Bienal Tamayo
Siempre (o casi siempre desde 1982) he dedicado notas a la Bienal Tamayo, vigente en el propio museo Tamayo. Prosigo con la costumbre, pero lo hago ahora no porque mantenga mi anterior creencia de que el certamen actúa a modo de termómetro sobre propuestas, sean o no pictóricas, del acontecer artístico en nuestro país.
Desconozco, claro está, la totalidad de las obras cuyos expedientes se recogieron a efecto de realizar la selección, cosa que se hace por medio de fotografías proyectadas, de modo que sólo puedo hacer referencia a las piezas elegidas y a la premiación efectuada por el jurado, integrado por Taiyana Pimentel, Ery Cámara, Guillermo Santamarina, Manuel Marín y Gonzalo Ortega, personas de sobra conocidas en el campo artístico, con la salvedad de que sólo los dos últimos son pintores, además de curadores.
Esta versión decimocuarta de la Bienal Tamayo me pareció enrarecida, como si el efecto de los lenguajes contemporáneos en otras disciplinas de las artes plásticas tuvieran necesariamente que reflejarse en la pintura. No por eso dudo del trabajo profesional que se realizó, ensalzado por el curador del museo, Juan Carlos Pereda.
Conviene tener en cuenta que las proyecciones pueden resultar interesantes o atractivas, sin que a final de cuentas el envío se corresponda con lo que se vio en una pantalla. Hay obras a las que ayuda la reproducción fotográfica, pero que en vivo resultan un fiasco, cosa que sucede, me temo, con Incompleta, de Noé Bandera (1984), elegida sólo porque la atraviesa un letrero pintado en negro.
“Falta contenido”, pues bien, lo que puede afirmarse al respecto es que el muy joven autor es sincero.
Lo contrario también suele suceder, cosa de la que a veces nos percatamos cuando algún artista solicita que vea uno en vivo los trabajos cuyas imágenes incluyó en su expediente resultando eliminadas.
Las quejas siempre sobrevienen ya inaugurada la exposición, porque es ésta la que ofrece el punto de referencia posible.
La premiación fue lo que me dejó algo perpleja. El premio otorgado a Adrián Porcel González (1974) hubiera ameritado que se cotejara con su participación en la versión XIII del mismo certamen. La pieza premiada es Evento en proximidad, un acrílico sobre tela pintado probablemente sobre la proyección en la tela de la imagen de dos caballerizas de restaurante o de bar. ¿Quiere recordar a Edward Hopper? No obstante, me pareció más simple que Esquema de maniobra, de 2006, obra participante hace dos años.
Tambien resulta menos persuasiva que el otro acrílico de 2008, que se le seleccionó, Vacío calculado, que posee mayor atmósfera aunque no haga pensar en Hopper.
La modalidad a la que pertenece se reitera en otros trabajos elegidos, como el de Elizabeth de Jesús Espinoza (1978), que me pareció bastante bueno, o como el de José Gerardo Nolasco Magaña (1975) y tal vez el de Santiago Corral (1964) que bien podría convertirse en cartel promotor de cualquier pasta asciuta, pues la imagen corresponde a un tenedor en el que quedó enredada una forchetata de espagueti recién sometido a cocción. Atinadamente se titula Al dente y provoca antojo.
Otra obra premiada, más dibujística que pictórica, corresponde a Hugo Lugo (1974); simula ser un boceto en hoja de block, pero en realidad es un acrílico con aplicación de óleo concentrada en la pequeña figura que discurre en el bosque trazado. La pieza mide 175 x 124 y posee atractivo.
Sin embargo, el primer lugar en desconcierto se lo lleva el premio otorgado a Manuel Mathar Martínez (1973), con una pieza al óleo de 50 x 60 que ostenta como título El significado del sueño con fuego depende del contexto del mismo. Soñar con fuego puede simbolizar la destrucción, la pasión, el deseo, la transformación, la iluminación o la furia.
Mi no extinguida pasión freudiana no alcanza a avalar tal premiación. Lo que importaría aquí, no sería tanto la concordancia con la imagen, que trae a colación el 11 de septiembre de 2001, sino que “el contexto” del que depende el significado es la ciudad de México.
Manuel Mathar también ha participado anteriormente en la Bienal Tamayo; lo hizo con un políptico mucho mejor ideado que esta pieza, titulado No sólo no lo son, exhibido en la pasada versión. Si bien la situación del fuego puede indicar Apocalipsis, la concreción de la pintura ni pone en cuestión el género pictórico, ni alcanza a conmover al espectador con todo y la presencia de los dos niños tiznados que aparecen en primer plano: el de la derecha con las orejas desfasadas, no se sabe si a propósito o por impericia anatómica, tratándose de una obra realista.
Por lo anterior, queda la impresión de que en el certamen fue el título lo que se premió, no la obra.