Feria del libro en el zócalo
■ “Con razón no veía, no me cambié de lentes”, bromeó
En voz de José Emilio Pacheco el Zócalo se llenó de poesía
Ampliar la imagen Alegre y paciente, José Emilio Pacheco firmó decenas de libros Foto: María Luisa Severiano
Como es su costumbre, el poeta José Emilio Pacheco llegó puntual. Un pequeño problema de logística atrasó un poco la lectura que haría de su poesía, pero unos minutos después, superado el inconveniente y con Paco Ignacio Taibo II como escudero, cientos de personas, en las sillas, en el suelo y de pie, escucharon, de voz viva, a uno de los mejores poetas mexicanos, quien el próximo 28 de octubre celebra 50 años de la publicación de su primer libro La sangre de Medusa.
Esta, dijo el novelista y traductor, “no es una lectura convencional”. Y en verdad no lo fue: lo que ofreció a sus lectores/escuchas fue una selección de poemas “breves y medianos”, unos cuantos de los cuales han sido publicados en revistas, “pero el libro no ha salido y me temo que yo me tardé tanto que no me imaginaba la catástrofe que se nos ha venido encima y no sé incluso si podrá publicarse. Es un libro muy grande, en el sentido de páginas, no de grandeza poética”, afirmación con la que muchos no estuvieron de acuerdo.
De los tres títulos posibles –El mar no tiene dioses, Como la lluvia y Los días que no se nombran– dejó que fueran los ahí presentes quienes eligieran. El consenso fue para Los días que no se nombran.
Antes de comenzar, José Emilio Pacheco dedicó este recital poético a la memoria de Alejandro Aura y como una felicitación al poeta Enrique González Rojo quien celebra sus 80 años de edad. En una de las filas estaba su esposa, la escritora y periodista Cristina Pacheco, en una situación inusual. “Nunca había estado en una lectura mía, así como yo nunca estoy en sus actividades”, dijo el autor de Batallas en el desierto.
Leyó entonces Los días que no se nombran, el primer poema, y el público comenzó a aplaudir. Preocupado siempre por el tiempo, José Emilio pidió: “no me aplaudan para que ahorremos tiempo”.
Así, en lugar de aplausos, Taibo II ofreció como alternativa “la locura” que Pacheco inventó en Gijón, España, hacer la V de la victoria, pero invertida, ya que Vicente Fox había abusado de ella. Entonces cada fin de poema se alzaban cientos de manos con esa V patas abajo.
No soy oportunista
No leyó, por cierto, un poema escrito en 2004 acerca de las estatuas que sirven para que las caguen las palomas y las tire la gente, “para no parecer oportunista”, pero sí leyó La hora de los niños, La extrañeza, El canal de la nada (dedicado al Metro), otro dedicado a Tacubaya y sobre la experiencia “terrible” de entrar en una morgue, Leyó El mañana, Mis tristes capitanes, Nubes, Almanaque, muchos de los cuales, reconoció, “no son optimistas, pero la poesía tiene la rara característica de concentrar la negatividad”.
Lúdico fue El rap del salmón o Las enseñanzas del zancudo.
El último fue el que cierra otro libro de poemas, estos en prosa, que comienza “Hace milagros este amanecer…”
Terminó la lectura, no sin antes hacer una confesión: “Con razón no veía, no me cambié de lentes”, y firmó decenas de libros. La fila para conseguir su autógrafo creció varias veces. Una hora más estuvo sentado firmando, firmando y firmando.
Y como dijo Taibo II en su presentación: El jefe de la sesión de este domingo fue José Emilio Pacheco.