Arráncame la vida
Ampliar la imagen Daniel Giménez Cacho y Ana Claudia Talancón en una escena de la cinta Arráncame la vida, de Roberto Sneider
“Tan lista que te ves y luego te sale lo mujer”. El general Andrés Ascensio (Daniel Giménez Cacho) distribuye con buen humor este tipo de lindezas cada vez que se dirige a su esposa Catalina (Ana Claudia Talancón), muchos años menor que él. Ella le responde no sin menor enjundia, retándolo continuamente, dejándose poseer y educar por él para luego desdeñarlo abiertamente, procurándose un amante joven, el director de orquesta Carlos Vives (José María de Tavira), al que frecuenta con muy poco disimulo, dejando claro que lo suyo es un matrimonio de intereses, sin un asomo de pasión, un arreglo de apariencias. Arráncame la vida, de Roberto Sneider, con guión suyo y de Ángeles Mastretta, autora de la novela homónima, es el retrato de un antiguo caudillo revolucionario, que se conduce en la esfera política y en la alcoba conyugal con idénticas dosis de desfachatez y de cinismo, seduciendo a los seres que desprecia, siempre calculador y oportunista, dispuesto a llegar al crimen para quitar de su camino cualquier tipo de obstáculos a su arribo al gobierno local o a la ansiada presidencia. Un hombre sin escrúpulos, hecho para la transa y la componenda, miembro del PNR (Partido Nacional Revolucionario, luego PRI), en la Puebla de los Ángeles, del año 1932. Giménez Cacho interpreta con solvencia habitual a este hombre seductor, cuya ambición y megalomanía raya en lo patológico, y para quien nada de lo inhumano es ajeno.
La acción cubre nueve años de la vida política de México, hasta llegar a 1943, durante el sexenio de Manuel Ávila Camacho, cuando algunas facciones del partido hoy septuagenario se deslindaban de la retórica del nacionalismo revolucionario para imponer su idea de modernidad, sacrificando, al menos en la intención, conductas tan anacrónicas como la del general Andrés Ascensio, quien acabaría traicionado por sus amigos y marginado en su delirio de poder y en sus pretensiones. Habían resultado inútiles sus alianzas con el corporativismo sindical, la CROM y la CTM, y su cadena de crímenes impunes, pues el elegido, el “destapado” para la presidencia, ya no sería él, sino uno de sus amigos más cercanos. Arráncame la vida es la historia de este fracaso político, y el recuento de una relación conyugal que nace muerta, y se prolonga por convención y por rutina, hasta el día en que la joven Catalina decide asumir el control de su propia vida erótica y afectiva.
El tema apenas sorprende en la escritora mexicana que con mayor éxito comercial ha insistido en las relaciones de pareja, en los relatos de amor y desamor que protagonizan personajes femeninos de carácter voluntarioso, desde Arráncame la vida (1985), hasta Maridos (2007), pasando por Mujeres de ojos grandes (1990). Tampoco sorprende la fascinación que por la novela de Mastretta manifiesta Roberto Sneider, 15 años después de haber adaptado con talento la trama picaresca de Dos crímenes (1993), de Jorge Ibargüengoitia. Sorprende, sí, una preparación tan larga (casi 10 años) para un segundo largometraje que no profundiza en lo que pudiera ser más novedoso, la disección de un poder autoritario, de una impunidad y una corrupción política tan vigentes hoy como hace seis décadas, prefiriendo en cambio insistir en una trama sentimental que es materia ideal para una telenovela con barniz modernista y esforzada perspectiva de género, o para competir con ficciones de agitado corazón pensante como las de cualquier bestseller de Isabel Allende. Cuando el lenguaje del corazón se sustituye a una visión más cabal y coherente del clima social y político que pretende evocar la película, y culmina en la leyenda publicitaria “El corazón no se gobierna”, queda un tanto más clara la ironía del general Andrés Ascensio dirigiéndose a Catalina: “¿Qué haces ahí pensando, como si pensaras?”.
Las tentaciones de la modernidad. ¿No será forzar un poco, un mucho, la credulidad del público al presentar al círculo de niñas bien de la capital poblana (¡de hace 70 años!) hablando de sexo con el mayor desenfado posible, o poner en boca de la esposa Catalina quien recibe a su marido salido de la cárcel con un “Tenía miedo de que te hubieran cortado el pito”? ¿Se quiso acaso mostrar los alcances de una femineidad empoderada? ¿Habrá sucumbido también Roberto Sneider a la tentación de arrancar del público risotadas en reflejo automático, a partir de un pintoresco humorismo malhablado? La cinta “más costosa en la historia del cine mexicano” (65 millones de pesos), se propone ser la más exportable (a la manera de Cómo agua para chocolate, de Alfonso Arau), y la que con mayor despliegue de producción exalte los paisajes rurales y las escenografías urbanas, como marco para una historia de amor tan trágica como sublime. El éxito o fracaso en taquilla de Arráncame la vida decidirá un poco qué tan viable es pensar en levantar de nuevo una industria de cine en México. Hasta el momento siguen abiertas las apuestas.