Otra economía
La economía mexicana está dando tumbos ante la crisis financiera internacional. No podía ser de otra manera.
Las evidencias de la crisis financiera surgieron desde finales de 2006 con la caída de los precios de los bienes raíces en Estados Unidos, donde se centró este episodio.
A partir de marzo de 2007 se han sucedido las quiebras de instituciones que acumularon grandes deudas. Los efectos se transmitieron rápidamente a lo largo del sistema de bancos, hipotecarias y hasta aseguradoras. Los grandes de Wall Street y de otras direcciones colapsaron, y las quiebras siguieron en Gran Bretaña y luego por otras partes de Europa.
Llevamos más de un año y medio registrando quebrantos, fusiones, adquisiciones y salvamentos de tamaño multimillonario. No hay todavía manera de que la intervención de los gobiernos de los países más ricos frene la caída y restaure un mínimo de confianza en los mercados financieros.
Hoy todos quieren liquidez y esa pugna hace que se congelen los mercados de crédito. Cuando esto se supere, las condiciones de debilidad en el mercado serán grandes. Pero, más allá, el daño a la actividad productiva es ya severo y se agravará, haciendo inevitable una recesión.
No se podía pensar, nadie debería haberlo hecho y menos aún en el gobierno de Felipe Calderón, que México estaría al margen de la crisis. Eso no podía ocurrir, primero por la misma interconexión de los mercados financieros, trátese de las deudas contratadas, de las tasas de interés o del valor del peso.
Pero, más relevante aun, tal aislamiento es imposible por la enorme dependencia de esta economía de la estadunidense: exportaciones de manufacturas, recepción de remesas, gasto de turistas. Y no sólo eso, sino el funcionamiento del mercado laboral, donde ahora se verán las presiones reales en una economía que ha estado virtualmente estancada y que ahora crecerá todavía menos.
Esto, que se sabe en todos lados, hace más notoria la irresponsabilidad de los funcionarios públicos del país y su falta de capacidad. La política pública está ausente en muchas dependencias y en otras es sólo reactiva, y por cierto también tardía.
La desaceleración de la actividad económica es ya un hecho consumado y se va a profundizar en los meses que faltan de este año y, sobre todo durante 2009. Los bancos están ya restringiendo los créditos y elevan las tasas de interés; lo mismo ocurre con otras fuentes de préstamos, como en el caso de las automotrices y las hipotecas.
Las carteras vencidas en créditos al consumo crecen constantemente. Hay grandes compañías que parecían tan sólidas pero que ahora no pueden refinanciar sus deudas y empiezan las quiebras. Las empresas medianas y pequeñas tienen más dificultades para financiar su producción.
El tipo de cambio se desplomó ante los primeros embates, la Secretaría de Hacienda y el Banco de México adujeron que pudo haber juego sucio de algunas grandes firmas. No se sabe qué pasó al respecto.
Esas mismas autoridades anunciaron que harían disponible liquidez a los bancos en caso de necesidad. Ésta es una pista de lo que puede estar por venir. Nadie puede asegurar la solvencia del sistema financiero.
El caso es que en un entorno reglamentario tan laxo y discrecional como el que existe en este país, ese dinero de origen público puede salir volando para atender las débiles posiciones de los bancos extranjeros en sus oficinas matrices en España, Estados Unidos, Gran Bretaña o Canadá. Que nadie se sorprenda.
En este ambiente es sobresaliente la forma en que la política se conduce como de costumbre, sea en el gobierno y sus dependencias, en el Congreso, entre prominentes líderes sindicales. Si algo está pasando es que las cosas ya no son como de costumbre y esos comportamientos ya no tienen cabida en esta sociedad.
El hecho de que las cosas ya no son como antes no puede perderse de vista. Esta crisis ha alterado de modo profundo y definitivo el funcionamiento de la economía de mercado; ya no se conducirán los negocios como antes, serán distintas las formas de financiamiento y la organización del mercado de deuda. También lo será la manera en que interviene el gobierno y habrá un amplio cuestionamiento social que incidirá en la política, o sea, en la administración de las cosas públicas.
La adaptación de todos los involucrados es inevitable y el riesgo de no hacerlo es enorme.
Hoy es imprescindible empezar a replantearse a fondo el modo cómo funciona la economía mexicana. Lo peor que puede pasar es que tras el largo periodo de dificultades que está por delante se piense que todo puede seguir como era antes. Esto tiene que ver con la estructura del sistema financiero, con las relaciones comerciales, con la concentración del mercado, de la riqueza y del ingreso, con las pautas de la desigualdad prevaleciente.
Este es el momento de establecer medidas de protección ante la crisis y, al mismo tiempo, plantearse una estrategia de transformación que se asocie con las inversiones productivas, con la gestión fiscal, con la dinámica demográfica y del empleo, con la definición de los patrones de productividad y de la competitividad internacional y con el desarrollo regional.
México es un país que se ha rezagado sensiblemente en su situación interna y en su posición externa. Para superar ese atraso tiene que sacudirse y superarse el pasmo del gobierno, la dejadez de los organismos empresariales y la restringida participación de las organizaciones sociales.