Usted está aquí: lunes 20 de octubre de 2008 Opinión Brusco despertar

Gustavo Esteva
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Brusco despertar

El 20 de enero, al tomar posesión, el presidente Obama anuncia 80 por ciento de aumento en el salario mínimo y un programa de seis años para restaurar la dañada infraestructura caminera, que incluye autopistas y puentes de cuota concesionados. Anuncia también su servicio universal de salud, una reducción sustancial de impuestos a 95 por ciento de los ciudadanos y un aumento igualmente sustancial al 5 por ciento restante. Su reordenamiento financiero garantiza que nadie perderá su casa por deudas, que serán restructuradas. El creativo y espectacular programa de fomento de la producción y uso de energías alternativas incluirá nacionalizaciones y regulaciones en muchos campos.

El presidente anuncia también el calendario de salida de Irak, la drástica reducción en el gasto militar y la apertura de conversaciones abiertas con Rusia, China, Irán, Cuba, Venezuela, Bolivia, Pakistán y Corea del Norte, con una agenda precisa, pero sin condiciones. Una comisión especial, en consulta con otros gobiernos, definirá la estrategia en Afganistán. Tanto el Tratado de Libre Comercio como otros acuerdos comerciales serán sometidos a negociación concertada.

La notable respuesta de los mercados indica que el nuevo secretario del Tesoro, Warren Buffet, junto con George Soros y la familia Rockefeller, hicieron bien su trabajo, aclarando a quienes debían el sentido del empeño.

En pocos días queda claro que ha empezado un nuevo ciclo de expansión capitalista, en que Estados Unidos ejercerá un liderazgo discreto y demostrará en los hechos que ha abandonado toda pretensión imperial y todo ejercicio hegemónico.

Al regreso de sus conversaciones con el equipo de transición, Felipe Calderón realiza una serie de maniobras espectaculares que le permiten deshacerse, en pocos días, de los gobernadores de Oaxaca, Puebla y Morelos, de Beltrones, Gamboa y la Gordillo, y empezar un Gobierno Legítimo de Salvación Nacional. Al designar a López Obrador como secretario de Gobernación informa que le ha solicitado que concierte con todos los partidos políticos y las instancias que correspondan el cumplimiento de los acuerdos de San Andrés, la liberación de todos los presos políticos –en especial de Atenco y Oaxaca–, la renacionalización de Pemex (cuya dirección estará a cargo de Manuel Bartlett), la cancelación de la Alianza para la Calidad de la Educación, el aumento al doble de los salarios mínimos, la recomposición del IFE, la reforma de los medios de comunicación (con Javier Corral a cargo de la secretaría respectiva) y el fin de la impunidad: castigo apropiado a funcionarios, policías, jueces y grupos paramilitares responsables de la corrupción y violencia sin límites del periodo. El ejército será retirado de toda actividad de seguridad pública y del cerco en la zona zapatista y otras áreas indígenas. Se ha negociado con el gobierno estadunidense la progresiva despenalización del consumo de drogas.

David Ibarra implementará, desde la Secretaría de Hacienda, una reforma fiscal a fondo; la drástica reducción de salarios de los niveles altos en los tres poderes; el reordenamiento del sistema financiero, con algunas nacionalizaciones; un masivo programa de inversión pública y otras medidas. Se fijan nuevas metas de crecimiento económico basadas en una amplia redistribución de la riqueza y en el apoyo efectivo al campo, al sector informal y a la pequeña empresa.

Es inútil ampliar la lista. Nada de eso puede hacerse. Mencionarlo sirve para mostrar que, teóricamente, es posible desatar un nuevo ciclo de expansión capitalista mundial, atacando el fondo de la crisis actual, y concebir en México un programa de transformaciones sensatas y profundas.

Sirve también para mostrar que esas vías o sus equivalentes no son factibles en el mundo real. No existen las condiciones políticas e ideológicas indispensables para ello. La conclusión de este argumento es clara. Necesitamos prepararnos para una larga y profunda recesión económica, que afectará gravemente al mundo entero, y para la extensión y profundización del desgobierno actual en México, con mayor violencia, corrupción, impunidad y deterioro de las condiciones de la mayoría.

La incompetencia en la conducción de los asuntos públicos, aquí y en todas partes, y las rigideces estructurales y políticas que se han creado en los últimos 25 años han reducido dramáticamente el margen de maniobra de todos los gobiernos, que sólo pueden hacer ajustes en el margen y a menudo en sentido contrario al que hace falta.

Y todo esto para decir, una vez más, que la única esperanza real está entre nosotros, en los ciudadanos y los movimientos sociales. Allá arriba no existe la orientación ideológica ni la capacidad y competencia políticas requeridas. Seguir jugando esa apuesta es mucho más ilusorio que la imposible lista de medidas que detallé arriba o sus equivalentes. Necesitamos concentrar el empeño en articularnos desde abajo, para hacer frente dignamente a las catástrofes de toda índole que caen ya sobre nosotros.

 
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