La ideología del libre mercado está lejos de haber concluido
Lo que sea que signifiquen los sucesos de estos días recientes, nadie debería creer las exageradas afirmaciones de que la crisis del mercado implica la muerte de la ideología del “libre mercado”. La ideología del libre mercado siempre ha sido un sirviente de los intereses del capital, y su presencia fluye y refluye dependiendo de su utilidad a esos intereses.
Durante los tiempos de prosperidad resulta rentable pregonar el laissez-faire, porque un gobierno ausente permite que las burbujas de la especulación se inflen. Cuando esas burbujas se revientan, la ideología se vuelve un estorbo, y duerme mientras el gran gobierno llega al rescate. Pero no se preocupen: la ideología regresará cuando los rescates hayan terminado. Las masivas deudas que la gente está acumulando para rescatar a los especuladores se volverán parte de una crisis presupuestaria global que será la justificación para profundos recortes en los programas sociales y para un renovado empuje hacia privatizar lo que queda del sector público. También nos dirán que nuestras esperanzas de un futuro verde son, lamentablemente, demasiado costosas.
Lo que no sabemos es cómo va a responder la gente. Consideren que en Estados Unidos toda la gente menor de 40 años creció con el pregonar de que el gobierno no podía intervenir para mejorar sus vidas, que el gobierno es el problema no la solución, que el laissez-faire es la única opción. Ahora presenciamos un gobierno extremadamente activista, intensamente intervencionista, al parecer dispuesto a hacer lo que sea necesario para salvar a los inversionistas de sí mismos.
Este espectáculo necesariamente plantea la pregunta: si el Estado puede intervenir para salvar a las empresas que tomaron imprudentes riesgos en los mercados inmobiliarios, ¿por qué no puede intervenir para evitar el inminente hecho de que millones de estadunidenses enfrenten un juicio hipotecario? De la misma manera, si 85 mil millones de dólares pueden instantáneamente ser puestos a disposición para comprar a la aseguradora gigante AIG, ¿por qué el seguro médico universal –que protegería a los estadunidenses de las prácticas depredadoras de las compañías aseguradoras de servicios de salud– parece ser un sueño inalcanzable? Y si cada vez más empresas necesitan fondos del erario para mantenerse a flote, ¿por qué los contribuyentes no pueden exigir cosas a cambio, como topes a los salarios de los ejecutivos y una garantía contra más pérdidas de empleos?
Ahora que quedó claro que los gobiernos sí pueden actuar en tiempos de crisis, será más difícil que en el futuro aleguen que no pueden hacer nada. Otro cambio potencial tiene que ver con las esperanzas que tiene el mercado de futuras privatizaciones. Durante años, los bancos de inversión globales han cabildeado con los políticos para obtener dos nuevos mercados: uno que vendría de privatizar las pensiones públicas y el otro que vendría de una nueva ola de carreteras, puentes y sistemas de agua potable privatizados o parcialmente privatizados. De pronto, ambos sueños ya se volvieron mucho más difíciles de vender: los estadunidenses ya no están de humor para confiar más sus activos individuales y colectivos a los imprudentes jugadores en Wall Street, sobre todo porque parece ser muy probable que los contribuyentes tendrán que pagar para comprar de regreso sus activos cuando la próxima burbuja estalle.
Con las pláticas de la Organización Mundial del Comercio descarriladas, esta crisis podría ser el catalizador de un enfoque radicalmente alternativo a la regulación de los mercados mundiales y los sistemas financieros. Ya vemos un giro hacia la “soberanía alimentaria” en el mundo en desarrollo, en vez de dejar el acceso a los alimentos a los caprichos de los intermediarios con materias primas. Quizá al fin llegó la hora para ideas como imponer impuestos a las transacciones bursátiles, lo cual disminuiría la velocidad de la inversión especulativa, así como otros controles del capital global.
Y ahora que la nacionalización no es una palabra sucia, las compañías de petróleo y de gas deberían estar alertas: alguien tiene que pagar por el tránsito hacia un futuro más verde, y lo lógico es que la mayor parte de los fondos provengan del altamente rentable sector que es más responsable de nuestra crisis climática. Definitivamente es más lógico que crear otra peligrosa burbuja en el comercio del carbón.
Pero la crisis que enfrentamos requiere de cambios más profundos. La razón por la cual se permitió la proliferación de estos préstamos basura no fue sólo porque los reguladores no entendían el riesgo. Es porque tenemos un sistema económico que mide nuestra salud colectiva exclusivamente con base en el crecimiento del PIB. Mientras los préstamos basura alimentaban nuestro crecimiento económico, nuestros gobiernos activamente los apoyaban. Así que lo que realmente está en predicamento con la crisis es el incuestionable compromiso con un crecimiento a cualquier costo. A lo que nos debería llevar esta crisis es a que nuestras sociedades midan la salud y el progreso de una manera radicalmente diferente.
Sin embargo, nada de esto ocurrirá sin una fuerte presión social sobre los políticos en este momento clave. Y no un cordial cabildeo, sino regresar a las calles y realizar el tipo de acción directa que propició el New Deal en los años 30. Sin él, habrá cambios superficiales y un regreso, lo más pronto posible, a más de lo mismo.
Copyright 2008 Naomi Klein.
Traducción: Tania Molina Ramírez
* Es autora de La doctrina del shock. www.naomiklein.org