La pluma y el metate
Ampliar la imagen Robert Gardner en sus años de juventud, a la izquierda, durante la filmación de uno de sus trabajos
Ampliar la imagen Fotograma de uno de los filmes de Robert Gardner
Las relaciones de una sociedad con sus divinidades son de abajo hacia arriba: las ofrendas, las oraciones y el humo de los sacrificios ascienden del hombre al dios; o de arriba hacia abajo: la gracia y el castigo descienden del dios al hombre. Las relaciones entre las sociedades humanas no son verticales sino horizontales: el comercio, la guerra. No obstante, también hay entrecruzamiento: los dioses y los espíritus intervienen lo mismo entre los héroes de Homero que entre los españoles guerreando contra los moros o los aztecas combatiendo a los españoles. La intersección entre la sociedad divina y la humana es uno de los ejes de la guerra. En un filme que es una obra maestra del género –me refiero a Dead Birds– Robert Gardner ha mostrado que la guerra, incluso en una sociedad extremadamente simple como los dani de Nueva Guinea, es un nudo de fuerzas contradictorias: en la lucha también participan los espíritus de los muertos y de los elementos naturales –el viento, el frío, la noche, la lluvia. La guerra es una prueba –costosa y sangrienta– de que la imaginación no es menos real que lo que llamamos realidad. El hombre está habitado por fantasmas y los fantasmas contra los que pelea son seres de carne y hueso: él mismo y sus semejantes.
Dead Birds es un filme sobre la actividad central de los dani: la guerra. Dos notas complementarias y contradictorias definen a la guerra: semejanza y extrañeza. Los guerreros combaten a otros guerreros, es decir, luchan contra hombres que son sus iguales pero que pertenecen a una sociedad extraña. En una nueva película –Rivers of Sand– Robert Gardner ha escogido una situación inversa: las relaciones entre los sexos en el interior de una sociedad. De nuevo aparecen las dos notas contradictorias y complementarias pero como el reverso exacto de las anteriores: la relación se establece entre miembros diferentes –hombres y mujeres– de una misma sociedad. La guerra es oposición entre semejantes que son extraños; el matrimonio es unión entre diferentes que pertenecen al mismo grupo. En el matrimonio la relación no es horizontal sino vertical, jerárquica: el hombre domina a la mujer. La guerra es lucha entre semejantes iguales; el matrimonio es unión entre desemejantes desiguales. Al comenzar la película, el personaje central, Omali Inda, lo dice con una poderosa metáfora: “Llega un momento en que la mujer bamar deja la casa de su padre para irse a vivir con su marido. Es como alisa la piedra de moler con un pedazo de cuarzo. El cuarzo es su mano, su látigo –y te pegan y pegan”.
La metáfora de Omali Inda, como todas las metáforas, tiene un significado plural: alude directamente a la realidad corporal y sexual en la que la mujer es como la piedra de moler y el hombre como el pedazo de cuarzo; al mismo tiempo, nos remite a la realidad social, la dominación: el cuarzo no sólo es un falo sino también es un látigo; por último, designa la división del trabajo: la esfera de la mujer es la de los quehaceres pacíficos y la del hombre es la de la caza y el combate. La relación se inicia como fricción: el hombre golpea a la mujer hasta darle la forma de una piedra de moler. En otro impresionante pasaje de la película, Omali Inda explica con gran claridad la diferencia de las ocupaciones de hombres y mujeres: “A las mujeres les toca trabajar. ¿Salen las mujeres a robar ganado o matar enemigos? Las mujeres nunca han salido a saquear. Ellas saquean escondiéndose en el matorral para desnudarse y matar piojos... La mujer caza moliendo sorgo. Acarrear agua es su modo de pillar”. La sociedad bamar percibe estas diferencias como naturales y predeterminadas: “¿Tuvo alguna vez una mujer una erección y salió a la guerra y la cacería?”
Aunque el prestigio de las actividades masculinas es superior al de las femeninas, su utilidad es mucho menor: gracias al trabajo de las mujeres la sociedad bamar se alimenta. El hombre aparece como una criatura de lujo, no sólo por la pasión con que cuida su apariencia física, especialmente la elegancia de su tocado, sino por la naturaleza predominantemente gratuita, estética y poco productiva de sus ocupaciones. La caza del avestruz, por ejemplo, es una verdadera ceremonia que evoca tanto la danza como los torneos de tiro al blanco. La estética corporal es un elemento esencial de la caza: lo primero que hace el cazador es adornarse con las plumas del avestruz muerto. Así se invierte la relación de la sociedad con los extraños: aunque caza y guerra son luchas contra el mundo exterior, el cazador establece un vínculo con su enemigo que el guerrero rechaza. La caza está entre la guerra y el matrimonio: como la mujer, el avestruz es diferente; como el enemigo, es un extraño.
La ceremonia de iniciación de los adolescentes (ukali) ejemplifica otro tipo de relación con la sociedad animal: al saltar sobre una fila de vacas, el muchacho abandona su nombre de niño y adopta el del primer animal de la fila. Así se establece con el mundo animal un vínculo más acentuado que el de la caza y, sobre todo, de orden y sentido distintos: en lugar de lucha y muerte, la relación es de parentesco mágico. Sin embargo, la caza y la ceremonia ukali pertenecen, esencialmente, a la misma categoría de relaciones con el mundo animal; en ambas, ya sea por medio de la violencia física (caza) o de la violencia ritual (magia), la finalidad es someter al mundo animal, es decir, a una sociedad otra. El cazador se desnuda después de haber flechado al avestruz y, en el curso de una pantomima de extraordinaria complejidad estética, arranca las plumas del animal y se adorna con ellas. Así participa, en el sentido que daba Lévy-Bruhl a este término; como en el rito ukali, hay en la caza del avestruz un elemento mágico que consiste en la apropiación de la substancia o energía animal. Otra costumbre ritual puede completar esta enumeración de las formas que asume en la sociedad bamar la relación con los otros y lo otro. Los hombres maduros se reúnen en las afueras del poblado, en un vasto semicírculo, muy separados uno del otro, como si no se tratase de hablar entre ellos sino de sostener, cada uno aisladamente, una conversación con un interlocutor invisible. Una conversación sin palabras, un intercambio de signos y poderes. Cada hombre, después de salmodiar una fórmula, ingiere un poco de agua y la expele con fuerza, como un pulverizador. Cada vez que sale el chorro de agua entre los labios de un bamar, se oye un silbido como de víboras invisibles. El efecto es realmente sobrecogedor. Inhalación y exhalación de los espíritus.
Los tres ejemplos que he dado de las actividades masculinas revelan que una de las oposiciones mayores, tal vez la central, de la sociedad bamar –la división de los sexos: lo masculino y lo femenino– no es tanto o únicamente biológica sino social. El eje de la división sexual coincide con el de la división del trabajo. Y no sólo con ésta sino con el de las ocupaciones y actividades no productivas, como los ritos. La actividad de las mujeres se orienta hacia el interior de la sociedad y se caracteriza por la preeminencia de dos funciones: la producción y la reproducción. La primera es una actividad económica y la segunda es biológica, pero el lazo entre ellas es inmediatamente perceptible: la sociedad bamar subsiste gracias al trabajo de las mujeres y persiste gracias también a las madres que procrean niños y los cuidan. La actividad de los hombres se dirige hacia el exterior y no es directamente productiva. Su acción tiende a la eliminación, neutralización o subyugación de otras sociedades, trátese de sociedades humanas (tribus y grupos rivales), sociedades animales (caza del avestruz, pastoreo del ganado) o de la sociedad de los espíritus (magia y religión). La especialidad de los hombres es el diálogo con la otredad: los otros hombres, el mundo natural y el sobrenatural. Pero es un diálogo polémico y cuya finalidad, por la violencia o las argucias de la magia, es la apropiación y la dominación del otro –y de lo otro.
Un ejemplo de intersección de lo masculino y lo femenino que no está regido, al menos ostensiblemente, por la dominación, es la extracción de dientes a las muchachas. El acto presenta una faz doble: es una prueba de valor y de estética personal. “Sacarse los dientes –dice Omali Inda– es una cuestión de juventud y belleza”. Así, afirma categóricamente que la extracción de dientes es una costumbre y no un ritual. Su aseveración parece contradecir la universalidad de los ritos y mitos asociados a la extracción de dientes. ¿Cómo podemos explicar esta afirmación? Lévi-Strauss sostiene que los mitos se extinguen ya sea porque se transforman en leyendas novelescas o porque se convierten en relatos pseudohistóricos. Me atrevo a suponer que, en el caso de los ritos, tal vez su extinción consista, como lo sugiere implícitamente Omali Inda, en su transmutación en una prueba de valor que es asimismo una operación de cirugía estética. Los mitos se degradan cuando se convierten en leyendas históricas; los ritos se extinguen cuando se transforman en costumbres. Sometidas a la erosión social, las costumbres pronto terminan en modas. Si la historia es la muerte del mito, quizá la estética sea la del rito.
La ceremonia de flagelación de las muchachas, ésta sí un verdadero rito, se presenta como la contrapartida de la extracción de dientes. Los adolescentes que acaban de pasar por la ceremonia de iniciación ukali, en el curso de la cual han adoptado el nombre de un animal y que viven bajo un voto temporal de castidad, tienen el privilegio de azotar a las muchachas. Adornadas, bulliciosas y rientes, las solteras se aglomeran como una colorida, risueña manada. Ceremonia equívoca: las muchachas se disputan por ser las primeras en recibir los latigazos, se adelantan, provocan al joven que empuña el látigo y recibe el castigo con orgullo visible y franca sensualidad. La actitud de los hombres es de reserva: las flagelan con indiferencia y rechazan con un vago gesto de desdén las invitaciones eróticas. Ballet cruel. Más que una ilustración de la Histoire d’O, la ceremonia es una traducción al lenguaje del rito de la serie de oposiciones y uniones de que está hecha la visión bamar del mundo. Estas oposiciones cristalizan en la dualidad hombre/mujer que, a su vez, no es sino una expresión de la dualidad subyacente en todas las sociedades: lo Uno y lo Otro.
Las relaciones entre el hombre y la mujer son manifestaciones de la dialéctica entre lo Uno y lo Otro. La oposición entre marido y esposa está destinada a disolverse en la unión sexual y a renacer inmediatamente en la forma de dominación social del hombre sobre la mujer. La sexualidad, al realizarse, niega la oposición y, así, niega al orden en que se funda la sociedad. El sexo es subversivo. De ahí que el restablecimiento del orden se exprese como castigo, esto es, como reparación de una violación: golpizas en el matrimonio y flagelación en el rito. La golpiza matrimonial es privada, no es ritual y es un verdadero castigo: una pedagogía feroz. Los latigazos son públicos, son un rito y contienen una dosis de fascinación erótica.
Robert Gardner no ha sido indiferente a la belleza extraordinaria del paisaje ni tampoco a la belleza, no menos extraordinaria y atrayente, de hombres y mujeres. Su cámara mira con precisión y siente con simpatía: objetividad de etnólogo y fraternidad de poeta. Sin acudir a ninguna demostración ni explicación verbal, Gardner nos ha hecho visible el doble movimiento contradictorio que anima a la sociedad bamar y que, al final de cuentas, constituye su unidad: la piedra de moler y las plumas de avestruz. Hay un momento en que esa oposición se disuelve; ese momento, homólogo ritual y metáfora de la cópula sexual, es la fiesta. La danza frenética de hombres y mujeres expresa la anulación de las diferencias y es un regreso a la indeterminación original y, por decirlo así, a la igualdad presocial. Triunfo momentáneo de lo Uno.
La unidad del filme encarna en Omali Inda: un personaje inolvidable por su belleza, su gracia, sus dones expresivos, su notable inteligencia y la autoridad de su discurso, hecho de autenticidad y simplicidad. Más que una gran actriz es una suerte de filósofo natural que expone y defiende las ideas de su pueblo con una claridad y, también, con una ironía nada frecuentes entre nosotros. Pero Omali Inda nos fascina no por ser una expresión de la sociedad bamar sino porque es un ser humano excepcional. En ella encarna la pareja contradictoria que habita a todos los hombres y mujeres, esa dualidad que designan las palabras placer y deber, fiesta y trabajo.
Niza, 28 de abril de 1974
“La pluma y el metate: Robert Gardner” se publicó en Inmediaciones, Barcelona, Seix Barral, 1979. Este texto se publica con autorización de Marie-José Paz