Ciudad Perdida
■ ¿Quién ganó con el affaire IEDF?
■ En riesgo, la autonomía del organismo
Decíamos hace un par de entregas que lo que la ley endereza, la política lo vuelve a torcer, y con esa idea, precisamente, concluyó otro episodio vergonzoso en la vida, bastante manchada, de las instituciones creadas para la buena marcha electoral del país.
En su carta de renuncia, Isidro Cisneros Ramírez afirma que él no será rehén de ningún organismo cuyos intereses estén fuera del Instituto Electoral del Distrito Federal, y la dimisión, que suena a amenaza, advierte que esa institución ha sido cercada, principalmente, por los intereses de partidos políticos y sus alianzas, que no ven con buenos ojos la independencia de ese órgano autónomo.
Pero Cisneros olvida, u omite, que otro interés, el del gobierno de la ciudad, también intervino para presionar su salida del IEDF, intervención que, por otro lado, fracasó en su intento por sacar al ahora ex consejero presidente, mientras estuvo manejada por el secretario de Gobierno, José Ángel Ávila, quien sin recato alguno mostró su beneplácito por la salida de Cisneros.
El lunes de la semana pasada Ávila ya no estaba a cargo de las negociaciones con los consejeros electorales. Sus fracasos continuos y evidentes dejaron al descubierto que pese a la autonomía del organismo encargado de las elecciones, el gobierno de Marcelo Ebrard metió las manos en el proceso que descabezó al instituto.
Y esa participación que de pronto parecía justa frente a la creciente intervención de los partidos políticos, se desdibujó cuando el propio Ávila perdió la perspectiva y la autoridad del gobierno, y se dio a la tarea de negociar de tú-a-tú con los consejeros, a quienes prometió, entre otras cosas, la cabeza de Cisneros.
Precisamente el lunes de hace una semana, durante una reunión que se efectuó en las oficinas del jefe de Gobierno en la colonia Condesa, Ávila permaneció en silencio, mientras Cisneros argumentaba el porqué debería seguir en el cargo, y Ebrard planteaba que existía un clima de ingobernabilidad que no auguraba nada bueno para el proceso electoral que se avecina.
De esa reunión Cisneros salió con la firme idea de que la presidencia del IEDF estaba reforzada, pero que su tarea inmediata sería tender los puentes que le permitieran transitar hacia horizontes de mayor concordia en el instituto. Ebrard reiteró su confianza en la legalidad, y en público brindó su respaldo a Cisneros. Ávila salió derrotado, sabía que el asunto ya no estaba en sus manos.
No obstante, en todos quedó la idea de que tarde o temprano Cisneros abandonaría el IEDF. El problema se había empantanado. Las puertas de escape quedaron selladas luego de aquella reunión, y Cisneros empezó a seguir un guión que sólo hablaba de su salida.
Al poco tiempo se supo que Leticia Bonifaz, consejera jurídica del GDF, había tomado la riendas del problema por órdenes expresas del jefe de Gobierno, aunque la voracidad de los consejeros impidió que el clima cambiara. Por eso, la funcionaria empezó a trabajar en el nombre de quien sería el relevo en la presidencia del organismo, antes de que la jauría de consejeros cumpliera con su misión principal: nombrar, de entre ellos, a uno que se instalara en la presidencia.
Cisneros está fuera del instituto, los consejeros no podrán sacar de entre sus filas a quien lo sustituya. Ávila se ganó el mote de Mocasín porque dicen que no amarra nada, y el caos parece ser el signo que marque el destino de la institución. ¿Quién dijo que ganó la democracia?
De pasadita
Resulta que uno de los más preocupados por descabezar al IEDF fue el contralor, Miguel Ángel Mesa Carrillo, quien a la medianoche del viernes pasado, casi como porro, decidió clausurar personalmente las oficinas de Isidro Cisneros, y montar una especie de estado de sitio en el organismo. Mesa llegó al instituto por recomendación del partido de Elba Esther Gordillo, y con el respaldo de la izquierda traidora. La descripción que se hace de él en la página del IEDF señala que el deporte ha marcado su vida. Sólo que sea por eso.