock macizo de altos vuelos. Mientras el estelar de la noche, Nine Inch Nails, tuvo buena ecualización, los demás grupos sonaron disparejos: Stone Temple Pilots, The Flaming Lips, The Kooks, MGMT, Mindless Self Indulgence, Pendulum, Paramore, Quiero Club, El Cuarteto de Nos, Payro, Recolector, Los Odio y Jaguar Love.
Este festival, convertido en uno de los más celebrados por su cartel, comenzó con Payro a las 14 horas en el escenario secundario denominado Naranja, con apenas unas decenas de animosos muchachos, que llegaron temprano. Veinte minutos después el combo de Los Odio inauguró la fiesta en el escenario principal, el Negro, con una actuación breve y discreta, que convocó a unas escasas centenas de muchachos. Los escenarios fueron nombrados con esos colores quizá por la cercanía de las celebraciones del Día de Muertos y Halloween.
El escenario Naranja tuvo en su entarimado además a Jaguar Love (propuesta con cierta gracia), El Cuarteto de Nos (que con varios años de andar en el rocanrol se echó a la bolsa a la mayoría de los asistentes), Recolector (con más pena que gloria), Mindless Self Indulgence (impresionante bandototota que provocó debraye/rebote síquico/colectivo), MGMT (que por más expectativa que causó su visita a México y atrajo a gran cantidad de público del escenario Negro, no se escuchó como suena en estudio, aburrió) y cerró Pendulum, el grupo que tocó/homenajeó mucha música y propuestas ya escuchadas de bandas germinales más originales, pero, como escribió un filósofo francés: “En la época del posmodernismo el plagio se convirtió en cita”.
El ánimo de los miles de asistentes no menguó el frío ni la amenza de lluvia. Se trasladaron de un escenario a otro –cerveza fría o alimentos en mano– en bola, parejas o solos, luciendo playeras, escotes, peinados/despeinados, maquillajes, diademas con antenas. Había emos, punks, darketos, metaleros, así como mucho Coyoacan way of life y condechis.
En el escenario Negro, que ya había tenido a Los Odio, que compartió el templete con El Otro Yo, Joselo, de Café Tacvba, y Alex Sergei, de la agrupación argentina Miranda!, también pasaron las bandas Paramore (que no molestó si no se le ponía demasiada atención) y The Kooks (que a lo largo de sus 50 minutos pareció tocar una misma canción). Caso a parte fueron los regios de Quiero Club, lo mejor de la primera parte de la tarde, por lo menos hizo ver mal a las grupos extranjeros, que hasta ese momento habían desfilado por el escenario.
La penumbra trajo la sorpresa del cartel, pues The Flaming/Flaming/Flaming Lips ofreció un espectáculo conceptual/luminoso/sorprendente/intenso/ iniciado/ aderezado con su música elegante/excéntrica y letras surreales/ideosincráticas y, como dice El Amigo Manuel, “una de las 50 bandas que se tienen que ver antes de morir”. El espectáculo comenzó mucho antes de que el grupo saliera al escenario, pues Wayne Michael Coyne, vocalista/ideólogo del grupo salió al escenario entre los cambios de banda a saludar al público y a echar unos trompetazos. Ya para su actuación Wayne apareció dentro de una burbuja gigante de plástico transparente y se arrojó al respetable, que lo paseó de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, de atrás hacia adelante y en sentido opuesto. Después el foro se llenó de enanos multicolores, de botargas gigantes de rana y delfines, globos, confeti, explosiones… una verdadera fiesta que nadie quería que se acabara; inclusive se olvidó el mal sonido que prevaleció.
Algunos de los asistentes disfrutaban en compañía de sus amigos sentados en el piso y otros más coreaban, aplaudían y bailaban las canciones.
La decepción llegó después de The Flaming Lips, con el otrora grupo importante Stone Temple Pilots. Los asistentes, independientemente de las fallas del sonido, atestiguaron la decadencia de este notable grupo noventero que marcó una generación. Por momentos se creía que ya se habían ido, pero de repente volvían a tocar. La expectación, que era mucha, se convirtió en infinita decepción. Era una de las bandas más esperadas en los recientes 15 años en el país.
Después todo estuvo listo para que Nine Inch Nails (NIN) encajara en la médula espinal su potente sonido proveniente de las voces de Cielo Drive, que aún pueblan la sique de Trent Reznor, líder de la banda. Parecería que todos los grupos anteriores se adaptaron a los requerimientos técnicos de NIN.
El semidiós Trent Reznor y compañía llegaron para ofrecer un concierto cuyo hilo conductor fue el mimetismo entre la luz viviente, emitida por pantallas gigantes, con su rock industrial de infinitas posibilidades sonoras, con letras inteligentes/profundas/críticas. Nine Inch Nails cerró la larga jornada con un concierto de 90 minutos, casi impecable.